Cuando el periodista Simón Posada publicó esta crónica con fotografías de Federico Ríos en la Revista Don Juan que circula con el periódico El Tiempo en marzo de 2015, el vendedor de cucos en Yopal, Jairo Torres conocido como John Calzones, era entonces un aspirante a la alcaldía de Yopal, uno de los pueblos más ricos en regalías del país. El apodo se le debe a su condición de vendedor de ropa interior, cucos y brasieres en el almacén Caricias íntimas que empezó siendo un toldo frente a la plaza de mercado de Yopal y ahora es un local de 1000 metros cuadrados, según describe Posada en su crónica.
Jairo Torres, entonces aspirante a la alcaldía de Yopal por firmas, fue detenido el pasado 14 de octubre acusado por la Fiscalía de enriquecimiento ilícito por la venta ilegal de lotes para urbanizar. Fue trasladado a la cárcel de La Picota en Bogotá, desde donde mantuvo su aspiración electoral que logró llevar a feliz termino y fue elegido alcalde Yopal.
En esta crónica titulada Este hombre puede ser el próximo alcalde de Yopal, el periodista describe de quién se trata John Calzones:
Jhon Jairo Torres Torres tiene 38 años, estudió hasta séptimo de bachillerato, comenzó su fortuna en una venta de calzones y está construyendo un barrio en Yopal, que será un negocio inmobiliario de noventa mil millones de pesos y que lo ha metido en muchos problemas. Además, en la montaña más alta del municipio está por construir, en cemento, la biblia más grande del mundo. En esta historia aparecen Óscar Iván Zuluaga, terratenientes del Casanare y el Meta, decenas de funcionarios públicos y tres mil familias que sueñan con tener, por fin, una casa propia en una ciudad que ha crecido diez veces en 17 años.
Jhon Jairo Torres dice que le debe todo a los calzones de mujer. Y les debe mucho: un hotel cinco estrellas, ocho volquetas, dos retroexcavadoras, quince camionetas, sus apartamentos en Yopal y Bogotá y sus caballos appaloosas, que monta descalzo. “Yo tengo la pata ancha por andar descalzo desde chiquito por todas estas tierras”, dice con cierto orgullo. A los calzones también les debe sus dos fincas, “unas cuantas vaquitas”, su lancha para ir a pescar al río Cusiana y su jeep Willis con una metralleta .50 que les compró a unos coleccionistas de autos antiguos. Las balas de la metralleta no tienen pólvora, pero cuenta con un sistema que reproduce el sonido de los disparos al oprimir un botón, y Jhon Jairo no se aguanta las ganas de “saludar” con disparos falsos a todos los habitantes de Yopal, incluso a la policía.
Y también les debe a los calzones un terreno de 140 hectáreas en las afueras de Yopal, donde está construyendo un proyecto inmobiliario que se llama Ciudadela La Bendición, y donde venderá cerca de tres mil lotes, a treinta millones de pesos cada uno, a cuotas de 300.000 pesos mensuales. Él no construirá las casas, pero sí las vías, parques y toda la infraestructura de gas y eléctrica –con una planta generadora propia–, e incluso un acueducto con una planta para agua potable.
Pero, como a todos los hombres, a Jhon Jairo Torres los calzones de mujer también le han traído muchos problemas. Él dice que el dinero para construir el barrio, en el que vivirán cerca de diez mil personas, lo ganó vendiendo su principal producto en un almacén que tiene en Yopal junto a su esposa. El almacén se llama Caricias íntimas, empezó en un toldo al frente de la plaza de mercado de Yopal y ahora cuenta con un local de cerca de mil metros cuadrados, que ya no vende solo ropa interior, sino camisetas –a quince mil pesos–, bermudas –a trece mil pesos– y juguetes de todo tipo, desde carros a control remoto hasta pianos electrónicos.
