¿El viche está viviendo su mejor momento? No precisamente. Este auge es solo un espejismo y estos pueden ser los últimos días de nuestra bebida ancestral. El Viche es el centro de una guerra, cruenta, invisible y sin descanso, con siglos de antigüedad, que pasa por la persecución, la violencia, la apropiación, el espionaje industrial, los monopolios, las multinacionales y por supuesto, la esclavitud.
¿Qué es el Viche/Biche?
El viche/biche es una bebida alcohólica ancestral, elaborada por las comunidades afrodescendientes del Pacífico colombiano, a partir de variedades de caña endémicas de sus territorios. De ahí en adelante, su significado cambia, de acuerdo a quien se le pregunte.
Para quienes se lo quieren apropiar, el viche es solo otro activo cultural y económico de la comunidad negra para explotar. Para el INVIMA y las secretarías de salud, es una bebida artesanal peligrosa. Para licoreras es un viejo dolor de cabeza, una bebida de contrabando que han perseguido sin descanso para cuidar su amado monopolio de licores. Para el MinCultura, es una bebida artesanal y ancestral, patrimonio colectivo de las comunidades negras del Pacífico colombiano. Para las multinacionales, el viche es el futuro de los destilados. En muchas ocasiones, referentes de la gastronomía han alabado al viche y lo posicionan como un poderoso jugador que le hará frente a vacas sagradas como el ron, el whisky, el mezcal y el mismo tequila.
Herencia, resistencia y persecución
Sin embargo, para la comunidad negra en Colombia, el viche significa mucho más que una bebida alcohólica. Su fabricación y consumo hacen parte de una tradición de siglos que se convirtió en parte esencial de la identidad étnica y cultural del pueblo negro del pacífico colombiano y que permea muchas esferas de la cotidianidad.
En medio de la persecución a los cimarrones, y las constantes rebeliones en contra del demonio de la esclavitud, el viche se hizo parte esencial de la cosmogonía del pueblo afro. Y así también, al terminar la esclavitud, la bebida se hizo cada vez más y más presente en la vida de la comunidad, desde la práctica ancestral de la partería, hasta su consumo en los ritos y costumbres, el viche fue la medicina del pueblo negro, un antiséptico para la supervivencia del cuerpo y el alma, frente al escenario del olvido y la falta de acceso a un sistema sanitario de calidad.
El nuevo siglo y la batalla en la SIC
Con el paso del tiempo, las tradiciones culturales del pueblo negro, que ya eran parte de la identidad del país, fueron teniendo más aceptación, especialmente cuando estas podían ser explotadas comercialmente por personas ajenas a la comunidad, o cuando no representaban un peligro de competencia real.
El viche da sus primeros pasos fuera del pacífico profundo gracias al Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez”, que nace en 1996. Dentro de este festival, el viche y sus derivados encontraron un espacio. Esto permitió una mayor visibilidad, la formación de marcas, y unos beneficios económicos. Pasó de ser una bebida peligrosa y despreciada, a representar las tradiciones del pueblo negro del pacífico. Y es ahí, como siempre, cuando lo negro tiene una posibilidad de lucro y explotación, cuando llegan los apropiadores.
En 2018, cuando el viche ya estaba muy posicionado como la bebida del Festival Petronio Álvarez, y se hacía cada vez más importante, apareció una conocida figura del Valle del Cauca en el campo de batalla: el señor Diego Alberto Ramos Moncayo, exconcejal de Cali, y exasambleísta del Valle por el partido conservador, quien decidió crear la empresa “Viche del pacífico S.A.S” y con ella, registró la marca “Viche del pacífico” ante la Superintendencia de Industria y Comercio, así como tramitó un registro Invima para Viche y sus derivados.
Posterior a esto, solicitó participar en el Festival Petronio Álvarez. Probablemente imaginaba que tendría una ventaja competitiva con una marca y un registro sanitario. La cuestión fue que su solicitud de participación alertó a la comunidad sobre la situación. Efectivamente, se estaban “robando” el viche, y con razones de sobra, le negaron participar en el evento. Como venganza, el señor Ramos entuteló a la gobernación y a la alcaldía, exigiendo le permitieran participar, y que se tomaran acciones contra los productores ancestrales, puesto que no pagaban impuestos ni tenían registro sanitario.
Gracias a la acción pronta y masiva de la comunidad, encabezada por el colectivo Destila Patrimonio, y las acciones de ILEX Acción Jurídica, la tutela fue negada, la marca y el registro cancelados, y así, la gente negra ganó la primera batalla, después de muchas perdidas en esta guerra. Guerra que estaba lejos de terminar.
La ley del viche: perder es ganar un poco
A pesar de la victoria frente a los apropiadores, que fue respaldada por la SIC y los estrados judiciales, esta era solo una advertencia de lo que vendría: ola tras ola de “vivos” tratando de apoderarse del viche para lucrarse. Desde diferentes orillas de la comunidad, se sentía la necesidad de proteger al viche, de una vez y para siempre. Una de las opciones, era la protección a través de la declaratoria de patrimonio inmaterial, como lo proponía, la ahora Ministra de Educación, la doctora Aurora Vergara en un artículo de opinión el portal de la Silla Vacía en el 2018.
