El hilo conductor de los cambios políticos recientes en las sociedades latinoamericanas ha sido la movilización urbana. Conjugado con las crisis económicas de la posguerra y a otro fenómeno de liderazgo político muy nuestro, el caudillismo, y a una institución siempre presente en todos nuestros países, incluido el nuestro, el ejército, dio origen al ascenso de las clases media al poder: Perón, Getulio Vargas, Velasco Ibarra. Populismo, se dio en llamar ese fenómeno, que es muy alejado de la caricatura que hizo alguna vez el expresidente López, cuando dijo que populismo era ver al presidente Rojas Pinilla con una zanahoria en el bolsillo diciendo que iba a bajar el precio de los alimentos.
Populismo es una categoría sociológica o quizás política. Significa el ascenso de las clases medias latinoamericanas al poder. La consagración del poder político de las urbes sobre el poderío de las élites rurales. Es lo que ayer dio origen a los Lula, Kirchner, Morales, etc. de hoy.
Colombia es un caso de ese fenómeno truncado. Primero con Gaitán, heredero de las reformas de López Pumarejo. Después con Galán. Ambos tenían en común un discurso modernizante y un apoyo unánime de los habitantes de las ciudades. “El apogeo y Crisis de la República Liberal”, denominó en un inspirado libro, quizás el mejor que se haya escrito sobre Gaitán y esos días aciagos, el profesor Antonio García Nossa, un observador privilegiado de esos días, como que era asesor económico del caudillo.
Toda la historia política desde el siglo pasado ha girado en torno al paso de este país a la vez feudal y gansteril a la modernidad, desde la violencia rural por las reformas agrarias de los años veinte hasta la violencia paramilitar de hoy revestida de agroindustria cañera o aceitera. El despojo es el mismo, como lo es el predominio político de las élites rurales a través del clientelismo. Situación que se refleja en la cooptación del poder judicial, primero con la justicia laboral y después hacia las otras esferas del derecho.
Unos cortos veranillos han dejado vislumbrar un horizonte nublado, la constitución del 91, una que otra alcaldía o gobernación lograda por otros diferentes a los políticos de siempre, diez o doce años de una corte constitucional que trajo principios del derecho moderno, y conceptos muy diferentes al que nos acaba de entregar un presidente de un alto tribunal en un fallo de hace dos días, según el cual las chuzadas a la Corte Suprema eran legales, porque había sospechas (¡).
Hoy el voto en blanco está a punto de derrotar a un Santos tambaleante y a otros candidatos que no convencen a nadie. Quizás más por azar, pero sin duda será otro paso en la dirección correcta. El voto en blanco es la oportunidad de poner al ciudadano en el centro del escenario político. Populismo dirán, pero es lo correcto. Después veremos.
