El verdadero Gonzalo Arango

El verdadero Gonzalo Arango

La vida del nadaista marcó una importante época de la historia colombiana. Con Fernando González aglutinó a varios jóvenes que se salvaron del terror y del suicidio

Por: Pablo Emilio Obando A.
septiembre 27, 2021
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El verdadero Gonzalo Arango
Foto: Wikimedia

Todo poeta es, en esencia, un santo al revés

Una de las primeras imágenes de Gonzalo Arango que conocí y llamó mi atención hace mucho tiempo que desapareció de mi biblioteca. En aquel entonces un muchacho escuálido, casi esquelético, empujaba, con todas sus fuerzas, el Palacio de Nariño; aún no sé con certeza si logró su cometido.

Debió ser el año de 1965. Para aquel entonces toda Colombia convulsionaba. El ELN, grupo al que pertenecía el cura guerrillero Camilo Torres, adquiría mucha importancia. Álvaro Mutis publicaba una de las obras más destacadas, Los trabajos perdidos y, por supuesto, The Beatles inundaban el mercado del disco. Gonzalo Arango, el poeta nadaista, incendiaba el país con su palabra. Era por entonces una especie de Rimbaud criollo que desafiaba al poder y se burlaba de todo lo convencional y establecido.

En el año de 1947 Gonzalo Arango inicia sus estudios de derecho en la Universidad de Antioquia, carrera que abandona en el tercer año porque, según él, “lo querían graduar de idiota”. Escribe su novela Después del hombre, que hará arder en una pira simbólica como rechazo a la literatura tradicional colombiana. Tras un primer manifiesto, la fama de Gonzalo Arango crecerá entre la juventud hippie-intelectual colombiana y se unirán a su causa destacados talentos que contribuirán a la causa nadaista. Gonzalo Arango diseña la caratula del Primer Manifiesto Nadaista financiado por la pobreza y la generosidad de Humberto Navarro y editado en la Tipografía Amistad.

Este manifiesto despertó la desconfianza de los guardianes de la moral y el buen decir; pero, no por lo que decía, según Eduardo Escobar, pues sonaba a discurso bastante racional, sino por los actos de apoyo y descredito que siguieron, tales como la quema de libros (entre los cuales estala La María de Jorge Isaacs) en la plazuela de San Ignacio y los cartelones de esquina invitando al funeral de la poesía colombiana. Cabe anotar aquí que el Nadaísmo para entonces no era una idea consolidada, todo lo contrario, era una idea informal, indefinida, una intención oculta que fue transformándose con el escándalo invisible de Alberto Escobar, los desplantes de Amilcar Osorio apodado V, con el dandinismo de Dariolemos, hasta por el nerviosismo cachiflado de cachifo, y la injuria y la inocencia de Eduardo Escobar, exseminarista que ya había pasado una temporada en el reformatorio debido a la incomprensión de sus padres.

El primer manifiesto parte de la definición del Nadaísmo. El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura. El Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas. Igualmente, este primer manifiesto quiere reivindicar al artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos y que solo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino.

Sobre la poesía trata de definirla como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales que se formulan los hombres como programas de felicidad y de justicia. Para él la poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno. Así, la poesía es por primera vez en Colombia una rebelión contra las leyes y las formas tradicionales, contra los preceptos estéticos y escolásticos que se han venido disputando infructuosamente la verdad y la definición de la belleza.

La poesía es, en suma, la obra más íntima del hombre que no puede estar hipotecada a la fluctuación del mercado ni a la irracionalidad de los dogmas. Gonzalo Arango afirmaba, con razón, que el hombre colombiano permanecía anclado a la edad media espiritual. Y el hombre colombiano vive, por culpa de la educación, acomodándose a modelos retrospectivos, ahogándose en el mito de la hispanidad, en los sistemas educacionales de tipo medioeval, confesional, con limitadas y esporádicas variaciones liberales y racionalistas.

La Iglesia católica y el Estado ortodoxo constituían, para Gonzalo Arango, las causas principales del mal llamado hombre –moral– buen–ciudadano. La consecuente consigna que podía y debía surgir del Nadaísmo se resume en una sola frase: “No dejaremos una fe intacta, ni un ídolo en su sitio”, dejando constancia, en su dialectico pensar, que “no llegar es también el cumplimiento de un destino”.

En el año de 1959 se celebra en Medellín, ciudad confesional por excelencia, el Primer Congreso de Intelectuales Católicos. Los nadaistas con Gonzalo Arango también asisten y esparcen asafétida y yodoformo logrando su propósito de desocupar el paraninfo de la Universidad de Antioquia, sede del congreso católico. Por este hecho Gonzalo Arango fue detenido y encarcelado en la Ladera de Medellín. Más tarde escribirá Diario de un presidiario nadaista, publicado por entregas en un periódico bogotano (Contrapunto).

En ese mismo año en América Latina suceden grandes hechos que conmoverán la historia. En Cuba el primero de enero triunfa la revolución socialista al ser derrocado Batista; sube al poder Fidel Castro. Carlos Fuentes publica La región más transparente, Julio Cortázar Las armas secretas; Juan Carlos Onetti Para una tumba sin nombre; Gunter Grass El tambor de hojalata. Y nuestros amigos monos convierten a Hawái en el Estado número 50 de los Estados Unidos.

En dicho manifiesto nadaista se declaran anticatólicos, entre otras cosas porque en Colombia son católicos el tuso Navarro Ospina, el general Rojas Pinilla, Laureano Gómez, Mariano Ospina Pérez, Rafael Maya, Darío Echandía, Alberto Lleras… nuestros padres, las prostitutas, los senadores, los curas, los militares, los capitalistas, todos, menos los nadaistas. Sobra decir que este manifiesto dio mucho que hablar y hasta un ministro estuvo a punto de quedar sin empleo al ser observado leyendo detenidamente y con sonoras carcajadas el documento. “Ustedes llevan dos mil años prometiendo el paraíso y la redención, la justicia y la paz ¿no es suficiente su fracaso milenario? Permitan el acceso del conocimiento, del pensamiento científico, de la lógica histórica”. La revolución cubana daría lugar al nacimiento de varios grupos guerrilleros y la juventud colombiana entraría en la onda del socialismo y la internacional comunista.

En el año de 1961 se empieza a tejer una leyenda que rodeará por siempre a los nadaistas y en forma muy especial a Gonzalo Arango. En la Basílica de Medellín comulgan varios muchachos cocacolos-melenudos. Las beatas miran horrorizadas tal hecho y lo deforman causando un escándalo de proporciones internacionales. Es en esta década cuando el narcotráfico empieza a aparecer y tendrá su apogeo en la década de los años setenta. A estas alturas el movimiento nadaista ya era reconocido ampliamente por la juventud colombiana. Se publica Trece poetas nadaistas. Por desavenencias intelectuales Gonzalo Arango es quemado simbólicamente en el Puente Ortiz de Cali (1963) y el poeta declara cancelada su etapa de desesperación nihilista y derrotista.

La vida de Gonzalo Arango (muere en un accidente en septiembre 25 en 1976) marcó una importante época de la historia colombiana. Con Fernando González, a quien consideraba su maestro, aglutinó a destacados jóvenes que se salvaron del terror y del suicidio. Por estos días no está demás rescatar la imagen verdadera de Gonzalo Arango, ese ser que de muchas formas fue un ser extrañamente maravilloso, un solidario y un solitario, un enigmático y un transparente. Un hombre que padeció el caos y el cosmos. Un ser tibiamente atormentado por ese delirio siempre incomprendido e incomprensible de ser y sentirse poeta.

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