El voto útil: las conveniencias priman sobre los principios

El voto útil: las conveniencias priman sobre los principios

A un mes de las elecciones puede hacer una diferencia, eso sí ligado a una alternativa que una y que no polarice

Por: Jorge Enrique Esguerra Leongómez
abril 30, 2018
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El voto útil: las conveniencias priman sobre los principios

Se supone que los partidos políticos se diferencian por sus programas y que sus seguidores se sienten identificados plenamente con ellos, por lo que se infiere que esa es la razón por la que depositan el voto en las diferentes elecciones, es decir, que actúan por convicción. Pero la realidad en Colombia está muy alejada de esa conjetura, porque lo que impera es el tráfico de conciencias, por lo que las mayorías, desinformadas o mal informadas, y además inmersas en el mundo prevalente de la corrupción propiciada por quienes siempre han ganado y gobernado, actúan no por adhesión a unos principios, sino por conveniencias. ¿Qué nos van a dar? es la pregunta habitual de muchas gentes necesitadas, para quienes alguna insuficiencia inmediata tiene todo el valor y las cuestiones programáticas de los partidos no cuentan para nada; y también la de ‘prestantes’ y nada necesitados ciudadanos —políticos y contratistas—, a los que los principios los tienen sin cuidado porque van tras la mermelada y las grandes inversiones en campañas electorales, para que les dé réditos cuando gobiernen. Así actúan las maquinarias, tan decisivas en los comicios de siempre.

Esa manera de comportarse predomina en las elecciones que eligen cuerpos colegiados, pero en los sufragios para escoger presidente, aunque también está presente el clientelismo de las maquinarias, existe otra forma de manipulación que incide abrumadoramente sobre el llamado ‘voto libre’ o ‘voto consciente’, que ha imperado desde que las encuestas de opinión se crearon con el objeto de direccionar al votante hacia determinados candidatos: es el conocido ‘voto útil’, que opera en pro de los aspirantes que lideran las encuestas, por lo general depositarios de posiciones presuntamente contrapuestas, que hace que si alguien no se siente identificado con esa polarización escoja al final, no la del que pueda apoyar por convicción, sino la de quien pueda derrotar al aspirante que más miedo le da en esa confrontación.

Acordémonos de cuando los electores escogían candidato movidos por el pánico que les representaba el contrincante rojo o azul, más que por su convencimiento en unas ideas partidarias; y recientemente se ha iniciado una nueva forma de polarización política, ya no entre liberales y conservadores, sino entre caudillos: Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. ¿Pero no fue el primero quien puso al segundo en el 2010, y acaso no se han puesto de acuerdo los dos en todas las peores políticas que les niegan a las inmensas mayorías los derechos fundamentales? Porque en lo único bueno que requería de verdad un pacto nacional, la consecución de la paz para el país, esos dos mandamases se enfrentaron con encono dividiendo a los colombianos entre el SÍ y el NO, mientras ocultaban que a las campañas de Santos, en 2010, y a las de Zuluaga y Santos en el 2014 las había sobornado la multinacional Odebrecht, corruptelas que después de que fueron descubiertas en Estados Unidos siguen veladas mediante un “pacto de impunidad” vergonzoso, con la complicidad de la Fiscalía. En otros países han caído presidentes por esa misma razón, pero en Colombia no pasa nada, y la pugnacidad partidaria contribuye al ocultamiento de la corrupción imperante que se ha enquistado en el sistema político colombiano.

En estas elecciones el papel protagónico de las agencias encuestadoras comenzó a manifestarse con el enfrentamiento entre Iván Duque y Gustavo Petro, entre las que llamaron los medios “derecha” e “izquierda”  respectivamente, cuando esas dos fuerzas se midieron en las consultas del 11 de marzo; polarización que ha condicionado a los encuestados a encuadrarse en uno de los dos bandos antagónicos, es decir, en el 'voto útil', y es la que mejor encaja en la entronización del nuevo miedo mutuo: ¡cuidado con el castrochavismo!, gritan de un lado, y ¡qué pavor los paracos de la caverna!, desde el otro. La misma historia de décadas de confrontación partidaria basada en el terror al contrario, en la rabia, la venganza y el ultraje. Campaña basada en el fanatismo, donde las razones no cuentan y los programas se diluyen entre los agravios de las barras bravas que ya se han salido de las redes sociales a las plazas públicas.

Así se configuró la actual polarización que domina el escenario para escoger presidente. De un lado está el que puso Uribe, Iván Duque, y del otro, llenando el vacío que dejó el desastre del gobierno de Santos, Gustavo Petro pasó a capitalizarlo de manera oportunista. Porque se suponía que ante la pugnacidad de los supuestos contrarios representados por los mismos de siempre, debía surgir una fuerza alternativa que develará sus prácticas corruptas e inequitativas, y que propendiera a reconciliar y a unir a las inmensas mayorías, única forma de derrotarlos. Es decir, una convergencia —que han pretendido llamar “de centro”— no basada en el miedo al otro, sino en la afirmación de los principios programáticos que necesita el país para salir del desgobierno y el atraso en todos los campos. Esa fue la opción que presentó la Coalición Colombia con Sergio Fajardo, mediante la unión de tres fuerzas distintas pero identificadas con ese objetivo. Pero el exalcalde de Bogotá escogió la que continúa dividiendo al pueblo colombiano, ubicándose en uno de los extremos, el del antiuribismo, no sujeto a unos principios que nunca ha tenido, sino por conveniencias del momento. Porque no hay que olvidar que Petro en otros tiempos posaba de 'moderado' y 'de centro' (2008), o aliado del fanatismo religioso que representa Alejandro Ordóñez cuando votó por él para Procurador en 2009, o cuando hizo acuerdos con Santos en el 2010 y lo apoyó en las dos vueltas del 2014. Por eso no es extraño que haya ocupado la trinchera opuesta que aún no logra ocupar Germán Vargas Lleras con toda la maquinaria santista.

Las ciegas conveniencias electorales están signadas por la aprehensión, y los electores con pánico son fácilmente inducidos a la manipulación para que se refugien en la falsa tolda que los proteja del odiado enemigo. Y por eso no ponen atención a los programas, menos a los de los partidos que no están en esa pugna irracional. Por eso, cuando el candidato Sergio Fajardo centra sus propuestas programáticas en aspectos que puedan unir a los colombianos con convicción, como “la educación como motor de la transformación social”, es tachado de “tibio” precisamente porque no se enmarca en la polarización imperante. Y cuando exige que se actúe con principios y que no se recurra al “todo vale” poniendo todo el énfasis en la lucha contra la corrupción, es atacado por los candidatos que lideran las encuestas precisamente porque les da pánico que esa lucha oculte los réditos que les da la pugnacidad con la que actúan. Así se retroalimentan, así avanzan en las encuestas y así lo saben los contendientes. Ya lo dijo Petro sin pudor: "A medida que yo crezco, voy arrastrando a Duque también”.

Por eso, quienes se guían por las encuestas para que ellas los orienten en cómo votar en la primera vuelta para ubicarse por conveniencia, 'no perder el voto' y tratar de subirse al bus de la victoria, debían también considerar lo que los mismos sondeos pronostican para la segunda vuelta: que Petro no es capaz de vencer a Duque por su altísima desfavorabilidad, pero en cambio Fajardo sí lo puede hacer porque es el que menos resistencias tiene entre todos los candidatos. Así, a un mes de las elecciones, el 'voto útil' en últimas puede contar, pero ligado a una alternativa que una y que no polarice, a unos principios que con realismo político hagan posible las transformaciones que necesita Colombia.

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