“La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás" (Voltaire).
A estas alturas, luego de que Colombia “descubriera” el virus del COVID-19 en sus fronteras, de escuchar las mil y una teorías de conspiración, de estar alternando entre medidas sin ton ni son emanadas desde el gobierno nacional hasta los gobiernos locales... y tras tanta desinformación o sobrecarga de datos, con una economía hecha trizas y con un desempleo perverso, la gente se pasea a sus anchas en las calles indiferente a un virus microscópico entre los millones de otros microorganismos que pueblan este planeta que está condenado a las peores desgracias por culpa de un virus mucho peor... un virus que no tiene más remedio que el simple sentido común, el respeto al derecho ajeno y la lógica de una vida signada por principios elementales... un virus que se desplaza impune por las calles, que habita en las grandes concentraciones humanas y que, en muchas ocasiones, ha causado más víctimas que cualquier pandemia. ¡Ese virus es el de la estupidez!
Todos somos estúpidos en mayor o menor medida, no hay excusa para eso; cometemos errores derivados de esa misma condición. Es como mentir, todos, en cantidades variables mentimos frente a algunas circunstancias. No somos perfectos, no tenemos cualidades divinas y por tanto estamos expuestos al fracaso y al error. Pero cuando la estupidez atenta contra la existencia o los derechos ajenos se convierte en un elemento delicado, en una fuente de miseria y es una condición perversa frente a la calidad de vida de los demás.
Cuando el virus de la estupidez es superior a un microorganismo como el COVID-19 o cualquier otro que afecte la salud humana es necesario entender que contra la memez no hay antídoto o vacuna; que ese virus puede afectar al más eximio individuo (cubierto de títulos profesionales) hasta el más humilde de los seres humanos.
Es estúpido que los representantes políticos de cualquier país se enriquezcan groseramente disfrutando de impunidad y sinecuras, pero más estúpido es ver como la población los mira con reverencia o se desgasta defendiendo a dichos individuos mientras ellos siguen aferrados a sus cuotas de poder y a ser considerados como “líderes carismáticos”.
Es rayano en la necedad luchar contra la corrupción y marchar vociferantes en el espacio público y luego ir a colarse en el trasporte urbano o ir a grafitear consignas en las paredes y vitrinas de negocios y residencias para demostrar y sostener “su libre desarrollo de la personalidad”, y, además, destruir inmisericordemente los bienes de uso común o privados tras la excusa de la gloriosa revolución y la infinita idiotez del mal entendido “derecho a la legítima protesta” que es uno de los tanto derechos que se vomitan desde cualquier tarima ideológica pero que poco se entiende o se práctica con verdadera razón o sin afectar los otros derechos de los demás ciudadanos.
Se demuestra la torpeza al hablar de inclusión o de lo políticamente correcto mientras se pisotea el derecho de algunos con actitudes rayanas en la intolerancia, lo vulgar y el mal gusto.
Mientras los majaderos de la opinión y la política se encumbran en cargos de elección popular y demuestran su incompetencia administrativa culpando a otros (igual de mediocres), las personas los refuerzan manteniendo una actitud indolente y abusiva, irrespetando la tranquilidad y el derecho básico de convivencia de los demás.
El único derecho que parece imperar es el “derecho a ser idiota”; el mayor recurso de la nación es la del Producto Interno Bobo y el compromiso de incordiar a los demás con un pensamiento egoísta donde predomina la falta de respeto, la insalubridad y la apatía total frente a los mínimos deberes ciudadanos.
Pero lo peor es que la idiotez si es una pandemia; tiene miles de años haciendo estragos en la humanidad. Su síntoma más distintivo es una total falta de sentido común y su colateral la indisciplina infinita, sus secuelas son miseria, infelicidad, desorden, conflictos, corrupción y cualquier elemento que atente contra la calidad de vida de los individuos.
Ese virus ha estado presente en los peores conflictos, se magnifica cuando lo sufren los políticos en cargos de poder y gran responsabilidad, se siente cuando a tu lado un memo escucha su reguetón a todo volumen, se sufre cuando enfrentas la burocracia infinita del estado, te infecta cada día cuando descubres que nadie respeta las normas de convivencia más simples. No hay cuarentena posible, no se avizora algún remedio.
¿O sí?, tal vez la toma de conciencia sea una medida, tal vez la alteridad sirva para evitar afectar al otro respetando sus derechos, es posible que asumir la vida con responsabilidad ayude a evitar más desgracias derivadas del virus de la estupidez. Es posible, podría ser, que entender que el sentido común, la lógica de vida y la búsqueda del conocimiento ayude a salvar a la humanidad frente a esta pandemia que no ha cesado de dar sufrimiento a la humanidad desde el momento en que el primer acto de idiotez le ocasiono infelicidad a un ser humano.