Por un lado un candidato que asusta capitales. Con una reforma tributaria insostenible y confiscatoria que nos retrocederá en competitividad implementando una fórmula fracasada y empobrecedora.
El estatismo en este país de cultura corrupta solo puede llevar a mayores ineficiencias. Ese supuesto experimento no tiene como salir bien. Es simplemente el mismo socialismo latinoamericano.
Por otro lado tenemos a un folclórico personaje que aparte de agresivo, impulsivo, contradictorio, desconocedor, basto y patán, representa una amenaza institucional que ya advierte que va a gobernar con decreto de conmoción interior y que poco le importan las leyes.
Pero si a la ignorancia de filosofía política le sumamos su modus operandi corrupto, tal como lo demuestra el acervo probatorio con que la fiscalía lo acusó, tenemos asegurado que le va a entregar el país a la mayoría corrupta del congreso a cambio de impunidad en el proceso, que ahora sería el órgano colegiado encargado de llevar a cabo.
Es una dilema difícil por dónde se le mire. Éticamente es una vergüenza votar por una imputado de corrupción con la prueba que se tiene. Y votar por Petro es un suicidio económico que nos llevará a la larga a la culpa intelectual.
Al escribir esto veo en el voto en blanco una salida más que válida. Pero como ya todos sabemos inútil. Un lavarse las manos que se quita la responsabilidad de escoger el mal menor.
Uno de los dos será irremediablemente el presidente y ante ese hecho hay que asumir la carga.
La decisión se complica cuando ponderamos varias variables que se contraponen, pero a través de un ejercicio de alta abstracción podemos llegar a una conclusión que incline la balanza.
Lo primero que salta a la vista es que Rodolfo reviste una amenaza institucional mientras que Petro una amenaza económica.
Si hiciéramos caso a lo planteado por el marxismo la amenaza económica tendría un efecto más sensible y perdurable que la amenaza institucional que apenas configura parte de una superestructura, pero está idea marxista se vio refutada por la sociología en la segunda parte del siglo pasado.
Hoy se tiene por cierto que para el éxito de un país, la seguridad jurídica y la solidez institucional es casi tan importante como las libertades económicas.
Por supuesto tenemos información insuficiente con respecto a que tanto puede cada candidato afectar la institucionalidad y la economía, pero podemos especular basados en la información disponible que Petro tendría más controles que Hernández y que por ende la capacidad potencial de daño puede ser menor.
Además Petro dispone de mejores asesores económicos, más inteligencia y conocimiento que su contraparte y la responsabilidad histórica de hacer de la izquierda una opción viable en un país en que la mera palabra tiene cierta connotación satánica.
Todos esos contrapesos no son suficientes para eliminar la amenaza que involucra la de antemano fracasada política del exguerrillero.
El socialismo desde que existe como doctrina ha parasitado mentes de probada inteligencia haciendo al marxismo y su prole anticapital, merecedora del mote de opio del intelectual.
Esas mismas cortapisas que enfrentaría Petro han tenido que encarar otros socialdemócratas latinoamericanos y no han servido de óbice para que lastren sus economías.
Así pues, puede hipotéticamente un corrupto que termine de erosionar las instituciones de nuestro maltrecha republicanismo, ser menos dañino que un socialista de la estirpe de Petro.
La dificultad en este punto, estriba en que no sabemos que tan dúctiles pueden ser ambos candidatos para maniobrar las expectativas que ya se tienen de ellos.
Tanto Petro podría tomar una actitud más pragmática hacia el capital; como Hernández podría saberse rodear y hacer un gobierno moderado.
Pero sea de ello lo que fuere, no tengo ninguna esperanza de que Hernández haga un gobierno anticorrupción; mientras que con Petro, cabe la posibilidad de que su política redistributiva implique un retroceso necesario en un país con los índices más altos de desigualdad mundial.
Hasta acá la balanza permanece sin decidirse claramente hacia un lado. Por eso para resolver el asunto hay que situarse en un marco histórico más grande. Ver qué implican ambas candidaturas en la coyuntura que vivimos y cuál es a la larga la mejor.
Hernández no es más que otro corrupto más del que en el mejor de los casos veremos una continuidad del statu quo. Una opción válida para el que piensa que Colombia va por un buen camino y que los peligros que anuncia para su gobierno serían un trago pasable ante los peligros de Petro.
Pero como ya vimos los peligros de este no son tan reales como la leyenda negra quiere fabular; mientras que los peligros del otro no se están dimensionando sensatamente.
A Petro le tocaría remar contra corriente y su persona y equipo no son equiparables a los monstruos con que nos quieren atemorizar.
Además, el candidato del pacto histórico sería el gozne que le hace falta al país para pasar la página de la violencia subversiva que por décadas nos asoló.
El puntazo final para un proceso de paz que, unos sectores regresivos, adoradores de la guerra y del culto a la vindicación, no dejan de torpedear de manera hasta sospechosa.
Una presidencia de Petro serviría para exorcizar esos fantasmas que a una gran parte de la población se le ha infundado sobre el enemigo. Condición necesaria para una reconciliación real de cara a un nuevo siglo.
Este es el proceso de pensamiento por el que un liberal clásico considera que, por esta vez, la opción socialista es menos mala que la del improvisado y caricaturesco ingeniero.
De todas maneras, Colombia debe tener la suficiente decencia para impedir que un mercachifle corrupto llegue a la máxima dignidad.