Por lo que hemos visto, la campaña electoral que apenas empieza va a estar enmarcada entre el “honestismo” de los candidatos de izquierda y el “miedo” que pretenden sembrar los candidatos de derecha.
El honestismo:
El escritor y periodista argentino Martín Caparrós definió en su libro Argentinismos (Editorial Planeta, 2011) la palabra “honestismo”, así: “Honestismo, sust. mas. sing., argentinismo: la convicción de que –casi– todos los males de la Argentina actual (léase acá Colombia o cualquier otro país latinoamericano) son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular”. Y agregó: “El honestismo es un producto de los noventas: otra de sus lacras”. E, igualmente, que “La corrupción fueron los errores y excesos de la construcción del país convertible: lo más fácil de ver, lo que cualquiera podía condenar sin pensar demasiado”.
Visto y escuchado el debate que en el Senado se escenificó el pasado día martes 18 de octubre sobre el caso Odebrecht —abstracción hecha del tono destemplado de sus citantes y de las réplicas de los contradictores—, es fácil ver que hemos caído en la enfermedad que, muy acertadamente, definió el señor Caparrós. La corrupción en nuestro medio es algo tan evidente y protuberante que “cualquiera la puede condenar sin pensar demasiado”.
Y es que para todos —menos para los corruptos— es muy fácil indignarse ante los absurdos niveles que este fenómeno social ha alcanzado en nuestro medio y, por tanto, utilizar esta indignación como herramienta política da muy buenos resultados. La prueba está en los más de cuatro millones de firmas que fácilmente recogieron los promotores del llamado referendo anticorrupción.
Sin embargo, y para continuar con las tesis Caparrós, el discurso anticorrupción nos hace perder de vista los verdaderos y profundos problemas del país, entre los que por supuesto está la corrupción, pero no es el único ni el principal, y nos hace enfocar el interés de los electores en encontrar cuál de los posibles candidatos, por ejemplo, a la Presidencia, resulta ser el más honesto, con el objetivo de votar e invitar a votar por éste. Olvidando, como nos lo recuerda el periodista citado, que la honestidad debe ser el grado cero de la política.
Dice Caparrós (blogs.elpais.com, 23 de abril de 2013): “La honestidad es el grado cero de la actuación política; es obvio que hay que exigirle a cualquier político –como a cualquier empresario, ingeniero, maestra, periodista, domador de pulgas– que sea honesto. Es obvio que la mayoría de los políticos argentinos (colombianos, en nuestro caso) no lo parecen; es obvio que es necesario conseguir que lo sean. Pero eso, en política, no alcanza para nada: que un político sea honesto no define en absoluto su línea política. La honestidad es –o debería ser– un dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a preguntarse qué política propone y aplica cada cual”.
Y continúa: “Nadie arguye que la corrupción no sea un problema grave. Pero también es grave cuando se la usa para clausurar el debate político, el debate sobre el poder, sobre la riqueza, sobre las clases sociales, sobre sus representaciones: acá lo que necesitamos son gobernantes honestos, dicen, y la honestidad no es de izquierda ni de derecha”.
Y, finalmente, nos dice que “La honestidad puede no ser de izquierda o de derecha, pero los honestos seguro que sí. Se puede ser muy honestamente de izquierda y muy honestamente de derecha, y ahí va a estar la diferencia. Quien administre muy honestamente en favor de los que tienen menos –dedicando honestamente el dinero público a mejorar hospitales y escuelas– será más de izquierda; quien administre muy honestamente en favor de los que tienen más –dedicando honestamente el dinero público a mejorar autopistas y teatros de ópera– será más de derecha”. Y continúa con la enumeración de otras acciones que distinguen a los gobernantes honestos de izquierda de los gobernantes honestos de derecha.
En ese contexto, es claro que el discurso de la izquierda colombiana -léase Claudia López y Jorge Robledo, entre otros- en el marco del debate electoral que ahora comienza, se ha enfocado en explotar el “honestismo” y busca que la gente “salga a votar berraca” en contra de los corruptos, señalando por tales a la casi generalidad de los políticos de derecha. Pero, se hecha en falta la formulación de las políticas y medidas honestas que estos candidatos ejecutarían de llegar a la Presidencia para superar los graves problemas en el campo de la educación, la pésima prestación del servicio de salud, la generación de empleo, la recuperación agropecuaria, la política minero-energética, el deporte, la cultura y, en general, todos aquellos aspectos que deben ser objeto de un proyecto político serio.
