ElCambioEsUrgente es el lema de la semana por el Ambiente convocada por dos plataformas ambientales nacionales que reúnen decenas de organizaciones ambientales locales de todo el país: la Alianza Colombia Libre de Fracking y el Movimiento Nacional Ambiental. El cambio es urgente es un grito polifónico y ubicuo. Es también el de los pueblos indígenas: hace 10 años, la Onic reportó que al menos 10 pueblos tenían menos de 100 habitantes. ¿Cuántos de ellos sobrevivirán hoy? El cambio es urgente lloran todos los movimientos sociales que pierden a sus líderes por una violencia sistemática e impune. El cambio es urgente es el llamado de los parientes de las más de 17.000 personas que mueren cada año por la contaminación del aire. El cambio es urgente ha sido el clamor de los 7 millones de desplazados climáticos en el mundo en 2019. El cambio es urgente dirían, si hablaran las lenguas humanas, los corales que se blanquean en el mar y los jaguares, dantas, titíes amenazados de extinción.
El dolor y la injusticia en cada uno de estos gritos tienen la fuerza para conmover a cualquier persona, movilizar a una sociedad y poner contra las cuerdas a un gobierno. Pero eso no ha ocurrido. Pareciera que el ruido estridente de nuestra forma de vida y de organización económica y cultural ahogara estos llamados antes de que toquen alguna fibra de nuestra sensibilidad y sacudan las creencias que sostienen nuestra vida en una sofisticada comodidad y seguridad. La crisis que nos confinó nos reveló nuestra real vulnerabilidad y nos dio algo de silencio, no solo para escuchar estos gritos, sino para identificarnos con ellos. Ya no son marginales las voces de quienes claman por un cambio para salvar su vida. Usted y yo vivimos la zozobra de existir en un mundo en desequilibrio y degradado, donde los virus y los eventos climáticos seguirán desatando crisis con escenarios distópicos.
#ElCambioEsUrgente es un imperativo frente al que cada vez se erigen más propuestas políticas en varios continentes. Las intenciones institucionales llegan casi siempre cuando las sociedades, en gran medida impulsadas por movimientos de base, ya han transformado sus narrativas y sus referentes. La crisis sanitaria actual ha contribuido a acelerar estos cambios de perspectivas que, de alguna manera, dejarán atrás una época. Los símbolos que hicieron brillar con luces de neón los anteriores tiempos empiezan a verse ahora obsoletos e innecesarios: ¿para qué tantos carros, cemento y autopistas? ¿Qué sentido tiene acumular corbatas, ropa y joyas? ¿Por qué vive tanta gente en las ciudades que son tan frágiles?
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Una nueva era se viene cociendo desde los clamores y los gritos, pero también desde millones de personas que hacen las cosas desde otras lógicas
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Una nueva era se viene cociendo desde los clamores y los gritos, pero también desde millones de personas que hacen las cosas desde otras lógicas, subvirtiendo o al menos tomándoles del pelo a los códigos culturales y económicos imperantes, especialmente los de acumulación y competencia. Gente que se organiza para vivir sabroso, como los campesinos y pescadores de Asprocig en Córdoba, con efectos colaterales como la eliminación total del hambre, la alimentación saludable agroecológica para las familias, la recuperación de miles de semillas propias y una cultura donde cada finca tiene al menos 80 especies distintas. O quienes se resisten a ceder los acueductos comunitarios a los grandes emporios que los quieren absorber, porque saben la importancia de mantener estas formas de organización social que cohesiona a la comunidad y se preocupa por toda la cuenca.
Muchos movimientos ambientales y territoriales de base en Colombia ya han abierto caminos para los nuevos tiempos. Han madurado reflexiones políticas y narrativas que ponen la vida en el centro y alrededor de ella se articulan los procesos sociales: la Vida en mayúscula, una que es saludable, diversa y rica; la vida de todos los seres y de las culturas. Han logrado procesos democráticos inéditos: sin tamales ni maquinarias, las consultas populares que protegen al territorio han contado con participación masiva y muy consciente en varios municipios. Estos movimientos han probado, además, que el agua puede ser el eje articulador de sociedades divididas por parámetros con frecuencia foráneos, como el espectro de izquierda – derecha, las actividades económicas o las formas de llevar el pelo. Han encontrado expresiones nacionales que unen procesos locales de rincones muy diversos, como en la Semana por el Ambiente que está corriendo.
Las líneas que dividen los propósitos ambientales, con gran frecuencia, vienen de las abstracciones de las grandes ciudades, lejos del agua que se cuida, en donde se ponen etiquetas llenas de cargas peyorativas y exclusiones como los que son expertos y los que no. Estamos dejando atrás una era, pero para entrar en mejores tiempos, hay que superar otro valor antiguo ya caduco: el centralismo y toda su pedantería paternalista. Los nuevos tiempos reclaman el respeto a las autonomías locales, un atributo de la dignidad y una necesidad para la regeneración de la vida.
¿Para qué tantos carros, cemento y autopistas? ¿Qué sentido tiene acumular corbatas, ropa y joyas? ¿Por qué vive tanta gente en las ciudades que son tan frágiles?