Ha llegado la hora de que nos sentemos con pragmatismo, sin apasionamientos y con estratégica visión de futuro, a encontrar una solución de fondo a la ingente problemática planteada y encarnada por el movimiento indigenista “caucano”.
Para ello, es necesario comenzar por reiterar con firmeza algunos puntos que en ningún momento pueden ser soslayados:
1. No es cierto que los paeces, misaks y otros englobados en esta “cruzada indigenista” sean los pueblos milenarios originarios herederos de estas tierras. Estos grupos llegaron tardíamente provenientes de la Orinoquía y del Ecuador. Los reales pueblos indígenas ancestrales del Cauca se mezclaron con españoles y afros para dar origen al pueblo caucano actual: mestizo, campesino, laborioso y digno.
2. El Cauca tiene en total cerca de 2.8 millones de hectáreas y estos grupos indígenas, siendo solamente el 18% de la población total caucana, poseen ya cerca de 600 mil hectáreas, es decir, más del 20% del territorio del departamento. Para infortunio, la gran mayoría de estas tierras dadas a los indígenas, teniendo un alto potencial, permanecen improductivas y convertidas en inmensos y yermos rastrojos. Y aquellas tierras que deberían ser zonas de protección ambiental han sido taladas e igualmente rastrojeadas y muchas han sido destinadas a cultivos de uso ilícito.
3. La mayor parte de la población caucana es campesina mestiza y se encuentra confinada a la miseria sin acceso a la propiedad. Cuando la tienen, es tan solo un improductivo minifundio inferior a 1 hectárea que no sirve ni siquiera para proveer una mínima seguridad alimentaria. No obstante, el movimiento indigenista con suma frecuencia pugna por despojar al campesinado mestizo (del que descendemos el 80% de los caucanos) de sus escasas tierras.
4. Los métodos y tácticas de violencia —que colindan con el terrorismo— utilizados por esos grupos dejan ver a las claras que están profundamente infiltrados por elementos criminales con serios propósitos e intereses ilegales, antidemocráticos y profundamente anticaucanos.
5. Está claro que el propósito estratégico de estos grupos es desintegrar al Cauca y transformarlo en una yerma confederación de Entidades Territoriales Indígenas en donde solo imperen sus oscuros intereses grupales y no puedan hacer presencia el Estado y las instituciones colombianos. En esta Confederación de ETIs no habría cabida para el 82% de caucanos mestizos, afros y campesinos que lo único que anhelamos es trabajar y progresar diáfanamente en esta tierra que tanto amamos y que deseamos legarles en paz y con justa prosperidad a nuestros descendientes.
6. Es inobjetable que toda esta situación de atomización, miseria, desesperanza y atraso que ha hecho del Cauca uno de los territorios más fértiles para la guerra, la violencia, la inequidad y la iniquidad, es consecuencia directa de décadas de abandono estatal, de mezquindad absoluta por parte de este país y su dirigencia para con nuestra tierra y de carencia de un verdadero liderazgo regional capaz de cohesionarnos en torno al progreso y los grandes proyectos. Nuestra clase dirigencial —hay que decirlo sin eufemismos— ha perdido el norte del servicio a las comunidades y ha sucumbido ante la corrupción rampante y voraz que caracterizan a este país.
7. El Cauca es uno de los 5 departamentos de mayores potencialidades pero a la vez más pobres de este país (lo cual habla por sí solo del tipo de liderazgo que hemos padecido), y para transformarse en una región competitiva, productiva, equitativa e incluyente, debería crecer en su PIB al menos un 10% anual durante los próximos quince años. Cada uno de estos “paros” y “movilizaciones” le cuestan a nuestra economía regional un 1% de PIB anual, condenándonos a un círculo vicioso de miseria y autoexclusión.
Por todo ello, se hace imperativo que todos los caucanos, aún aquellos que lo son a pesar suyo, nos sentemos a materializar de una vez por todas las propuestas y soluciones que nos posibiliten salir de esta encrucijada de violencia, disgregación y extremismos, consensuando verdaderos pactos de región —avalados y prohijados por todos los actores y sectores sin ninguna excepción— que nos permitan lograr:
1. Una solución progresiva, efectiva y viable al problema de tierras, en la que respetando los derechos de propiedad privada y colectiva justa y debidamente obtenidos, se haga factible que las comunidades campesinas accedan a la propiedad con apoyos integrales para transformarse en poderosos motores de competitividad y productividad con equidad.
2. Que el movimiento indígena decida de una vez por todas a qué Cauca le quiere apostar: si al Cauca productivo, competitivo, promisorio, en el que todos cabemos, y en el que todos aportamos lo mejor de sí mismos para sacar avantes los grandes propósitos, proyectos y macroproyectos que nos transformen en una región próspera, inclusiva y sostenible; o si prefiere porfiar en ese cruento camino de violencia, exclusión y mezquindad en aras de desmembrarlo y convertirlo en una paupérrima federación de resguardos y cabildos.
3. Combatir con puño de acero a todos los actores criminales e ilegales, cualquiera que fuere su naturaleza, con inexcusable sentido de Autoridad, que es la piedra angular para la equidad y el desarrollo.
4. Apoyar con firmeza al gobierno nacional en todas aquellas acciones encaminadas a combatir y erradicar del Cauca a disidencias farianas, ELN y Bacrims, así como todas aquellas que posibiliten una sólida presencia institucional y del Estado en cada rincón del Cauca, priorizando que esta etapa de “posconflicto” sea para nuestra amada tierra madre una oportunidad para escapar de la impía brecha que nos separa de la posmodernidad, del progreso y del desarrollo.
Empero, nadie va a hacer por el Cauca aquello que nosotros mismos, los caucanos, no estemos dispuestos a asumir, construir y lograr. Esa es la gran lección que nos deja este último siglo y medio de vejaciones, rezago y olvido.