El viaje al infierno de los inmigrantes colombianos: la expulsión

El viaje al infierno de los inmigrantes colombianos: la expulsión

A la madrugada de un día cualquiera, los oficiales chicanos, representantes de la Migra, llaman conciudadanos que aguardan con esperanza lo que no se les otorgará

Por: Carlos Alberto Rey Ardila
julio 28, 2022
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El viaje al infierno de los inmigrantes colombianos: la expulsión
Imagen: Canva

Un viaje planeado con meses hacia los Estados Unidos de Norteamérica, en el que millares de colombianos han cifrado todas las esperanzas se ha convertido para ellos en el camino hacia el infierno, bajo la mirada indiferente de los distintos estamentos nacionales y aquellos que en el país del norte se encargan de la vigilancia y salvaguarda de los Derechos Humanos.

Es menester iniciar por el final, aquél que un día tras otro sufren los inmigrantes que se han entregado a los oficiales del ICE (US – Immigration and Customs Enforcement), la famosa “Migra”, desconociendo que alrededor del noventa por ciento (90%) de ellos sufrirá de vejámenes ocasionados por las políticas del otrora defensor de los derechos humanos y principal potencia de Occidente.

La tortura da inicio con la separación de las familias dentro de las Salas de Detención. Refundiendo a hombres y mujeres mayores de dieciocho años en sitios de reclusión donde se les privará de la luz del Sol por términos que van de tres días a un par de meses. Lugares permanentemente iluminados, como sucede en Yuma (Arizona), en aras de que los soñadores sufran de la pérdida de control del tiempo, pues a su llegada han sido despojados de relojes y teléfonos.

Al tiempo que van sufriendo con la pérdida de la cordura, se les priva del sueño, invitándolos cada dos horas a moverse, porque deben realizarse labores de aseo. Es la antesala del infierno, que será descrita adelante con detalle, porque esta historia de horror se centra en el espectáculo final.

A la madrugada de un día cualquiera, los oficiales con ascendencia mexicana, los chicanos, representantes de la Migra, con lista en mano van llamando a conciudadanos, que aglutinan en grupos de ciento cincuenta individuos, entre hombres y mujeres, apartados  dando la ilusión de una pronta entrevista para solicitar asilo, que llena de esperanza a los cientos que aguardan su turno y que meramente están allí siendo torturados, porque no tendrán esta oportunidad signados por la desgracia, pareciera decirse en los salones, de ser ciudadanos de Colombia, que aceptó el procedimiento a continuación descrito:

Apartados de la vista de los millares que esperan su turno, que aplauden a los recién idos convencidos que los norteamericanos cumplirán el Artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fuera suscrita por ellos en los albores de los años 50 y cuya ejecución está limitada a su conveniencia, se somete a los soñadores con grilletes y esposas, cadenas que amarran sus manos y pies, atadas a la cintura, obligándolos a sufrir ese caminar de pingüinos que tantas veces se ha visto en las películas hollywoodenses y que quedará grabado con letras de fuego en su memoria.

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Luego, se les priva de alimentos y con engaños se les monta en buses habilitados para el traslado de prisioneros rumbo a Texas.

Se ha iniciado la fase de expulsión express que fuera aceptada por el gobierno de Duque y de la Canciller y Vicepresidente Marta Lucía Ramírez de Rincón.

Las cadenas se tensan y la dignidad humana se pierde. Los soñadores no han merecido en ningún momento del camino la posibilidad de explicar su solicitud de asilo y solo unos cuantos, que van en compañía de sus menores hijos tendrán la oportunidad de ser escuchados, mientras la mayoría solo ha sido torturada, por atreverse a violentar el principio de América para los americanos, defendido con uñas y dientes por la primera generación de los hijos de inmigrantes, que con orgullo lucen en sus trajes el apellido paterno de origen español, González, Gutiérrez o Cáceres.

Humillados los soñadores son subidos a un avión dentro de una instalación militar cercana a Dallas y desde la distancia se reencuentran hermanos, padres e hijos adultos, abuelos y nietos. En el vuelo permanecen amarrados por el país en el que los derechos civiles meramente sirven a los políticos en campaña, porque la defensa de los derechos de los migrantes no es prioridad de nadie.

El aparato decola de la tierra de las oportunidades y desciende horas después en el Salvador, donde se surte de combustible para el restante del camino; momento que se aprovecha para darle a los soñadores el último plato de comida por parte de los Estados Unidos, un sándwich de pan humedecido por la espera y un jugo, que todos agradecen, porque el estómago reclama alimento.

Se ingresa a territorio colombiano y a pesar de encontrarse en el espacio aéreo nacional no se libera a los condenados sin juicio de sus cadenas.

Los soñadores han sido merecedores de la sanción de dos Estados hermanos: Colombia, que no reclama la aplicación de las normas internacionales y acepta los vejámenes que sufren sus nacionales, y los Estados Unidos que castigan la afrenta de ingresar sin permiso a su territorio.

Sin embargo, es menester que ellos sufran el fracaso de sus sueños y regresen a los sitios donde las condiciones económicas, sociales, de violencia, les hicieron desplazarse. Desde Bogotá deberán aventurarse y cada uno por su lado regresar a un resguardo, porque apostaron todo en pro de una oportunidad que jamás tuvieron.

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