En paralelo, ILEX acción Jurídica, una organización liderada por abogadas afrocolombianas, que habían logrado la cancelación de la marca “Viche del pacífico”, encontraron un espacio posible de trabajo para continuar la lucha del viche, dentro de la Ley 1816 de 2016.
En esta ley, que modificaba el monopolio de licores del estado colombiano, por primera vez se hizo mención a las bebidas alcohólicas ancestrales, y se permitió que los cabildos indígenas continuaran con la producción y consumo de sus bebidas alcohólicas ancestrales, como parte de sus prácticas y costumbres.
La cuestión es que, como en muchas cosas de este país, la comunidad afro fue invisibilizada y esto fue aprovechado de manera muy inteligente y estratégica por el equipo de ILEX, quienes demandaron la ley 1816, por no incluir en esta excepción a las comunidades negras.
Este proceso finalizó con la sentencia C/480-19 de la Corte Constitucional, en la que, correctamente, la corte reconoció que la “omisión” era una discriminación contra las comunidades negras y afrocolombianas, y resolvió esta situación de una forma muy particular: diciendo que, para efectos de la ley, cabildos indígenas y consejos comunitarios de comunidades negras, era lo mismo.
Si bien, esa interpretación final tiene una connotación profundamente racista, y es tan compleja que merece un análisis independiente, en efectos prácticos esta fue otra victoria más para el equipo del ILEX y por supuesto para el viche, que ya contaba con una protección dentro de los territorios.
Esta sentencia, junto con las victorias anteriores, iba pavimentando el camino para el siguiente paso, llevar al viche al legislativo y garantizar su protección. Una tarea en extremo compleja, teniendo en cuenta los innumerables proyectos que se presentan día a día en el congreso, y que por más bien intencionados que sean, terminan sepultados en el olvido, bajo la ignorancia y el lobby de los intereses de las élites.
Sin embargo, dentro del legislativo el Viche encontró un amigo y defensor, que se daría “la pela” de liderar esta tarea dentro del congreso. En un ejercicio muy coherente, no podía ser nadie más que el entonces honorable representante a la cámara Jhon Arley Murillo.
Después de la ley: libres pero perdidos
Con el paso del tiempo, la comunidad vichera no veía cambios en su realidad, no sentía los efectos de una ley que supuestamente era la panacea, la cura para todos los males. La ley del viche intentó blindarse contra estrategias paquidérmicas, y dejó establecido que su reglamentación sanitaria, una de las más críticas y necesarias, debería hacerse en un plazo máximo de 12 meses para el viche, y pasados otros 6 meses deberían reglamentarse sus derivados (arrechón, tomaseca, curao, etc.). Hoy, a enero de 2024, 2 años y 2 meses después, la ley sigue sin reglamentarse. Y mientras continúa la larga espera de unas reglas de juego claras en el viche, muchos “avispados” han aprovechado para pescar en río revuelto y lucrarse.
¿Cómo ganar la guerra?
Antes que nada, es indispensable que como comunidad se tenga una postura clara y unificada frente a los apropiadores, que no son enemigos pequeños. El viche, su producción y distribución son de la comunidad negra, y el Estado debe actuar de manera inmediata sobre los que se están lucrando de manera ilegal del patrimonio colectivo, pues de otra manera no hay garantías para los vicheros y vicheras.
La acción del Estado sobre las marcas que se apropian de él sentará un precedente, y mandará el mensaje que el viche es de la comunidad negra. Solo así se respetará la sentencia c-480/19 de la Corte Constitucional en la cual se reconocen las bebidas alcohólicas de las comunidades afrocolombianas como exentas del monopolio de la producción de licores.
Pero no todo es malo. Hay un futuro en el que ganamos. Una posibilidad en millones, difícil pero real.
Un futuro en el cual, el viche es un motor económico para el desarrollo de la gente negra del pacífico, y para el país. Una visión afrofuturista, en la cual encontraremos en medio de los territorios más y mas plantas de viche, no más sacatines, no más persecución.
El viche y su producción generará empleos de calidad, beneficios para sus comunidades, impactando de manera permanente en la calidad de vida de las comunidades, será la mejor alternativa ante la ilegalidad y la violencia. Los turistas llegarán no a “salvar” sino a maravillarse con lo que la gente negra ha podido hacer en medio de las hermosas selvas del Pacífico, un desarrollo en sus propios términos, una bebida ancestral con el potencial de cambiar no solo sus vidas, sino de impactar en el mundo.
La comunidad vichera, productores, envasadores y transformadores, alineados con metas en común, llevando al viche y a las tradiciones del pacífico colombiano al lugar que les corresponde.
*Con información suministrada por Mateo Mina, colaborador de la sección Nota Ciudadana.