«¿No dizque que le gusta la rumba, bailar, desfilar en las fiestas, las mujeres lindas, el calor, sobre todo el humano? En Las Tres Cruces de Cali, allí vive el diablo» ('El diablo vive en Cali').
Cuando lo vi en el stand de Salsa y Literatura de Cali, en la Feria del Libro de Bogotá, lo asocié con un viejo bongosero cubano de alguna orquesta de cabaret hace muchos años desaparecida. Por su figura magra de músico de puerto y sus ojos de dromedario, seguro que a la pintora María Paz Jaramillo le inspiraría un óleo
Heraclio Parra Barona, vallecaucano, 86 años, fue vendedor de periódicos y revistas, cantó boleros y tangos en griles y escenarios de postín, ha sido oficial de albañilería, y con apenas cuarto de primaria, es autor de más de treinta libros de Salsa y melodía afroantillana, que ha escrito a pulso, con micro punta, en cientos de cuadernos que luego manda a levantar en computador, para enviar a sus correctores de confianza.
Parra Barona no aparece en los catálogos de las grandes marcas editoriales, ni en el boletín cultural del Banco de la República, ni en los archivos de prestigiosas publicaciones.
De su firma no dan razón periodistas culturales ni críticos de música. Todo lo que ha publicado ha sido por su cuenta, y en ese mismo tren ha vendido sus libros en el correcorre de la calle, los amigos y vecinos, el voz a voz.
-Don Heraclio, ¿usted dónde nació?
«En el barrio La Pilota, de Buenaventura, pero muy pequeño me llevaron a Buga. Después me fui a vivir del todo a Cali. Quíteme el don. Dígame Heraclio, como me conoce todo el mundo. ¿Ha oído hablar de La Pilota?», pregunta el escritor, que hace un corte en la conversación para atender un racimo de visitantes que han llegado a preguntar por sus títulos.
La Pilota que inspiró a Mutis
De La Pilota escribió en El País de Cali (octubre 9 de 2014) el periodista y narrador bonaverense Medardo Arias Satizábal, a propósito de una remembranza de Álvaro Mutis y sus afectos por el "bello puerto de mar" que inmortalizó en su rutilante página el maestro Petronio Álvarez:
«Mutis me preguntó una vez si todavía existía La Pilota, la que fuera la zona de tolerancia más asombrosa del sur de América. Le expliqué que La Pilota había desaparecido a inicios de los 70, cuando un alcalde decidió ir con la tropa y un hisopo para cerrar definitivamente este lugar que había sido comparado con el barrio chino de La Zanja, en La Habana».
«Los soldados descendían de un camión, mientras el alcalde, personalmente, sellaba los burdeles, y un sacerdote regaba agua bendita en las puertas».
«Las locas del lupanar, las coperas, los razoneros, las consuetas, y celestinas, los calanchines y chirimbolos, las putas de alta montaña, las mulatas y coquimbas, corrían calle abajo presas de pánico, mientras la voz corría por el puerto como una serpiente de fuego: '¡Se acabo La Pilota!'».
«'Me encantaba dormir ahí, entre el calor y la charanga', me diría Mutis. Me pregunto si estas siestas juveniles del poeta, acompañado por pájaras complacientes, fueron en la casa de citas de Guillermo, en el Puerto Rico, en Aurora, donde se veía el mar y se tocaban tangos al amanecer:
Qué bien se baila sobre la tierra firme / mañana al alba tenemos que zarpar.
«O, donde 'La Che', aquella mujer que sólo iba a la cama con argentinos. Mutis conoció bien esa calle, lo constatamos ahora por las menciones precisas que hace en su novela 'Abdul Bashur, soñador de navíos': la calle en una loma, la más alta del puerto, por la que 'soplaba una brisa piadosa', era La Pilota».
«Ahí, además de una refinada prostitución enclavada en una cima que daba al mar, en una casa en la que solo aceptaban capitanes y oficiales de navío, estaba el bar conocido como 'La Barata', donde se dio inicio a lo que se llamó salsa en esta parte de Colombia».
«En las puertas de este lugar bailaba descalzo Watussi, un bailarín callejero con una cortada en la cara que inventó una forma de deslizarse. Los marineros arrojaban monedas y chiclet's a sus pies. Buenaventura, semilla de inspiración para Mutis, que habla en el lenguaje de los vaporinos».
Voceador de prensa
-Heraclio, ¿usted se habla con el escritor Medardo Arias?
-Claro, somos amigos.
-¿Y cómo es que Arias no ha escrito una línea sobre sus libros?
El viejo literato se tapa la boca y voltea la cara por un ataque de tos. Al rato se recupera y responde:
-Así es la vida. Pero yo sí he escrito de él. Con esto de los libros siempre ha habido recelos, intereses, envidias.
-¿Y de La Pilota hay algo escrito por usted?
-No, porque a mí llevaron chiquito para Buga, y eso se acabó en los 70. Y yo escribo de lo que veo, vivo y siento».