Jhon Jairo afirma que va a pagar cerca de 37.000 millones de pesos por los terrenos donde hoy se construye la Ciudadela La Bendición. Porque, aunque en este momento hay obras en proceso, dice que no los ha pagado por completo. Sin embargo, esa cifra le ha dado para pensar a algunas personas que eso no es posible solo con la venta de calzones. “En Yopal aparece de la nada un benefactor al estilo de Pablo Escobar a construir vivienda ‘a lo loco’”, dice alguien en Twitter. Otros, más atrevidos, cuentan historias de cuando vendía cebollas en una plaza de mercado y, por casualidad, conoció a Pedro Oliviero Guerrero Castillo, alias Cuchillo, y se convirtió en su hombre de confianza, al punto de que cuando el paramilitar fue abatido por el Ejército en 2010, Jhon Jairo se habría quedado con su fortuna. Pero él lo niega y se ríe de todas las acusaciones de las que habla la gente. “¿Dónde está el pecado, dónde está el ladrón, el narcotraficante, el guerrillero de Jhon Jairo Torres? ¿Ah? Las cárceles de Colombia están llenas de paramilitares, guerrilla, Bacrim, de delincuentes, de narcotraficantes. No se pongan a meterme infiltrados y a mirar qué hace Jhon Jairo. Vengan y dense cuenta. Mis oficinas están abiertas. Yo me mantengo en pantaloneta, descalzo, sencillo, sin ningún problema”, dice Jhon Jairo, que le tiene una explicación matemática a todo.
–¿Cómo le iba a usted en matemáticas en el colegio? –le pregunto mientras conduce su Toyota Sahara negra, con blindaje número 4, a las afueras de Yopal.
–Excelente, yo soy un putas pa multiplicar, ¿no ve pues?
–¿Ah sí? ¿Cuánto es 8 por 6?
–No, pero pregúnteme más bien cuánto es 48 por 9, porque las tablas no son las del 1 al 9. Pregúnteme 15 por 6, 120 por 25, maricadas de ese tamaño, pero no vainas de colegio.
–Bueno, ¿cuánto es 120 por 25?
–225.
–¿225? –le pregunto. En ese momento frena en seco la camioneta. Una tortuga morrocoy del tamaño de un coco está atravesando la carretera.
–Rueda, vaya póngala a la orilla, no vaya a ser que pase un hijueputa camión y la mate –le dice a uno de sus escoltas, al que conoció cuando prestó servicio militar en Vista Hermosa, Meta–. Y Rueda, con un shotgun trenzado en el pecho y una pistola en el cinto, se baja y levanta a la tortuga con la delicadeza con la que quitaría una bomba del camino. En la camioneta también va Novena, su otra escolta, madre de nueve hijos –por eso su apodo, Novena– de tres hombres diferentes. Y dos veces viuda. También lleva un shotgun trenzado en el pecho. Jhon Jairo Torres Torres está armado hasta los dientes, pero nadie puede decir que no siente respeto por la vida de los animales en la vía.
¿Y por qué tantas armas? En el último año, ha sufrido dos atentados. En uno, tres sicarios fueron a matarlo al barrio La Bendición, pero logró escapar. En otro, uno de los setenta obreros que tiene contratados en la Ciudadela notó algo extraño en un hombre que paseaba por las construcciones. Lo había visto varias veces, tanto que ya se había aprendido de memoria las placas de su moto. En un descuido, Jhon Jairo se le acercó y lo tumbó de la moto al agarrarlo por el cuello. Con ayuda de Rueda y Novena lo llevaron a un matorral, le quitaron la pistola –Jhon Jairo la tiene en su poder– y el sicario le confesó que por su cabeza ofrecían 50 millones de pesos, y que era muy posible que volvieran a atentar contra él, incluso, pegándole una bomba lapa a una de sus quince camionetas.
–Las amenazas las he denunciado a la Fiscalía e, incluso, le envié una carta a la Presidencia de la República.
–¿Cómo han sido las amenazas? ¿Le han mandado a decir cosas o lo han llamado?
