Históricamente el país ha vislumbrado la polarización del espectro sociopolítico; donde a mediados del Siglo XX, el radicalismo ideológico dividió al pueblo colombiano en dos bandos acorde a su afiliación política (Liberales-Conservadores). La hegemonía del partido Conservador durante 44 años, la débil estructura administrativa del estado, la injusticia social, la desaceleración de la economía y la corrupción marcaron unos de los muchos detonantes de una confrontación bipartidista que abandonó la defensa de las ideas y detonó en el desarrollo del conflicto civil armado que al día de hoy cargamos a lastres.
Observando esta dinámica, el escenario político se reinventó en la forma de conquistar electores y de definir posturas frente a temas inquietantes del acontecer nacional como el plebiscito que puso a consideración en la voluntad del pueblo si se aceptaría o no, el acuerdo alcanzado con la guerrilla de las Farc.
El planteamiento de un acabose casi apocalíptico de ganar el sí y poner en marcha lo pactado, logró conmover los temores más reprimidos en la sociedad donde la bandera de la contienda electoral fue la amenaza del ingreso de la dictadura castrochavista y la hecatombe socialista del siglo XXI por la crisis en el país vecino y sus dirigentes.
El emocionalismo a flor de piel exaltó un patriotismo en aquellos que consideraban la entrega del país en manos de la guerrilla; lo que permitió encontrar “la fórmula mágica” para acaparar la atención de los votantes: divide y reinarás. Exacerbar los odios, incentivar el miedo y las amenazas consiguió imprimir en la cotidianidad el sentimiento de que la guerra es mejor que el diálogo. “Te quitás esa camiseta o te pelamos”, “Plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”, “Somos la barrera contra el socialismo chavista” fueron las expresiones que dejó la polarización ya albergada en el pensamiento colectivo.
El panorama democrático tendía a sumir el debate en el extremismo ideológico, lo que fue castigado categóricamente en las recientes elecciones regionales que reprobaron el discurso de antaño basado en mentiras y discordias.
Prueba de lo anterior fue la vapuleada contra los partidos tradicionales, la relevancia de la contienda que obtuvo la Alianza Verde con cuatro alcaldías y el posicionamiento de la política independiente que definieron un comportamiento adverso a los pronósticos de las firmas encuestadoras. No obstante, el abstencionismo sigue demarcando un terreno cada vez más árido en los futuros procesos democráticos.
La elección de Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín, el triunfo del exguerrillero Julián Conrado en Turbaco (Bolívar) y el sobreaviso del voto en blanco que puso en jaque a varios aspirantes a las alcaldías y gobernaciones, como es el caso de los departamentos de Bolívar, Valle del Cauca y Cundinamarca y en las alcaldías de Armenia, Santa Catalina (Bolívar) y Bello, donde ocupó el segundo lugar, de los palos más mediáticos de la jornada.
El panorama nada predecible dejó al discurso extremista contra las cuerdas; dio un golpe de nocaut contra las maquinarias tradicionales y generó un renovado mapa político que propuso un abanico de condiciones y restricciones a la hora de atraer el electorado. En definitiva, un garrotazo contundente del voto de opinión que está limitando las arengas polarizadoras que pretenden dividir el país.
