Admiro a Claudia López, voté por Claudia López, pero no estoy de acuerdo —ni tengo por qué estarlo— con todo lo que propone Claudia López.
En el marco de la deliberación alrededor de la reforma política, la congresista propone considerar la posibilidad de imponer la exigencia de un 50 % de hombres y mujeres en la configuración de las listas cerradas para cargos de elección popular.
La discriminación de género en Colombia es un hecho. Uno absolutamente vergonzoso contra el que se impone luchar de un modo frontal y con todas las herramientas posibles. Pero la herramienta que propone la senadora López me resulta contraproducente.
Está demostrado que ni en los testículos, ni en los espermatozoides, ni en la testosterona, ni en la barba, reside el gen de la idoneidad. Pero tampoco en los ovarios.
Entiendo el enfoque de la propuesta: garantizar la igualdad de oportunidades para las mujeres. Y coincido en el espíritu de la propuesta. Es la igualdad de oportunidades la que debe perseguirse. Pero exigir que las listas cerradas incluyan 50 % de mujeres no garantiza eso: bastaría con instalar a las mujeres en la parte final de la lista para volver a estar como al principio. (Recordarán todos que las listas cerradas asignan las curules en el orden de la lista hasta donde alcancen los votos obtenidos).
Y aunque se ideara un mecanismo para evitar esa trampa, como por ejemplo exigir que se presenten hombres y mujeres consecutivamente, el núcleo de la propuesta seguiría entrañando una perversidad contraproducente: el intentar garantizar la oportunidad de acceso pero obviando el factor de idoneidad.
Sí. Entiendo que el espíritu de la ley es garantizar la equidad de acceso y que la responsabilidad de la elección reside en el elector, pero me resisto a creer que no se pueda encontrar una vía menos demagógica y que apunte más al centro del problema.
Por ejemplo una ley contra la vergonzosa brecha salarial entre hombres y mujeres. Una que garantice que desaparezca esa perversidad que hace que las mujeres reciban hasta un 25 % menos de salarios que los hombres que ocupan iguales cargos.
Pero no una imposición basada en qué tipo de genitales se tiene. Si ningún hombre es bueno por el hecho de serlo, tampoco lo es ninguna mujer.
Tal vez divago alrededor de un tema que la admirada senadora Claudia López conoce mucho mejor que yo. En esa medida mi objeción podría resultar atrevida.
Sin embargo, no logro imaginarme tranquilo creyendo que hemos dado un salto en favor de la equidad de género aprobando la ley de la senadora López, mientras los partidos nos presentan listas llenas de María Fernandas Cabal.