El bombardeo donde cayó Cadete se dio en las inmediaciones de los ríos Camuya y Yarí en plena zona selvática. Supongo que a estas alturas no debe haber vestigio de la carretera, que en los tiempos del Plan Patriota comunicaba los bloques Oriental y Sur de las FARC. La vía, cuya construcción en medio de la selva tardó varios años, seguramente se llevó con el monte que debió invadirla, el recuerdo de las incontables marchas y frecuentes combates en los que las distintas compañías móviles de la guerrilla se batieron centenares de veces con las tropas oficiales.
A la orilla de ella estaban establecidos los campamentos de las distintas unidades guerrilleras. Y más tarde, cuando las brigadas móviles penetraron a la selva, los sitios que escogían los batallones para aposentarse por un par de días o simplemente pasar una noche, en medio del juego del gato y el ratón que libraban con las FARC. Cada bando se empeñaba en ubicar y preparar el asalto de la fuerza contraria en una jungla plana de centenares de kilómetros cuadrados.
No creo que haya en los archivos de la inteligencia militar una zona más registrada. Cada río, cada quebrada, cada caño debe figurar con sus coordenadas exactas en los mapas. E incluso debe estar fotografiado desde el aire. En aquellos tiempos, se nos explicaba que la tropa al pasar dejaba instaladas cámaras ocultas en los troncos y las copas de los árboles, que le permitían detectar el paso posterior de las unidades guerrilleras. Así planeaban los bombardeos.
Carretera arriba del Camuya, en un sitio que los guerrilleros llamaban Cristales, logró permanecer emboscada durante una decena de días, una patrulla del Ejército que esperó pacientemente y en la clandestinidad total el paso de Manuel Marulanda o el Mono Jojoy por la vía. Era cierto que ellos la frecuentaban en su visitar cotidiano a distintas unidades guerrilleras de la zona. Las tropas penetraron por vía aérea selva adentro, y luego rompieron hasta la carretera.
Nadie se esperaba una incursión así. Se suponía que el Ejército avanzaba desde la sabana hasta el borde de la selva, y que luego penetraba a ella en busca de la carretera y la guerrilla. Ninguno imaginó que podían desembarcar kilómetros a la espalda y avanzar por tierra. El plazo de los emboscados debió vencerse, porque se retiraron subrepticiamente hacia la sabana sin ser detectados. Solo una casualidad permitió conocer el hecho.
De alguna unidad de la guerrilla se desertó un muchacho, que en su huida tomó carretera arriba. Para despistar a quienes pudieran seguirlo, se turnaba un tramo por la vía y otro a campo traviesa. Apercibidos de su treta, los rastreadores se metían a buscar su trillo en el monte aledaño. Fue así como se toparon con el rastro de la emboscada recién abandonada. Los detalles dejaron asombrados a los mandos del Bloque, y en particular a El Mono.
Se podían contar los nichos en donde habían permanecido tendidos durante días los soldados de la contraguerrilla. La emboscada era larguísima. Al marcharse se llevaron consigo los explosivos, pero en cambio dejaron abandonados los cables del minado. Aparte de todo lo que puede dejar una tropa que se retira apresurada, gorras y otras prendas militares, latas de comida, papeletas de fresco, basura. No cabía duda, habían estado cerca de coronar su propósito.
Cuando el grueso del Ejército penetró a las selvas del Yarí, lo hizo empleando el curso de las aguas que de la sabana buscaban el río. En su lenta marcha hacia el Bloque Sur, El Mono iba dejando compañías móviles, grupos de aproximadamente cincuenta guerrilleros, que esperaban a las tropas para hacerles frente y cobrarles cara su osadía. De adelante podía escucharse el estruendo de los combates y los bombardeos. Cuántas muchachos y muchachos quedaron allí para siempre.
El propio viejo Manuel pasó en las cercanías al río Yarí, a un lado de la carretera, uno de los episodios más duros de su vida guerrillera. Era junio de 2004. Él nunca se trasladaba a otro sitio sin que el nuevo campamento estuviera casi terminado. Para ello destinaba grupos de sus muchachos. Al parecer la fuerza aérea detectó el movimiento de las canoas que iban y volvían del sitio. Marulanda recién se había mudado cuando sobrevino el terrible bombardeo.