El diálogo se vuelve a interrumpir porque llegan otros interesados en las obras de Parra Barona, y él no tiene asistentes, ni agente literario, ni jefe de prensa, ni mucho menos editorial. Como dicen: "le toca cantar, silbar, aplaudir y cobrar al tiempo". Pero me alegra que llegue gente a comprarle sus libros, y a hacérselos firmar.
Vuelve y juega.
-¡Cómo es que con cuarto de primaria, usted ha escrito más de treinta libros!
-Es que yo fui voceador de prensa en Buga, y en Cali tuve puesto de periódicos y revistas. Leía todo lo que llegaba: El Tiempo, El Espectador, Vanguardia, las revistas Semana, Cromos, Life, Selecciones, entre otras. Así me fui formando en la escritura. Hasta que me lancé y le fui cogiendo el tiro.
-¡Por favor, Life!, venia en formato grande, abundante en crónicas y fotografías, y con tremendas firmas como las de Norman Mailer y Truman Capote.
-Ah, era una maravilla leer eso, y Selecciones, y los periódicos de antes. Es que yo leí y vendí las noticias de la muerte del torero Manolete y del crimen de Jorge Eliécer Gaitán, así por encima, para que haga sus cuentas.
-¿Ha sido lector de novelas?
-No, solo prensa. De pelado me gustaban las tiras cómicas. Había una revista especializada en eso: La Peneka, y las aventuras dominicales de El Tiempo: Tarzán, El Fantasma, Dick Tracy, Mandrake, el mago, todo eso. Ese era el entretenimiento a mano. Había gente que llevaba solo el cuerpo informativo y dejaba las tiras cómicas que venían en un cuadernillo. Después de leerlo, yo lo vendía a cinco centavos.
-¿Con qué libro se lanzó al agua?
-Con 'Santiago', la historia de un albañil que trabajó conmigo. Un tipo solitario, melancólico, cliente asiduo de prostíbulos, aferrado a la música antillana, al Trío Matamoros y a la Sonora Matancera. Murió de Sida. Se enteró que padecía el virus ocho días antes de su fallecimiento.
¡Azúcar y jalajala!
Persiste la tos del escritor, que vuelve otra vez al ruedo de la venta.
El parlante del stand despacha 'Acuyeyé', y una esbelta mulata curvilínea, de afro, le sigue el paso. Aprovecho para seguir ojeando los libros de Heraclio Parra Barona acomodados en el exhibidor.
Al son de 'Santiago', están las memorias de sesenta y una ferias de Cali, que data de la primera, en 1956, organizada por el gobierno distrital para apaciguar en diciembre el insufrible luto de los caleños, luego de la catástrofe ocurrida el 7 de agosto de ese año, cuando siete camiones cargados con 1053 cajas de dinamita explotaron en la ciudad, dejando como saldo 1.300 muertos, 4.300 heridos, y más de cien millones de pesos en pérdidas materiales.
Otro libro, 'Prostitutas alegres', semblanzas de las trabajadoras de griles y burdeles de Cali y Juanchito en distintas épocas, que según Heraclio controvierte el título de 'Memoria de mis putas tristes', de Gabriel García Márquez: «Yo, por respeto y prudencia, las llamo prostitutas, y enfoco el trabajo de ellas por sus vivencias en los antros y su relación con la música».
'Lo que no se ha dicho de Bobby Cruz y Celia Cruz, ¡Azúcar y Jalajala!', narra anécdotas inéditas de estos grandes pilares (la Guarachera, Bobby, con Richie Ray, por supuesto) que corrieron el telón de la salsa en la Sultana, en los albores de los 70, y desataron la incontrolable fiebre del "sonido bestial" que marcó para siempre a 'La sucursal del cielo'.
'El amor y el bolero' incluye 102 perfiles con los grandes intérpretes de todos los tiempos: Armando Manzanero, Javier Solís, Leo Marini, Don Lucho Ramírez, Pedro Vargas, Carlos Julio Ramírez, Alfonso Ortiz Tirado, Nelson Pinedo, Daniel Santos, Bienvenido Granda, entre otros.
'Hotel Aristi' y 'La Matraca', narran acontecimientos y reminiscencias de dos establecimientos icónicos del jolgorio, la bohemia y la idiosincrasia caleña.
El primero, en su época dorada, epicentro de la glamurosa vida artística y social, donde se alojaron por décadas rutilantes figuras de la música afroantillana, capítulo aparte las pomposas y concurridas fiestas, que a todo timbal se celebraban. Y, 'La Matraca', templo del bailarín, el son, el tango y la milonga.
Tarimas, chorro y bohemia
-Heraclio, no me equivoqué cuando lo vi, y sin conocerlo, lo figuré como un viejo y ya retirado hombre de orquesta.
«Tuve el privilegio, en el Club Colombia, de presentar a figuras de la talla de Olga Guillot, Juan Bruno Carranza, Luisito Rey, y de alternar como crooner de la Orquesta Pepe, con Machito, cuando él estuvo en Cali con La Lupe: eso pocos lo saben. Lo cuento en mis libros de la feria».
