La Universidad Distrital recoge en su ethos la formación en el conocimiento y la ampliación de este último a través de la investigación. Incorpora la ética del discurso que es el encuentro con la verdad y se apertrecha en la lógica de la ciencia, la de buscar paradójicamente el error, solo para superarlo y abrir nuevos horizontes en el saber.
Si el ethos le dicta el sentido a su existencia, las metas le trazan la orientación a su proyecto, el de sus realizaciones en los campos de acción que caracterizan a la educación superior, ese derecho del que son acreedores los jóvenes colombianos.
La cobertura, la oferta académica y el aseguramiento de la calidad configuran el plano múltiple sobre el que se despliega la acción autónoma de la institución. La primera es la sumatoria de su población estudiantil. La oferta o pertinencia aflora en los pregrados y posgrados, ese agregado de las carreras con toda su variedad y colorido. A su turno la calidad está integrada por los factores que dan realce a los procesos educativos.
La población creció en 3.828 nuevos educandos entre 2017 y el primer semestre de 2021, lo que representó un aumento del 13.6%, pura democratización social. En materia de pertinencia, la Universidad ofrecía 77 programas en 2017 y hoy dispone de 91, un alza en la oferta del 18%, nada despreciable para acentuar la pluralidad y diversificar las alternativas profesionales. La calidad, por su parte, está acompañada por indicadores objetivos de medición, ajenos al capricho de las opiniones pasajeras. En su conjunto, la Universidad posee la acreditación institucional y en particular, 26 de sus programas han recibido esa certificación de alta calidad.
Una calidad que es reforzada por dos capítulos académicos: la formación doctoral de los docentes y la calificación de los grupos de investigación. En 2017 eran 176 los doctores entre los profesores de planta y ahora son 242. El número de grupos de investigación categorizados por el Estado, los que participan en las convocatorias de MinCiencias, ha subido de 116 a 122 en los últimos 3 años; y aquellos de más alto rango, A y A1, saltaron a 40 cuando hace muy poco eran apenas 33.
Afirmar o siquiera sugerir frente a estas cifras que la Universidad ha retrocedido tiene un doble inconveniente. Es algo contraevidente, por la ausencia de hechos que lo respalden y como argumentación es una falacia. Al contrario, reconocer los progresos es una actitud que abre la perspectiva para que el mínimo acumulado de conocimientos, la masa crítica, se traduzca en avances científicos, tecnológicos y creativos; camino nada fácil, claro, como no lo era el de Dante en sus recorridos por senderos estrechos y abisales; solo que para su fortuna contaba con un pedagogo asertivo e insustituible, el poeta Virgilio.
El mejoramiento en los indicadores misionales es la mejor demostración de que la Universidad es un proyecto en ebullición que avanza incluso en medio de las crisis, la que emergió por la corrupción, afortunadamente destapada por el propio Rector, también los desarreglos administrativos o las interrupciones que sobrevienen por los paros prolongados y últimamente la pandemia.
La gestión de las crisis ha proporcionado como antídotos la matrícula cero, naturalmente con la ayuda inapreciable de la Alcaldía de Bogotá y del Ministerio de Educación; un esfuerzo enorme en el que ha participado la Universidad que también se ha plasmado en bonos de apoyo alimentario y en un préstamo grande de tablets para la enseñanza no presencial. Este progreso evidente, se complementará con una infraestructura de la que harán parte el edificio de Ingeniería, el predio para Artes, la nueva ciudadela de El Ensueño y un espacio adecuado en el antiguo Hospital San Juan de Dios.