–Me han llamado y me han mandado a decir con personajes “váyase de Yopal o lo matamos”. “Sálgase del proyecto porque vamos a acabar con su vida”. Hasta por Facebook me han mandado mensajes.
–¿Quién lo quiere matar?
–No tengo ni idea. Yo antes de estar en este proyecto, de ayudar a estas familias, de haberme integrado en el tema de la política, nunca había estado en eso. Ahora que ayudé en la campaña a Óscar Iván Zuluaga, se me vinieron todas las amenazas y problemas encima.
–¿Cómo le ayudó a Óscar Iván Zuluaga?
–Yo pegué afiches de noche, peleé con los opositores de Zuluaga, me agarré, me di la lucha, hice engrudo, le trabajé a ese man todo lo que quiera, sin ningún interés ni nada.
–¿Dónde lo conoció?
–En Bogotá fui al directorio y lo saludé y hablé con el hijo, David. Le dije: “Yo les voy a colaborar. Ustedes en Yopal no tienen un líder, un director de la campaña. Yo voy a ser el director de la campaña en Yopal”. Y me dijo que sí, que la verraquera, me tomé una foto con Zuluaga, estuve hablando con la esposa un rato, una señora muy querida. Ellos son unos paisas muy queridos. Pero creo que uno debe saber perder con dignidad, con verraquera. Uno debe ser una persona valiente y poner la cara y ser serio y ser un señor. Y él vino acá y yo vi su indiferencia conmigo, y pensé “ve, ¿a este señor yo le quedé debiendo o qué?”.
–¿Por qué indiferencia?
–Porque el tipo, sabiendo que yo fui el que le invirtió en la campaña, que puse el pecho en la campaña, y uno hace todo ese esfuerzo, usted se trasnocha y en los últimos días, antes de las elecciones, pasa la noche en blanco, organizando, mirando, analizando, y pues lo menos que usted espera es que el candidato venga y le dé las gracias, porque aquí en Casanare ganamos, en Yopal le pusimos 46.000 votos. Inclusive: yo compré la publicidad en una imprenta en Bogotá para los afiches de acá de Yopal. Yo pagué la gente, los habladores, incluso los testigos electorales. Pagué las comidas. Yo estuve al frente de ese proyecto.
–¿Pero usted se vio con él después de las votaciones?
–El día que vino a Yopal le organizamos un almuerzo en un estadero, el Conuco. Yo pagué la gente para que asara la carne. Yo puse absolutamente todo, y el tipo vino, almorzó, entró con su asistente, y le compré un chinchorro de 800.000 pesos dizque para regalárselo y el tipo ni siquiera me saludó. Y luego yo lo llamo y le digo “doctor Zuluaga, yo lo llamaba para saludarlo y se enterara de que yo fui quien lideró e invirtió en su campaña acá, quien puso el pecho y que trabajé para ponerle a usted 46.000 votos. Y me dijo “Jhon Jairo, la verdad es que yo no estoy interesado en tener una amistad con usted”, y le dije “yo tampoco, y quiero dejarle claro que yo de usted no necesito nada”. El tipo es un grosero, desagradecido y oportunista. Y yo no tengo por qué humillármele a nadie. Yo me metí en problemas por eso. Yo iba muy bien con la Ciudadela, pero la maquinaria política aquí era del doctor Santos, y resulta que a mí me castigaron y me están castigando por haberme metido en política.
Días después de visitar a Jhon Jairo, me comuniqué con el equipo de Óscar Iván Zuluaga. Amalia Salgado, su asistente personal, me cuenta que Jhon Jairo Torres no fue el director de la campaña en Yopal, porque el coordinador general de la campaña en Casanare fue Alirio Barrera; que en las cuentas de la campaña no entró dinero suyo; que el episodio del chinchorro sí ocurrió, pero que ella evitó que el candidato lo recibiera, y por último, que Óscar Iván Zuluaga sí recibió una llamada suya, en la que cortó toda relación con él. Por último, Amalia afirma que cuando el Centro Democrático armó la dirección departamental del partido, Jhon Jairo quedó por fuera de la conformación del partido en Casanare.
