En un mundo tan apático por la política, donde los temas de interés principales son los deportes y la farándula, pareciera que la política no tiene nada que ver con nuestra vida diaria.
Nada más alejado de la verdad. En la década pasada, la humanidad vivió una pandemia de apatía e irresponsabilidad que llevó a que democráticamente se escogieran como presidentes a payasos (Ucrania), criminales (Duterte - Filipinas), dementes seniles (Trump - Estados Unidos), títeres (Duque - Colombia), descarados extremistas (Bolsonaro - Brasil) y bobos (Maduro - Venezuela).
Los resultados de elegir a "showman" incompetente y bravucón eran de esperarse, precisamente, cuando tuvieron que enfrentar una circunstancia excepcional, como es la pandemia. Esta requería que esos puestos fueran ocupados por personas serias, honestas y preparadas.
No en vano justo son estos países los más golpeados por la pandemia. Y no es una coincidencia, estos locos con claras tendencias psicópatas velan únicamente por su propio bienestar. Pero la gente votó por ellos por lo novedosos que se mostraban. Salvo Duque en Colombia, que se hizo pasar por un hombre conciliador, el resto nunca ocultó su personalidad retorcida y la gente quedó fascinada con esa brutal sinceridad.
La humanidad tiene bien merecido su presente por superficial y por plástica. Preferimos siempre lo divertido y lo esencial se lo dejamos a los aburridos ñoños que cuando estamos en apuros salen a salvarnos: como los médicos o los científicos que han desarrollado las vacunas. Pero tan pronto pasa el peligro, volvemos a nuestras estupideces (tenemos memoria de gallina)... como creer que la tierra es plana solo por el disfrute de contradecir a los estudiosos. Los políticos psicópatas aprovechan esa idiotez colectiva para hacer de las suyas.