Tenemos un Estado sometido a la férula de un solo hombre. Férula invisible para el ciudadano común y corriente, pero que domina, avasalla y subordina las actividades estatales en función de aumentar el poderío del captor.
Poco a poco fue apresando con sus garfios al Estado, endulzando cuantiosamente a los políticos venales, para que lo ayudasen. Tanta fue la ayuda prolongada en el tiempo que, ahora, él los posee y los trata como a dóciles marionetas.
Paulatinamente, y mientras ganaba más peso, adquirió el Estado, el síndrome de Estocolmo, enamorándose del encarcelador. Tanto es así, que, en el presente, el Estado necesita de su captor para cumplir con muchas de sus funciones.
El opresor inició su carrera profesional en la infraestructura, centrándose en la construcción de carreteras en lugares donde pocos se atrevían a construir, debido a su marginada ubicación.
Rápidamente fue haciendo crecer su empresa, de manera rapaz e ingeniosa, hasta que decidió invertir en lo que posteriormente se convertiría en el puño de hierro con el que tiene agarrado al Estado: la banca.
En el mundo de las mega construcciones se requieren macrofinanciaciones para que estas puedan ser ejecutadas. Y gracias a la red de bancos de su bolsa, se convirtió en el único con capital para construir este tipo de proyectos. Pero esto no se explica sin las buenas relaciones que ha tenido con los presidentes, pues desde Virgilio Barco ha mostrado una relación cercana con todos los mandatarios, aconsejándolos y, claro, hasta redactando leyes.
La riqueza y el poder adquirido se debe a que parasitariamente ha succionado los recursos del Estado para beneficio propio. De la mano del neoliberalismo, el “Verdadero Innombrable”, se ha agigantado a costa de la vejez, adueñándose de los fondos de pensión. En estos ha colectivizado las pérdidas de las inversiones, pero individualizando las ganancias. Como si fuera poco, ahora su meta es terminar de sacar del juego al Estado en ese sector, para convertirse en el patrón de las pensiones.
El susodicho tiene el poder de la omnipresencia en casi toda la vida económica de Colombia. Pues se ha inmiscuido en todos los sectores productivos, siempre con el mismo modus operandi: compra de empresas, inversión desmesurada a causa del poder de la férula y poco a poco adueñamiento de casi todo el mercado del sector. Ejemplo de esto es la prestación del servicio de gas, en donde esa sola persona es encargada de distribuir la mitad de todo el gas a los colombianos.
Una de sus grandes inversiones es en el sector de la agroindustria. Con más de 25.000 hectáreas en su poder, divididas entre granos, palmas y ganadería, lo convierte en el “principal campesino de la nación”, uno de los más importantes distribuidores alimenticios de Colombia, y aspira a —como en todos sus negocios— convertirse en soberano de la producción alimentaria. Sin olvidar las oportunas “ayuditas” que le dieron ciertos políticos como en Agro Ingreso Seguro.
La acumulación de capital que ha amasado debido a la extracción de recursos del Estado, le han permitido ampliarse a otros sectores como hotelería y medios de comunicación. En este último, se ha adueñado de dos canales de televisión, nueve revistas, cuatro periódicos, al menos 10 páginas web. Conglomerado de medios, tanto regionales como nacionales de suma reputación que dan línea a la agenda mental de la inmensa mayoría de los ciudadanos del país.
El “verdadero innombrable” está condenado a triunfar en casi cualquier sector que desee emprender, y no es porque sea el Rey Midas, sino porque donde se meta va a competir de forma desigual y asimétrica. Ya que un empresario con limitaciones económicas no podrá rivalizar con el poseedor de la tercera parte del PIB nacional, el 129® humano más rico del mundo: el señor feudal de Colombia.
La culpa de que haya personas con tanto poder en el país, la tiene la misma clase política que lo ha gobernado en los últimos 35 años. Esta clase ha actuado de forma servil y anticapitalista, permitiéndole al “verdadero innombrable”, de forma ilimitada, la administración y la ejecución de funciones estatales, de la entronización de un verdadero “Para-Estado”. Poco a poco, le han servido en bandeja los recursos del Estado y los recursos de una buena porción de los ahorros de la clase trabajadora destinados a la pensión, aunque, como es sabido, aspira a quedarse con todo el pastel.
Tanto es el poder que posee, que son los políticos los que le piden permiso de acción u omisión en cualquier tema estatal. Y este es capaz de mover a placer sus peones en el terreno del Estado, como el señor Néstor H. Martínez, el procurador Fernando Carrillo o el mismo Carrasquilla, todos con pasado en el Grupo Aval, puestos en esos cargos para defender los intereses del —todavía— jefe de ellos.
El “verdadero Innombrable” es hijo del neoliberalismo, que doblegó al Estado, que acabó con la producción industrial, con la competencia de la infraestructura, con la soberanía alimentaria y que aumentó hasta límites insospechados la desigualdad económica y social; pero también es hijo de una clase política postrada, abyecta y corrompida.
Nos corresponde ahora a la juventud colombiana luchar por el advenimiento de un capitalismo con rostro humano y por la llegada a los puestos de comando, de una nueva clase dirigente comprometida con la equidad social y el medio ambiente. ¡Al menos el líder ya lo tenemos!
Notícula. ¿Qué pasa con el otro “innombrable”? Todo indica que está de capa caída, que su largo reinado está llegando a su fin. Cada día que pasa se irá confinando en sus vastos reductos. Su hijo terminará comandando una pequeña fracción de la ultraderecha, la misma ultraderecha que, en sus épocas de esplendor político, le entregó el país en bandeja de plata al “verdadero innombrable”, a un grupo de terratenientes, y a otros personajes de mala reputación.