Cincuenta bombas gigantes molieron el campamento y su entorno. Pero Manuel y su compañía lograron salir indemnes de aquella dramática experiencia. En realidad el viejo no quería moverse del campamento donde estaba. Pero El Mono lo convenció de hacerlo, tenía mucho tiempo ahí y la tropa avanzaba. Podían asaltarlo. El bombardeo acaeció en el nuevo sitio. Manuel nunca dejó de reprocharle a El Mono el haberlo presionado a cambiar de campamento.
Para ello, El Mono se había valido de mensajes radiales al resto del Secretariado, que le escribían a Marulanda recomendándole también moverse de lugar. El viejo lo había hecho a disgusto. Con tan mala fortuna que lo bombardearon donde se situó. Desde entonces, a manera de protesta, optó firmar sus mensajes con las letras J.E., que querían decir Judío Errante, en lo que lo había convertido el Secretariado con sus recomendaciones de moverse.
Entre el Camuya y el Yarí esperaba El Mono por aquellos días tres camionetas Toyota cargadas de TNT, granadas de mortero y otra artillería fabricada en los talleres de explosivos del Bloque. De repente, en la mañana, escuchamos una tremenda explosión. Cuando unas horas más tarde llegaron dos camionetas, sus ocupantes contaron aterrados que en un bache de la vía, la camioneta de adelante había brincado y volado en mil pedazos.
El conductor y su compañera, una indiecita del Sur, habían sido desintegrados por la detonación. El hecho nos estremeció a todos. Se dispuso descargar las otras dos camionetas y asegurar ese material en el monte cercano. Un par de días después sobrevino la orden de trasladar ese polvorín, por lo que varios guerrilleros fueron destinados a sacarlo al hombro hasta la carretera. Uno de ellos descargó un bulto con fuerza. Se oyeron detonar dos estopines, como disparos de fusil.
Enseguida estalló todo el explosivo acumulado. El muchacho desapareció por completo. Aparte del terrible hecho, nos movía la preocupación de que aquellas poderosas explosiones debían haber sido escuchadas por las patrullas del Ejército que se aproximaban. Una información gratuita acerca de nuestra ubicación. Algo que podía costarle la vida a muchos otros. La guerra arreciaba, y con ella los accidentes e incidentes menos esperados.
Como cuando llegamos al Yarí y El Mono dispuso de una exploración de 26 mandos hasta el río Caguán, en la idea de preparar una emboscada a la Infantería de Marina. Un par de horas después, la exploración que se movía por la selva virgen, chocó con una de esas patrullas que días atrás habían desembarcado selva adentro y que ahora buscaba la salida a la civilización. Después del susto fueron enviadas varias compañías móviles a golpear esa tropa.
Pocos saben lo rápido que corría una patrulla de la contraguerrilla cuando se sabía seguida por varias compañías de las FARC en la selva. Así que fue imposible darle alcance. Otra vez, una exploración de la guerrilla halló el rastro de un sitio donde había dormido el Ejército la noche anterior. Por cada uno de los cuatro flancos había 20 centinelas distanciados entre sí 20 metros. 160.000 metros cuadrados tenía el acampadero de por lo menos 1800 soldados.
De haberse producido el encuentro de la gente que marchaba con El Mono y esa tropa, se habría cumplido la madre de todas las batallas. En una selva donde en sus aguas era frecuente hallar güíos que medían más de diez metros y producían escalofríos al mirarlos. Donde cazábamos dantas para consumir carne y los pescadores volvían en las tardes con centenares de peces. Parajes que se inundaban kilómetros a lado y lado de los ríos durante el implacable invierno.
Cadete no estuvo con nosotros por aquellos días. Creo que estaba por el Frente 16. Un hombre bravo, sin duda. Que no pudo asimilar una vida diferente a la que llevó en las FARC durante más de treinta años. Y que intentó repetirla, sin las FARC y sin la capacidad ideológica y política que eso entraña. Estimulado equivocadamente quizás por otros sin sus pantalones. Su sueño se hundió para siempre en el Yarí, intentando reeditar una leyenda única e irrepetible.