No es un secreto que el país enfrenta una crisis política, social, económica y ambiental. Los recientes hechos como la tasa de dos dígitos del desempleo, la corrupción que ha permeado todas las esferas del país, la deforestación, la mala calidad de la educación, el abandono estatal de algunos municipios, la inseguridad y la violencia que ha regresado, entre otros, han aumentado la incertidumbre de los colombianos.
Estamos a seis días de elegir gobernadores, alcaldes, concejales, ediles y diputados, y nuestro país no parece aprender. Las encuestas realizadas en las diferentes ciudades apuntan a que llegarán al poder los que hacen parte de las maquinarias políticas del país, que a punta de terrorismo y miedo sin fundamento logran obtener los votos suficientes para llegar al cargo al que aspiran y continuar desangrando los recursos de la nación, aprovechándose de la inocencia de la gente.
Para ser más claro, La Guajira, una tierra hermosa de lindos países y de tradiciones, lastimosamente hoy ocupa el penoso puesto de ser el segundo departamento más pobre del país. Todo por culpa de la corrupción y la mala elección de sus habitantes. Según lo señaló Caracol Noticias, en este departamento hay inscritos seis candidatos, pero los tres más opcionados tienen nexos con casas políticas y padrinos con un oscuro pasado. Entonces, ¿qué garantía le puede dar la elección de estas personas al departamento? Claramente ninguna, probablemente seguir en el olvido y el abandono, seguir viendo cómo mueren los niños de hambre, cómo pasar trabajos para conseguir agua, entre otras tristes situaciones, mientras que ellos siguen llenando sus bolsillos.
Así se repite la historia en los diferentes departamentos, comprando votos y haciendo triquimañuelas para salirse con la suya. Sin embargo, somos nosotros los principales culpables, por algo es común escuchar a los colombianos decir “que robe pero que haga algo”. Esta frase es la que nos ha costado un avance y un progreso. En consecuencia, en nuestras manos está escribir una nueva historia, olvidarnos de un tamal o una cara bonita. Debemos empezar a ser conscientes de que los poderosos pueden dejar de serlo si no les damos nuestro voto, si empezamos a exigirles el cumplimiento de sus promesas, si dejamos de quejarnos por las protestas que realizan los estudiantes o las centrales obreras y más bien nos unimos y los apoyamos... porque al final seremos todos los beneficiados o los perjudicados.