El portal La Silla Vacía publicó un artículo llamado “El nuevo y polémico mecenas de Yopal”. En él se afirma que “en apoyo a la campaña de Óscar Iván Zuluaga en Casanare, Jhon Jairo Torres le puso un bus y una camioneta al candidato para que recorriera el departamento”. Amalia Salgado afirma que eso no ocurrió, porque la Unidad Nacional de Protección y la Policía Nacional fueron las encargadas de la seguridad de Óscar Iván Zuluaga y dispusieron los vehículos en los dos viajes que hizo el candidato a Yopal en 2014, uno por la crisis del agua y otro después de la campaña, en el episodio del chinchorro. Jhon Jairo, por su parte, afirma que el candidato nunca se subió a una de sus camionetas.
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El proyecto de la Ciudadela La Bendición ha caído sobre Yopal como una bomba atómica. Chismes, noticias incompletas y declaraciones fragmentadas por radio en peleas entre la Alcaldía, Corporinoquia, la oficina de Planeación, Jhon Jairo Torres, los vendedores del terreno y artículos en periódicos y medios digitales. Los protagonistas de la telenovela inmobiliaria son: Hernando Villalba, primer propietario del terreno; Néstor Leonardo Pérez, un ingeniero con líos con la ley que le compra parte del terreno a Villalba; Jairo Pérez, hermano de Néstor Leonardo que, además, le compra el terreno a su hermano, y nuestro hombre en cuestión, Jhon Jairo Torres, que le compra el terreno a Jairo Pérez y otro pedazo de tierra contiguo a Hernando Villalba.
Y los hechos, en resumen, son así: el terreno donde hoy se construye la Ciudadela La Bendición era conocido como finca Los Manantiales y perteneció a un hombre de San Vicente de Caguán que ha vendido tierras, gasolina, empanadas y esmeraldas, y que terminó en la cárcel aparentemente de manera injusta por dos meses: Hernando Villalba. Villalba compró una finca en la vía Villavicencio-Puerto López, y siete años después, de la nada, un narco extraditado, llamado Carlos Córdoba, empezó a exigirle que le devolviera la finca. Pasó dos meses en la cárcel, donde pensó en suicidarse, pero un juez de garantías de Villavicencio vio que era inocente y ordenó su libertad.
El terreno de Villalba está en el área rural de Yopal, pero es un botín apetecido porque por allí se proyecta la expansión del municipio. Varias personas le han ofrecido comprar esas tierras, incluso un exgobernador y un director del Fondo Nacional del Ahorro. Al final le vendió a Néstor Leonardo Pérez Barreto, ingeniero al que la Contraloría de Villavicencio le suspendió la licencia profesional por detrimento patrimonial de 399 millones de pesos. Además, está investigado por la Fiscalía 16 de Extinción de Dominio por haberle comprado unos predios al hermano de Germán Gonzalo Sánchez Rey, alias “Coletas”, el enlace entre Daniel Barrera Barrera, alias “el Loco” Barrera, y Los Oubiña, la organización narcotraficante más grande de España.
Néstor Leonardo no pudo pagarle a Hernando Villalba el terreno y fue embargado. Pero, al final, Leonardo logró pagar y le vendió el terreno a su hermano Jairo que, en otra jugada inmobiliaria, le vendió a Jhon Jairo Torres setenta hectáreas por dos mil quinientos millones de pesos. Pero por todos los problemas de Néstor Leonardo, el terreno está en extinción de dominio. Jairo Pérez se comprometió a arreglar los problemas con Estupefacientes y entregar escrituras en 2015.
