El verdadero pueblo del mal

El verdadero pueblo del mal

Las ideologías y el fanatismo extremo llevan inevitablemente a la guerra a quienes no comparten sus posturas y aún más a quienes se escudan en ellas para hacer daño

Por: Camila Andrea Ramos León
noviembre 29, 2019
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El verdadero pueblo del mal

A lo largo de la historia, siempre se ha llegado a la conclusión de que una guerra es generada por un desacuerdo entre dos o más partes, que usualmente concluye en violencia. A simple vista sería totalmente entendible una discordia cuando alguien irrespeta o maltrata las creencias, pero, ¿qué pasa cuando se ataca a pueblos enteros por el mero hecho de que rechazaron pensar igual que la mayoría?

Los conflictos por religiones e ideologías políticas y sociales fueron y siguen siendo una constante realidad, tan solo en 2016 el Estado Islámico se adjudicó 14 atentados alrededor del mundo que dejaron 586 muertos, y eso, sin contar los centenares de personas que mueren a diario en países como Siria, quienes quedan fuera de las estadísticas porque la miseria que viven ha sido naturalizada.

Sin embargo, no hace falta ir tan lejos cuando Colombia es un perfecto ejemplo de ideologías extremas. Grupos como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) surgieron originalmente con el objetivo de llenar el vacío político, la falta de representación y las injusticias vividas; lastimosamente estos ideales fueron distorsionados con el pasar del tiempo y es allí donde entra la violencia, según el Centro Nacional de Memoria Histórica: “En Colombia entre los años 1958 y 2012, el conflicto armado ha causado la muerte de 218.094 personas” (de las cuales, 177.307 eran civiles).

Como lo afirma Gamboa, en su libro La guerra y la paz (2014):  “La guerra y el crimen están también en el origen o en la esencia de la mayoría de las religiones: la historia del cristianismo es en el fondo la historia de un crimen” (p.21).

En Colombia las distintas religiones como el Catolicismo, Cristianismo y Evangelismo, aunque prediquen el amor y sean moralmente estrictos, no siempre están dispuestos a dar su brazo a torcer y es ahí cuando se revela el verdadero ser detrás de alguien que usa su fanatismo extremo para frenar un proceso que ni siquiera le afecta de manera directa; las víctimas del conflicto han demostrado reconocer el dialogo y el perdón como paso a seguir para la paz y reconstrucción, sin embargo, las clases elitistas —que pregonan su religión y Dios a todo el mundo pero condenan y tildan de pecador a cualquiera que no los siga— realizaron una campaña en contra del plebiscito llevado a cabo en 2016, argumentando que este, entre otras cosas, apoyaba la “ideología de género”, la cual vulneraba la niñez y moral del país; parece absurdo creer que los acuerdos hechos con un grupo guerrillero tengan alguna relación con este tema, no obstante, lograron convencer así al 50,21% de votantes para sufragar en contra de este, mayormente en ciudades capitales.

Mientras tanto, en las zonas del país más afectadas por el conflicto, los pueblos olvidados y habitados por gente que fue obligada a vivir en carne propia el horror de esta barbarie, ganó el Sí, porque como se afirma en La guerra y la paz (Gamboa, 2014): “Es sumamente violento darse la mano y dialogar con quien ha martirizado y herido de muerte a los míos (…) Es sumamente violento, y sin embargo debe hacerse” (p.17).

Sin embargo, la guerra también ha significado una posibilidad para construir la identidad de la mujer como sujeto activo a nivel político y social; de esta manera, su participación en el conflicto como víctima de los grupos armados representa una posibilidad válida de resignificar la lucha por la igualdad de género.

María Eugenia de Antequera es una de estas mujeres, viuda del líder de izquierda José Antequera (asesinado por un sicario en 1989), quien después de pasar por un gran dolor y darse cuenta de la indolencia por parte de la UP decidió unirse a la organización Madres por la vida.

Para estas mujeres no ha sido suficiente tener que soportar la crueldad de un conflicto sin sentido, también deben vivir sabiendo que miles de personas siguen muriendo por la misma razón por la que murieron sus familiares.

Así pues, no es de extrañar que este grupo de fanáticos religiosos esté liderado por políticos y elitistas conservadores, que solo trataban de truncar una reparación necesaria para el país, con el único objetivo de evitar que el silencio de las armas despertara el ruido su corrupción.

Aún falta mucho para llegar a una paz completa, los acuerdos no son perfectos ni ideales, pero son un paso histórico que se debe dar como nación y más aún cuando todos parecen querer opinar y tomar el lugar de las verdaderas víctimas, robándoles la oportunidad de alzar su voz después de medio siglo en el que no tuvieron una, y con la constante amenaza de un gobierno que quiere destruirlos.

Ningún acto de violencia es justificable, y menos si nuestras creencias e ideologías son la excusa; no se puede pensar en un Dios que premie por odiar a alguien diferente, ni mucho menos que secuestrar a los ricos consiga redimir las injusticias de los pobres, o que matar lleva al paraíso.

Como país “laico” hace falta mucha independencia de la religión doble moralista y estricta, esa que desde la época de la conquista fue la gran causante de contiendas, la que torturaba y quemaba en la inquisición, esa que aún en pleno siglo XXI sigue queriendo gobernar y hacer política a costa de creencias sin sentido que solo logran contradecirse a sí mismas y a quienes las predican.

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