A diferencia de las definiciones clásicas de la política que la consideran como “una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por seres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva” o “un quehacer ordenado al bien común” [1], en Colombia y en muchas otras partes del planeta, la política se parece más a una fiesta a la que muchos y muchas quieren entrar, repartirse el pastel, bailar con las mejores parejas, sin tener que ver nada con el bien común, o con el ejercicio del poder para fines trascendentes. A no ser que consideremos trascendentes enriquecer a sus familias. Como quien dice: En Colombia, el sentido de la política está “perrateado” (echado a perder en parlache).
En la fiesta de la política colombiana hay muchos y muchas perdedoras. Para empezar, el gran perdedor es el electorado: miles de personas que hacen parte de la base de los directorios políticos, participan con la esperanza de “favores personales”, que no son otra cosa que los derechos al trabajo, a vivienda, a salud, a educación, a vías… pero intermediados por el director, líder, caudillo o “cabeza de lista”. Muchas personas, de los sectores populares y clase media especialmente, se quejan de que los políticos después de obtener el voto ya no los vuelven a saludar ni se acuerda de sus promesas de campaña. Sin embargo, en un país mezquino con el bienestar y el reconocimiento de los derechos, siguen buscando el que sí cumpla.
Otras grandes perdedoras son las organizaciones sociales; cada reforma política busca fortalecer a los fuertes: que queden un puñado de partidos, centralizados, jerárquicos, que hacen lo que sea por conservar sus personerías jurídicas y sobrepasar los cada vez más altos umbrales: desde alianzas poco claras, financiaciones ilegales, “feria de avales”, etc. Y a las organizaciones sociales les toca si quieren representar sus intereses en los escenarios de toma de decisiones, aceptar esas reglas de juego, pedir avales a cambio de hipotecar, muchas veces, su independencia y autonomía o despedazarse como movimientos por las migajas y la quimera de la representatividad.
Varias expresiones retratan el momento al que hemos llegado en esta desvalorización de la política: hace unos años hablaba Antanas Mockus de que a veces, teníamos que “Elegir entre Sida y Hepatitis B”. O como más recientemente afirmaba el movimiento de indignados “votamos por los que nos dan asco, contra los que nos dan miedo”.
Esta última expresión refleja muy bien lo que pasa en el país con las terribles huellas que ha dejado el expresidente Uribe en nuestra historia política y que persistirán en varias generaciones: algunos y algunas prefieren votar por quienes dan miedo, contra “las Far” como único mal del país, según reza el slogan falseado pero muy efectivo que representan y defienden a gritos y a plomo Uribe y su “Centro democrático”.
Una de las huellas terribles del estilo mafioso, de arriero pendenciero, de guerrerista a ultranza que caracterizó al reinado de Uribe, es que el estilo refinado y concertador del presidente Santos para gobernar, nos parezca “menos pior”.
Jugarse la carta de la negociación directa de la paz con una guerrilla anquilosada y retórica, sin vociferar, descalificar, ni amenazar, ha marcado una diferencia que muchos sectores apoyamos, intentando por fin descansar del “Comandante integral” como llama un conocido paramilitar a Uribe. Pero atención: solo en apariencia y modales se diferencia el gobierno Santos del anterior, pues de manera refinada y “muy civilizada” se ha dedicado a gobernar en contra de los pobres, de la naturaleza y de la gente del común. Un gobierno con un discurso de paz y redistribución, que sin embargo solo adelanta iniciativas que logran concentrar más la riqueza, favorecer intereses privados, transnacionales, dejarnos más desiguales e inconformes. Y además, tiene al Esmad como el complemento de sus discursos concertadores.
Respecto a su reelección, que afortunadamente aparece muy enredada después de los desaciertos en el manejo de la salud, la educación, la justicia y todos los temas sociales, hay quienes dicen que recuerda a la campaña que han hecho en otros países, donde invitan a votar por Alí Babá, pues al menos con él se sabe que son 40 ladrones nada más. Es decir, muchas personas hoy están pensando en el mal menor.
Toda la “maquinaria”, sin embargo, se calienta o “aceita” primero, con las elecciones parlamentarias, que discurrirán en medio del peor desprestigio que ha vivido el Congreso en la historia que yo recuerdo. (La indignación y el descontento de la ciudadanía colombiana con el congreso son del 75%, según encuestas de opinión realizadas en el mes de septiembre de 2013). Nunca como ahora, había habido tantos congresistas y excongresistas detenidos e investigados por todo tipo de delitos (vínculos con grupos ilegales, masacres, robos, violencias sexuales, peculados). Nunca había sido tan público el descaro de esta clase política, que al mismo tiempo que llama a apretarse el cinturón a los sectores que reclaman trabajo y pago justo, presionan de manera vergonzosa para que se les devuelvan unos privilegios desmedidos y humillantes entre tanta miseria y desigualdad.
En medio de este panorama se preparan otras fórmulas llamadas tercerías que podrían desempeñar un papel importante, aunque tampoco son tan nuevas o sorpresivas como algun@s anuncian y como se requeriría, pues desde ya están repitiendo las viejas fórmulas de batallas de egos y divisiones infinitas.
Una alternativa que está captando cada vez más atención de diversos sectores es la del voto blanco. Ya existen peticiones, campañas virtuales y hasta página de la “Ola blanca” https://www.facebook.com/laola.blanca?fref=ts. Lo que se busca es hacer un ejercicio de poder ciudadano que se enfrente al poder de las maquinarias y las viejas costumbres políticas y dé una lección inolvidable a la clase política. Según las personas que la impulsan: “Si somos la mitad más uno de los votos depositados ese día, debe convocarse a nuevas eleccionesy todos los candidatos que se presentaron a dicha elección quedarán inhabilitados.Tendremos un recambio, un aire nuevo y, lo mejor, les enviaremos un mensaje a los que vienen: que somos capaces de revocarles su mandato si no hacen las cosas bien”.
Ya hay precedentes en Colombia, escasos, pero muy significativos: la séptima papeleta, el Mandato por la Paz, el voto en blanco ganador en las elecciones a la alcaldía de Bello, Antioquia. Es por lo menos interesante pensar que no tenemos que elegir entre Sida y Cáncer, sino que podemos volver a soñar en colectivo y a ejercer un poder casi sin estrenar: el de la ciudadanía. Soñar que la fiesta democrática no tiene que ser el triste espectáculo en que se ha convertido y que podemos retomar su sentido de servicio, bien común y acuerdo entre seres libres para decidir la vida que nos merecemos. Vale la pena ensayar nuevas fórmulas para males tan viejos.