Jhon Jairo, sin embargo, quería más tierras, y buscó a Hernando Villalba para que le vendiera setenta hectáreas más al lado de las que ya le había comprado a Jairo Pérez, y formar así la Ciudadela La Bendición en un terreno de 140 hectáreas. Después de largas negociaciones, hicieron una promesa de venta, en la que Jhon Jairo deberá pagarle 35.000 millones de pesos en tres años a Villalba. ¿De dónde va a sacar ese dinero? No de los calzones, sino de la venta de los cerca de tres mil lotes que dice que puede sacar del terreno, que venderá a treinta millones de pesos cada uno. En pocas palabras, nuestro hombre tiene entre manos un negocio de cerca de noventa mil millones de pesos.
Jhon Jairo Torres conduce su camioneta y vemos, en el horizonte, una cadena montañosa que se recorta en el cielo en varios tonos de azul. Me dice que busque un punto blanco en una de las montañas. El punto blanco es una estatua de la Virgen, y a la derecha, en una de las cumbres de esa cadena montañosa, se levantará la Biblia más grande del mundo. En cemento.
–Yo compré esa finca porque esa finca es el lugar más alto que tiene Yopal. Y al lado está esa estatua de la Virgen, y el pueblo se ha vuelto idólatra y han ido a venerar esa Virgen. Y como yo soy un hombre cristiano, quiero hacer la Biblia más grande del mundo para darle el puesto más alto a Dios.
Un taxista de Yopal, al hacer un recorrido de diez minutos por la ciudad, alcanzó a contar, de memoria, 43 iglesias cristianas en Yopal. Jhon Jairo afirma que hay sesenta.
–Por la Gobernación hay seis, por la Alcaldía hay cinco más, por esta calle al fondo hay cuatro –me dijo el taxista–. Y en un separador de la calle 7, un hombre camina de lado a lado predicándoles a los carros que pasan por allí por lo menos cuatro horas al día.
Jhon Jairo dice que les debe toda su fortuna a Dios y a su papá. De niño, viajaron por pueblos de todo el país buscando suerte. Su papá tenía un jeep Willis que llenaba de cortes de tela y ropa que vendía por doquier. El modus operandi era así: llegaban a un pueblo en la ruina, su papá les daba ropa a sus ocho hijos para que salieran a vender, triunfaban, su papá se gastaba el dinero en trago, hacía un mal negocio, quedaban en la ruina y se iban para otro pueblo. La primera moneda que tuvo Jhon Jairo en la mano se la ganó cargándole el equipaje a los huéspedes de una residencia en Trinidad, Casanare, el pueblo donde nació. Al llegar a séptimo de bachillerato, se enamoró, tuvo una novia, supo que necesitaba más dinero y abandonó el colegio por siempre. Así que le pidió prestada una mula a una vecina y se fue a vender ropa por todas las veredas del municipio de Maní, Casanare. Su hermana Genni, que es su mano derecha en todos sus proyectos, recuerda que a todos sus hermanos les traía de regalo de esos viajes unas colombinas gigantes, como la que chupaba la Chilindrina, del Chavo del 8. “Él no era el hijo mayor, pero fue como nuestro papá”, me cuenta en el segundo piso de Caricias íntimas, donde están las oficinas de la Ciudadela La Bendición. Allá, decenas de personas entran y salen, comprando lotes y pagando sus cuotas mensuales. Todo está organizado al milímetro. En esas oficinas, de por lo menos mil metros cuadrados, trabajan cerca de cuarenta personas, entre los que se cuentan nueve contadores que llevan todas las cuentas con minuciosidad. Computadores, oficinas y estanterías con fólderes A-Z cubren las paredes. Una noche, Jhon Jairo no me dejó salir antes de medianoche hasta mostrarme cada uno de sus libros de contabilidad y recibos de máquinas, camionetas, terrenos y propiedades.
