Elecciones 2022: ignorancia, pobreza discursiva y memes

Elecciones 2022: ignorancia, pobreza discursiva y memes

Algunos vaticinan que la falta de argumentos y las propuestas flojas marcarán la parada en las próximas elecciones. Y los memes, por supuesto

Por: Manuel Bernardo Rojas López
agosto 18, 2021
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Elecciones 2022: ignorancia, pobreza discursiva y memes
Foto: El Pilón

Se acerca una campaña electoral en Colombia. Una vez más, las calles se llenarán de letreros (contaminación visual); en la radio se gritarán consignas y al final de la propaganda, una voz apresurada dirá: publicidad política pagada. Los medios televisivos nos dirán que calculan con cronómetro la ecuanimidad en los anuncios de los partidos, movimientos y campañas más variopintas.

En fin, asistiremos, tras las sonrisas de los candidatos en sus vallas (aunque algunos ponen un rostro serio, dependiendo del consejo que les dé el publicista de turno), a una pobreza discursiva que no es más indicio de nuestra pobreza intelectual.

La escritora Yolanda Reyes, el 9 de agosto de este año, hizo una brillante columna en el diario El Tiempo señalando justamente esa pobreza discursiva (en particular en la figura del presidente Duque) y como ello hacía resonancia con la pobreza simbólica que como sociedad nos asiste. No puede uno más que estar de acuerdo con la articulista, y justamente, lo que provoca es ampliar la consideración al respecto.

Y debe hacerse, supongo, por cuanto esa pobreza discursiva, esa simpleza en los argumentos, va a ser el tono predominante en las campañas electorales del próximo año. La pobreza de argumentos, lo cual, sin duda, se verá en los insufribles debates que se hacen en televisión, llevará, una vez más, a que sean los memes, el chiste fácil y los prejuicios los que se adelanten y se impongan, en vez de un debate de ideas serio e inteligente.

Aparecerán aquellos que hablan, por ejemplo, de la “derecha” y la “izquierda”, y harán apreciaciones, comentarios y señalamientos, infundados la mayoría porque muchos desconocen la historia (Jacobinos y Girondinos, no entrarán en la discusión); pocos leen teoría política o económica (hablan de comunismo, pero pocos han leído a Marx, el contexto en el cual produjo su obra, por ejemplo, pero, del mismo modo, pocos saben quién es Milton Friedman y la fundamentación que hace del neoliberalismo, y casi nadie se digna mirar el Diccionario de política de Norberto Bobbio).

En fin, la inmensa mayoría desconoce los mecanismos básicos del funcionamiento de la democracia, y cual si fueran nostálgicos del Antiguo Régimen, creen que un gobernante es una especie de padre que viene a protegernos, salvarnos y a alimentarnos.

Una vez más, como ya es habitual en la vida democrática de Occidente, desde la década de 1960 la política será un espectáculo del cual nos debemos ocupar (cual si fuese un deber ser), como si en ello nos jugáramos la vida. Pero nos ocupamos, cabe aclarar, desde la emoción, el prejuicio y el fanatismo.

La facilidad que permite una visión maniquea del mundo, así como el creerse siempre del lado bueno, hará que el debate político no sea tal, sino un cúmulo de imágenes, frases, mentiras y medias verdades, que, en últimas, es lo que moviliza a esa gran masa que muchos llaman caudal electoral. Pero que ello sea así no es sorprendente, sino que es, más bien, la consecuencia de esa profunda “pasión por la ignorancia” que caracteriza a la inmensa mayoría.

No hay que leer, no hay que enterarse, ya que me basta con lo que el periodista de las mañanas —con su voz aterciopelada, que cada dos frases deja caer que preferiría vivir en Miami y no en Bogotá, y que se acompaña de un señor cuyo acento de filipichín bogotano de los años 1940, es su principal cualidad— nos diga qué es lo que debemos hacer y pensar.

Nos basta con oír, ver y emocionarnos con aquellos que son afines a nuestra visión del mundo… Nos basta, aunque ya esa visión del mundo (Weltanschauung, como la llaman los alemanes) que cada uno tiene no sea más que la manifestación de un afán por verdades absolutas, por explicaciones únicas, por un reclamo por la unidad perdida.

Como decía Freud, hablando de estas visiones de mundo, estas no son más que “una construcción intelectual que resuelve unitariamente, sobre la base de una hipótesis superior, todos los problemas de nuestro ser, y en la cual, por tanto, no queda abierta interrogación ninguna y encuentra su lugar determinado todo lo que requiere nuestro interés”.

En otras palabras, nos regodeamos en nuestros prejuicios, porque tememos la incertidumbre, la duda, la vacilación; porque queremos un mundo sin inquietudes, lo cual es, evidentemente, una de las claves de esa pasión por la ignorancia.

Derribar la idea de esa hipótesis superior es un trabajo doloroso, que pocos quieren asumir; pero es un trabajo al cual, si el sistema educativo fuera una prioridad para nuestra sociedad, todos deberíamos apostar, sabiendo que cada palabra que decimos es siempre una afirmación provisional, y, sobre todo, aceptando que el gobernante ideal no es aquel que se presenta como el gran padre (el ungido, vaya uno a saber por qué fuerza divina), sino como aquel que se toma el tiempo para pensar e incluso para revisar sus opiniones, aquel que encarna uno de los más importantes valores de la Modernidad: la duda.

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