«También canté con Rafico Bolaños y con la Fórmula 8, orquestas de los años 60, cuando aún no se había impuesto la salsa en Cali, pero ya se oían pasos grandes».
«Nosotros interpretábamos porro, rumba, merecumbé, guaracha, boleros, que era otro de mis fuertes. En México estuve acompañado por el mariachi Vargas. En Venezuela también interpreté melodía romántica con tríos y orquestas».
«Es que hasta tango canté, porque en Buga me críe oyendo en la radio a Gardel, Magaldi, Hugo del Carril, y a los grandes boleristas, los argentinos y mexicanos, los de la Sonora Matancera. Fui por ocho años el cantante de planta del Club Campestre de Cali».
-¿Existen grabaciones suyas con las orquestas que lo acompañaron?
«No, qué va. Se vivía al día, o mejor a la noche, el horario del sentimiento, la rumba y la bohemia, y el trago, que nos llegaba gratis a la mesa, y del mejor, whisky fino».
-¿De qué vive hoy, Heraclio?
«De los libros, de vez en cuando. Pero sigo en el oficio de la albañilería. Ya no como para subirme a un andamio con batea de cemento, llana y palustre, sino como contratista de obra. Lo que salga».
-¿Pero tiene techo propio?
«El que dejaron mis padres en el Barrio Popular. Estoy reuniendo para hacerle reparaciones».
-¿Quién le corrige los libros?
«Antes los corregía Ernesto Fernández, escritor y editor, heredero de la Editorial Seriva, hasta que esta se acabó. Ahora los revisa un buen amigo, Luis Alberto Martínez, quien también trabajó en la editorial».
-¿Qué anécdotas guarda de Celia Cruz?
«Muchas, porque fueron varios los encuentros con ella desde que empezó a ir a Cali. La primera vez, ella llegó del aeropuerto con Alberto Beltrán, directo a RCN. Yo estaba pendiente afuera y les dije que les subía las maletas. Y así fue, me dejaron entrar. En cabina, Celia cantó Burundanga, y Alberto Beltrán 'El Negrito del Batey'».
-¿Tiene alguna anécdota con Daniel Santos?
«Pues cómo le parece que el 13 de junio de 1953, Daniel Santos estaba cantando en la emisora RCO (hoy Caracol Radio), cuando se produjo la noticia del golpe militar de Rojas Pinilla. ¡Y todos firmes! Tengo por lo menos 1.000 anécdotas que cuento en mis libros. Óscar D'León, tiene varios de ellos. Es mi amigo, desde cuando yo trabajaba en construcción en Caracas, y lo iba a ver con la Sonora Dinamita».
-¿Qué le falta por hacer, Heraclio?
«Vender los libros que me quedan para regresar contento a Cali».
El diablo en Cali
Llegan más visitantes a averiguar por libros. Algunos preguntan y pasan de largo, otros los adquieren gustosos con la firma del autor. Diana Moreno Ortiz, abogada bogotana y asesora de Colsanitas se lleva 'El amor y el bolero', lo hace firmar, y expone sus motivos:
«Vengo de familia salsera, llevo alrededor de veinticinco años con este gusto por la música afroantillana, inicié en este recorrido asistiendo a las fiestas de vieja guardia, y lo digo en tono jocoso porque comencé con lo más 'bravo', escuchando y aprendiendo de mambo, son cubano, guaguancó, danzón, chachachá, y a la par el baile. No soy coleccionista, pero conozco a varios cultores y melómanos, y cuando puedo, voy a la feria de Cali».
Heraclio le hace quites a la tos. Regresa de vender y firmar, y en su mirada de dromedario de agrestes caminos y arduas batallas, hay un brillo que delata su entusiasmo por la vida, sus libros, la música, por todo lo que ha hecho, pese a los tropiezos y la adversidad. En el remate de la conversa le lanzo la pregunta de cierre:
-Heraclio, ¿el diablo vive en Cali?
«Cómo que si qué, lo sostengo en mi libro. Vive a sus anchas por La Alameda, San Antonio, Las Tres Cruces, Barrio Obrero, por donde le huela a rumba, y por el Pascual Guerrero, cuando juega el América, y ni se diga con el alboroto de la feria».
Me despido de Heraclio. Le digo que me alegra haberlo conocido y de enterarme de su vida y obra, de su admirable lucidez, del trajín en su movida rumbera a sus 86 años. Pero también le recomiendo que se cuide de la tos.
"Ah, sí, gracias, esa se me quita con un chorrito de whisky, o con una aguadepanela con limón y aguardiente. Es que el cambio de clima ha sido muy brusco. Cuando vaya por Cali no olvide llamarme, por allá a la orden».
Y retorna Heraclio Parra Barona a atender otra entrevista, esta vez con un medio radial, mientras las notas al piano de 'Sofrito' se amoldan a sus pausados andares.
35 Feria Internacional del Libro de Bogotá. Pabellón Colombia.
Cali Ciudad Invitada. Stand 166. Salsa y Literatura.
Fotos: Ricardo Rondón