Después de sus negocios por los pueblos, Jhon Jairo decidió irse a prestar servicio militar. Y cuando faltaba una semana para salir del Ejército, tuvo una pelea con un comandante, hasta los golpes, y le dieron un año de cárcel. En ese período probó la marihuana, no le gustó, y también leyó mucho. Y la casualidad fue tal que en el calabozo donde lo metieron había un libro sobre redes eléctricas. Y aprendió tanto que al salir de la cárcel empezó a trabajar con los militares instalando redes eléctricas en varios batallones del Meta y Casanare. Y después renunció, comenzó a trabajar solo y a ser contratista del Estado para llevarles luz a las veredas más alejadas de los dos departamentos.
–Pida recibo –le grita a Novena, su escolta, cuando paramos a tanquear la camioneta en el camino–. Luego se voltea y me explica–. Yo pido recibo de todo, porque tengo a todo el mundo encima investigándome y no les voy a dar papaya.
–¿Cuál es su secreto para los negocios? –le pregunto.
–Lo que se hereda no se hurta. Mi papá era paisa y los paisas traen en la sangre del barro hacer plata. Y en la medida en que usted direccione sus negocios con Dios, le cumpla con sus diezmos, primicias y ofrendas, Dios lo prospera.
–¿Usted da limosna en la iglesia?
–No, doy ofrendas y diezmos. Los diezmos se pagan cada vez que usted hace un negocio y adquiere una utilidad. El diezmo es el diez por ciento de lo que usted se gana. Si yo me gano 20 millones, son dos millones.
–¿Y eso quién lo dice?
–La Biblia en el libro de Malaquías 3:10: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” –declama, de memoria.
–¿Con cuánta plata en el bolsillo montó usted Caricias íntimas?
–Ahorré veinte millones del trabajo en redes eléctricas y construcción, y hace 17 años me fui para Medellín, al barrio Antioquia, e invertí los veinte millones en cucos. Y en una transportadora traje veinte cajas de calzones. Y comencé en un huequito en la plaza de mercado y empecé a colgar calzones, camiseticas y bóxer. Pagaba unos 200.000 pesos de arriendo. Empecé vendiendo treinta mil pesos al día, luego terminé vendiendo, en los 24 y 31 de diciembre, un millón y medio de pesos al día. Después monté un local en Aguazul, Casanare, y conseguí en Yopal el local que tengo hoy. Y ese almacén me lo alquiló un amigo, que me dijo que le pagara arriendo cuando me empezara a ir bien. Y ese local era tan grande que yo no tenía con qué llenarlo. Y empecé a colgar para tapar las paredes. Y Dora, mi esposa [–con la que tiene tres hijos–], trabajaba en ese local y yo me iba a hacer redes eléctricas a San Luis de Palenque, a Orocué, a donde me saliera trabajo. Y el primer día que abrió Dora, la llamé por la noche y me dijo “Jhon Jairo, vendí 800.000 pesos”. Al segundo la llamé y vendió millón setecientos. El tercer día, tres millones y dije “si eso es así, me salgo de este monte”. El domingo siguiente, vendió cinco millones.
Y así continúa su historia. En un fin de semana anunció que Caricias íntimas se iba a ir de Yopal y que iba a poner precios de liquidación. Y alquiló unos camiones y los parqueó en la calle, para que la gente pensara que, en efecto, se iban de la ciudad. Ese fin de semana estima que vendió dos mil millones de pesos.
–Y vendí más caro, pero la gente se enloqueció creyendo que todo estaba en promoción. Dice que, en la actualidad, tiene muy olvidada a su familia, por culpa del proyecto de la Ciudadela. Que su máximo deseo es que, cuando termine, va a comprarse una casa en West Palm Beach y va a meter a sus hijos a estudiar en universidades de Estados Unidos. Y que comprará un Rolls-Royce y un yate y viajará por todo el mundo.
