Hay varios elementos de análisis sobre las elecciones de Perú de 2016 realizadas el pasado 10 de abril para elegir al Presidente de la República (en este caso con posibilidad de Presidenta) para el período gubernamental 2016-2021. En esta ocasión nos detendremos en analizar un hecho relevante para América Latina y este país: las candidaturas de dos mujeres políticamente diferentes, pero que representaron a gran parte de la población peruana.
Por un lado tenemos a Keiko Fujimori, candidata de fuerza popular, hija del expresidente Alberto Fujimori y de Susana Higuchi, exprimera dama y excongresista de la República. Keiko como congresista electa en 2006 y líder de la bancada fujimorista, ha defendido las reformas ejecutadas en los años noventa por su padre, así como la defensa política del mismo, luego de que su padre viajara a Chile y se iniciara su proceso de extradición. Ella además ha enfrentado juicios por denuncias de corrupción relacionadas con el gasto de US$ 1 millón 225 mil por parte del ex presidente Fujimori en los estudios de sus hijos en Estados Unidos, dinero que fue extraído del gobierno en su periodo presidencial justificado en supuestos gastos privados.
Por otro lado esta Verónika Mendoza, candidata por la coalición Frente Amplio, quien en las elecciones parlamentarias se postuló y ganó como candidata al Congreso por la circunscripción de Cuzco. Una de sus propuestas más controversiales ha sido "Pensión Mujer", un programa social que pretende garantizar una pensión y seguro social para las mujeres amas de casas (adultas mayores) que no cuentan con ningún tipo de ingreso económico. Su propuesta fue la que terminó por convencer y lograr el apoyo de partidos y movimientos como Fuerza social, Partido Comunista Peruano y Patria Roja, a su vez, generó que la oposición cuestionara su visión económica.
En este punto hay dos cosas que resaltar: la memoria del país y el discurso de las luchas de las mujeres. El primero nos remite a pensar, ¿cómo es posible que un país que vivió desapariciones, corrupción, asesinatos selectivos, etc., en la época de Fujimori hoy pueda pensar en continuar con esta dinastía y elegir a su hija como mandataria? ¿Qué posibilidades puede tener un país que reelige a lo peor de su historia para repetirla?
Recordemos que actualmente Fujimori se encuentra cumpliendo condena de 25 años de cárcel por su responsabilidad en los delitos de asesinato con alevosía, secuestro agravado y lesiones graves, tras ser hallado culpable intelectual de las matanzas de Barrios Altos, en 1991 y La Cantuta en 1992, cometidas por un escuadrón del ejército conocido como el grupo Colina, así como del secuestro de un empresario y un periodista. Además en 2004, la ONG Transparency International, estimó en unos 600 millones de dólares la fortuna amasada ilegalmente por él durante los diez años que estuvo en el poder. De este dinero, solo unos 160 millones han sido devueltos al Estado peruano.
Fujimori ha representado las dictaduras de América Latina y aun así su imagen en el país es favorable, ¿Qué sucede con la memoria y la dignidad de todas y todos los asesinados en su gobierno? Cuestiona mucho lo que está ocurriendo con dicha sociedad, pero Colombia no está muy lejos tenemos a Álvaro Uribe Vélez en el senado y al Centro Democrático como partido político que se encuentra en la misma situación o incluso peor pues “el innombrable” ni siquiera ha tenido un juicio en su contra y las investigaciones, por casualidad, jamás han prosperado.
En segundo lugar el tema del discurso de las luchas de las mujeres, pues este caso expresa lo que varias veces hemos gritado: QUEREMOS IGUALDAD, PERO SOMOS DIFERENTES. Sí, el argumento del amor por la vida, de la búsqueda de la justicia que siempre queremos TODAS las mujeres apunta a naturalizar nuestros roles de género, a ponernos en el lugar del cual queremos salir, elimina que somos diferentes, que nuestras ideologías no son las mismas y que por el hecho de ser mujeres (solo por el hecho de estar allí) no representamos los derechos de las mismas y mucho menos a priori defendemos “a los más necesitados”.
La lucha por los derechos de las mujeres y de las mujeres mismas como actoras políticas no ha sido siempre popular, no ha tenido siempre un enfoque social e incluso no ha pertenecido exclusivamente a una lucha proletaria o de izquierda. Cada quién defiende lo que tiene y quiere y las mujeres militantes no son la excepción. Así como hay machismos de izquierda y de derecha, hay mujeres machistas y de derecha, de hecho, de la peor de sus expresiones: del fascismo fujimorista.
No podemos hablar de una sola lucha, de un objetivo unificado. Si Perú tiene a Keiko Fujimori que no representa a las mujeres, a la lucha que han librado muchas de ellas en sus territorios por el bien de sus comunidades sino a los derechos de su clase, de su dinastía, de las grandes multinacionales, del neoliberalismo; nosotros tenemos a Paloma Valencia, a María Fernanda Cabal, a Marta Lucía Ramírez que no representan la búsqueda de la equidad, que ni por naturaleza ni por convicción quieren mejorar la situación de sobrevivencia de mujeres y hombres. Somos mujeres claro, pero mujeres de diferentes ideologías, de diferentes clases sociales, diferentes condiciones económicas y con distintos intereses. Así que para quienes creen que solo el hecho de ser mujeres nos hace justas, luchadoras y defensoras de la equidad y el bienestar para las mayorías, déjenme decirles que se equivocan, este episodio de la política peruana es muestra de ello, es prueba de la existencia de una lucha que nos diferencia y guía nuestros caminos diferentes, el feminismo leído desde la lucha de clases.
@cualquierahdz