El miedo:
Nos dice el biólogo y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, Pablo E. Alarcón-Cháires, (regeneracion.mx. 23 noviembre, 2015) que “El miedo es el arma que desarticula cualquier forma de resistencia colectiva. Su efecto del miedo en la sociedad ha sido objeto de análisis por parte de la psicología y antropología social en diferentes momentos de la historia humana. Se reconoce que ante el miedo, el ser humano reacciona reinterpretando la realidad inmediata, conduciéndolo hacia un cambio de conducta caracterizado por el apego irrestricto al orden instituido pero que puede llegar a convertirse en obediencia ciega. De igual manera, conlleva al acercamiento sumiso con la autoridad, en teoría, responsable de salvaguardar su integridad. De esta manera, cualquier acción que realice el Estado encaminada a restaurar la paz perdida –invasiones, etnocidios, militarización, violaciones a los derechos humanos, virtuales toques de queda, desaparición de garantías individuales, etc.–, es aceptada vehemente por el pueblo, aunque lo que siga sea una cotidiana tensión y desconfianza generalizada.
Conocedores como son de estos efectos, los más representativos candidatos de la derecha -léase Centro Democrático y Vargasllerismo-, siguiendo con su vieja tradición, siguen creando fantasmas para asustar a los colombianos. Los actuales monstruos asustadores son, especialmente, el castrochavismo, la presunta impunidad para las Farc y la descertificación por parte de los gringos por el supuesto aumento del narcotráfico.
Los dos primeros fantasmas han venido siendo explotados desde los tiempos del plebiscito por la paz, donde buscaron —así lo reconocieron sus voceros— y lo siguen buscando, que la gente “salga a votar berraca” contra los supuestos peligros que significa la izquierda. Este grupo (la derecha) no puede apropiarse fácilmente del discurso anticorrupción porque, aunque buena parte del pueblo no leer ni analiza, resulta evidente para todos que los principales actores de dicha corrupción son miembros de ese grupo político —excepción hecha de los sonados casos atribuidos a la izquierda—. Y a esa conclusión es inevitable llegar si tenemos en cuenta que, por lo menos en el orden nacional y en la mayoría de las regiones, la derecha ha ostentado el poder desde los tiempo de la independencia. Bueno… o, por lo menos, en los últimos cincuenta años.
Por ello, es innegable que la derecha está usando el miedo como su principal táctica electoral y tampoco está presentándole al país sus propuestas honestas para superar los verdaderos y grandes problemas que nos afectan. También, es necesario reconocer que, si tenemos en cuenta que la gran mayoría de quienes votan en Colombia pertenecen a ese sesenta por ciento de ciudadanos por debajo de la línea de pobreza y que la derecha, honestamente, enfocará siempre sus propuestas en beneficio de los que tienen más, no lograrían muchos votos de esa masa electoral si les mostraran abiertamente y honestamente sus propuestas.
Conclusión:
Es claro, entonces, que el presente debate electoral se está ambientando entre el honestismo de quienes tomaron la supuesta lucha contra la corrupción como caballo de batalla, de un lado, y el miedo que intentan sembrar quienes no tienen otra forma de ganar el favor del elector sino haciéndole temer a sus fantasmas, del otro lado. En consecuencia, es necesario que los electores tomemos conciencia de esta situación y le exijamos a nuestros candidatos, de todas las orillas, que se supere el clima enrarecido y las falsas temáticas de campaña y nos muestren, por fin, sus programas y propuestas con que buscarán superar los verdaderos problemas del país de llegar a ser elegidos. Por supuesto, sin desconocer que uno de esos problemas es la corrupción, pero no el único ni el más grave. Ah, y también que le bajen al tono, ya que cuando se mantiene mucho tiempo un tono tan alto se termina, por lo general, desafinando o, lo que es lo mismo, produciendo un discurso desagradable.