Elijo a Petro y a Márquez porque elijo la vida

Elijo a Petro y a Márquez porque elijo la vida

Colombia puede ser potencia de la vida y ejemplo de construcción de paz y equidad, en suma, un lugar para vivir sabroso, como lo define Francia Márquez, sin miedo

Por: Andrés Arredondo
mayo 16, 2022
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Elijo a Petro y a Márquez porque elijo la vida
Foto: Cortesía

Nací en una familia antioqueña de aquellas que por una extraña dinámica se originaban a partir de la unión de dos paisas provenientes de dos pueblos diferentes. Mi papá era de Guarne y mi mamá es de La Estrella. Puedo decir con dolor que a mi familia la destruyó la guerra y la violencia en sus diversas manifestaciones y que con el tiempo aprendí a asociar directamente aquella devastación con eso que hoy conocemos como “uribismo”.

El uribismo en lugar de ofrecer soluciones, en sí mismo es un problema. Y es problema porque como doctrina enseña a ver las cosas de mala manera y de forma errónea y torcida. Cuando el expresidente Uribe, en tiempos de alta popularidad, encarnó el liderazgo absoluto de ese movimiento político, demostró que él, como todo líder inescrupuloso, esperaba que incluso sus propias creencias personales se convirtieran en paradigma de conducta y en actitud vinculante de todos los colombianos: «¡Muchachos, cuidado! Piensen en que el arquitecto perfectamente organizado es el Creador. Por algo él definió las cosas. Aplacen la sexualidad, que eso tiene una relación con la familia. Ese gustico es para la familia». Eso le dijo a las y los jóvenes frente al trascendental tema de la sexualidad, frase que hoy en día no vale la pena comentar.

Aunque también es cierto y se suele pasar de largo, el hecho de que en esa frase también está presente la problemática alusión a los temas religiosos. Él, desde su condición de jefe de estado, invocó cientos de veces la protección de vírgenes, santos, ángeles, dioses y otras potencias divinas, a pesar de que el país es un estado laico.

Pero no contento con ello participó entusiasta en cuanto ritual, rito o conmemoración religiosa lo invitaron, cuidándose de que fuera visto públicamente desde su figura de santurrón, la cual aspira siempre a construir, posicionar y vender ante la opinión, esperando no solo que sea aceptado y querido, sino que, de lo contrario, “se arrojaría al Magdalena”, según dijo. Estamos ante el manipulador de estrategias pueriles, que lucha siempre por subestimar y poner en condición de precariedad a quien lo sigue y obedece. En efecto, hace muy pocos años eran millones los “jorgito quédese ahí”.

Pero esa faceta es tal vez algo inofensiva, tratándose de alguien que no se mide en ambiciones con tal de alcanzar sus objetivos; pues otras acciones, conspiraciones y maledicencias atravesaron todos los límites, al punto de que asistimos durante aquellos años aciagos al escenario de un presidente en ejercicio que desde su despacho cometía todo tipo de delitos y tropelías como la escucha ilegal de opositores políticos, el amordazamiento de las instituciones públicas, la vulneración de fronteras internacionales de países hermanos, el soborno a congresistas a cambio de contar con su voto frente a intereses y aspiraciones personales, la utilización de recintos públicos para encuentros con reos y toda clase de personas cuestionadas o incursas en líos judiciales, la apertura del espacio soberano de la nación a potencias extranjeras destinado al uso militar, perdiéndose por completo la soberanía en esos lugares e indisponiendo, con razón, a los vecinos y a toda Latinoamérica, entre otros asuntos que recordamos con horror.

Esta enumeración no pretende ilustrar uno a uno el nefasto legado del personaje de marras, sino señalar que ese estilo pendenciero, básico y manipulador lo desarrolló él desde su propia identidad de impostado campesino antioqueño, pero que en realidad es una línea de política regresiva que viene desde Laureano Gómez, que tantas guerras, muertos y víctimas de toda clase ha cobrado.

Aquel hizo caer y elegir a muchos presidentes, el actual hizo elegir a tantos otros, y ahora, en este momento único de la historia, Uribe tiene como su ficha a Fico Gutiérrez, a quien aspira a depositar en la presidencia, aunque de modo vergonzante, pues su bien ganada mala imagen limita la posibilidad de sumarle adeptos.

Colombia se debate ante el riesgo de continuar con la política, o para mejor decir la necropolítica, encarnada en la frase “De seguro, esos muchachos no estaban recogiendo café”, representada en Uribe, pero también en Fico y su antecedente en la alcaldía de Medellín, o una Colombia para la vida. Es hora de que aprendamos que en política las cosas pueden ser de otra manera.

No estamos condenados a que machos o patriarcas se impongan, utilizando como celada el miedo y la violencia. Ese proyecto fallido ha significado que muchas vidas y familias, como la mía, naufraguen en medio de unas violencias que sólo le ha servido a los poderosos de siempre durante doscientos años de vida republicana en Colombia.

Colombia puede ser potencia de la vida y puede ser ejemplo de construcción de paz y equidad, en suma, un lugar para vivir sabroso, es decir, como lo define Francia Márquez, sin miedo.

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