En los ochenta Adolfo Pérez era el presentador de deportes más importantes del país. Tenía 25 años y presentaba esta sección en el Noticiero Nacional. Sus compañeros lo recuerdan altivo, como si fuera el rey del mundo. No saludaba a nadie. Su éxito temprano se reflejaba en el suelo altísimo que tenía a principios de los noventa, veinte millones mensuales de la época. Además en el Gol Caracol marcó época. Junto a su fiel compañero William Vinasco Ch eran los encargados de transmitir las hazañas de nuestra selección o de futbolistas como Faustino Asprilla que se destacaban en Italia en esa época. El país lo conoció con el apodo cariñoso que le puso Vinasco: el joven Adolfo.
Por esa época Adolfo Pérez estaba feliz con su vida, tenía 30 años y la selección Colombia le permitía viajar por todo el mundo. Sin embargo entró a un periodo de su vida bastante oscuro, sobre todo al comienzo de este siglo cuando fue relevado de su cargo por Javier Hernández Bonnet. A partir de ahí estuvo en emisoras emergentes como en Todelar. Pero, paralelo a esto, se desembocó una espiral de descenso a los infiernos. El juego tuvo mucho que ver.
Es que Adolfo Pérez no dejó de jugar en su momento de gloria. Por el juego perdió todo lo que quería, las personas que amaba, lo que había conseguido en dos décadas de trabajo. Le costó mucho esfuerzo dejar a un lado este problema y volver a ser el que alguna vez fue: Adolfo recuperó su senda en el programa F90 de ESPN en donde dirige como en los viejos tiempos y es tratado por sus compañeros con la deferencia que se merece. Los demonios definitivamente quedaron atrás.