Un fantasma recorre al mundo: es el fantasma del coronavirus. El virus es miedo, aislamiento, distancia, frontera, supresión, eliminación, fragilidad, clasificación, militarización. El virus elimina al otro, al prójimo. Elimina el cuerpo, el rostro, el afuera, el extranjero. Su vacuna es la huida del otro.
El virus mata, trastorna, desarticula, rotura, paraliza, ralentiza, cuestiona, desafía. El virus no discrimina; iguala en medio de la diversidad. Infecta a presidentes y campesinos, a monjes y asesinos, a orientales y occidentales. El virus es globalización.
El virus es acontecimiento, espectáculo, otredad, alteridad, hospitalidad. El virus es un virus político sobre el cuerpo. El virus llegó al cuerpo, lo puso a trabajar, definió su modo de reproducción, creó un lenguaje, se volvió ficción. A través del virus el poder gestiona la vida y la muerte.
El virus es un virus social, de países, de clase, de género, de raza. Cuestiona el orden establecido, subvierte la cultura y el discurso. El virus es inmunidad y comunidad al mismo tiempo. Es estar prevenido contra las enfermedades que vienen de los otros y es pertenecer a un grupo social que comparte reglas con los otros.
El virus es un virus económico. Las autoridades obligan a aislarse en la casa, pero muchos no tienen casa: ¿dónde se aíslan? Otros tienen que escoger entre confinarse o salir a buscar la comida del día, a riesgo de contagiarse: ¿es mejor morir de hambre que de gripa? Mientras tanto otros incurren en exceso de extracción, producción y consumo, afectando el medio ambiente.
El virus es un virus mental. Exige vacunarse contra el odio, contra el egoísmo, contra la insolidaridad, contra la envidia, contra la vanidad, contra el desamor.
En fin, ¿qué sé yo? El virus quizás podría cambiar el mundo en términos políticos, económicos y culturales. Pero es en todo caso una oportunidad para repensar entre todos un nuevo mundo fraternal y sostenible.