–En las fiestas yo me tomo unas cervezas y recocho un rato, pero no me domina, no es mi hobby –me explica–. Ahorita me gusta mucho la cerveza Póker, fría, con un calor bien verraco. Pero mire usted: yo tuve una venganza contra mi pobreza y he conocido las cosas más finas y los tragos más finos. He estado en Estados Unidos, en Las Vegas, tomando champaña Cristal y los mejores vinos y comidas. He estado en China, Miami, West Palm Beach y en los mejores cruceros del mundo, como el Oasis of the Seas. Cuando voy a Bogotá me gusta ir a Pajares Salinas y pedir un Steak Tartar, y también voy a Astrid y Gastón. He andado por muchas partes y he tenido la oportunidad de tomar buenos tragos, pero eso el que diga que el trago sabe a bueno es una mentira. Por fino que sea el trago eso sabe una mierda. El imbécil que coge un whisky, un sello azul o un Red Seal, y dice “rico, ¿no?”, habla pura mierda. ¿Cuál rico si eso sabe horrible?
Pero los problemas de Jhon Jairo no sólo tienen que ver con el sabor del whisky, la Secretaría de Planeación y una vida de lujo. Comprar un terreno, partirlo en lotes y venderlos no es tan sencillo. Necesita una serie de permisos de la Secretaría de Planeación y, en su caso, de Corporinoquia, los encargados del cuidado de los recursos naturales en la Orinoquia colombiana. Jhon Jairo acudió a donde Lucía Gaona, asesora en jefe de la Secretaría de Planeación de Yopal, que le dijo que esos terrenos no estaban en el Plan de Ordenamiento Territorial, pero que en un futuro la expansión urbana irá por allí. Por eso le pidió que le presentara, con unas bases que ella misma le iba a dar, un plan parcial de su proyecto.
Gaona dice que Jhon Jairo empezó a mover tierra y construir sin hacer ese trámite. Por eso, la Fiscalía levantó cargos en su contra por construir sin licencia. Después de esto, Jhon Jairo le entregó por fin el plan parcial, pero Gaona se lo devolvió por falta de requisitos. Pero la historia no para ahí: Jhon Jairo excavó cuatro pozos de agua para crear su acueducto particular para la Ciudadela, y Corporinoquia selló los pozos y suspendió el bombeo el 19 de septiembre de 2014 por captación ilegal de aguas subterráneas. Sin embargo, al mes siguiente, el 10 de octubre, el Tribunal Administrativo de Casanare falló una tutela a favor de las personas que ya viven en la Ciudadela, y Corporinoquia tuvo que volver a abrir los pozos.
–Jhon Jairo, ¿usted empezó a construir la Ciudadela La Bendición sin permisos? –le pregunto.
–Yo he cometido ciertos errores por desconocimiento. Pero cuando compré esas tierras, es porque se está sancionando un Plan de Ordenamiento Territorial, a conciencia de que esto iba a quedar así. Yo tuve una charla con la secretaria de Planeación, Lucía Gaona, que me dice que no hay ningún problema, porque eso va a quedar dentro del Plan de Ordenamiento Territorial. Entonces, yo negocié porque tengo convenios con el alcalde de que estos terrenos quedan en el Plan de Ordenamiento Territorial. Pero mucho después de que el proyecto coge forma, me enteré de que el alcalde [–Willman Celemín–] ya no iba a estar del lado mío.
–¿Qué quiere decir con eso? –le pregunto.
–El problema es que yo no me confieso. A mí nadie me ha dicho “deme tanta plata”, pero todas las presiones se han suscitado para ver si Jhon Jairo se confiesa con dineros, que es lo que yo no hago ni permito y ahí es donde empiezan todos mis problemas. Yo no voy a permitir ser extorsionado por nadie.
–¿Le han pedido plata para solucionar el problema?
–Esas afirmaciones son muy complicadas, pero solamente lo dejo en la mente de los colombianos que conocen la parte política y saben cómo se manejan las cosas en este país.
–Entonces sí le han pedido plata.
–Yo no lo dije, lo dijo usted.
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La periodista Natalia Arenas, en su artículo de La Silla Vacía, cuenta que en Yopal las casas se compran con votos, y que muchos políticos construyen urbanizaciones en el área rural de Yopal, venden a bajos precios con la promesa de que “si son elegidos (es decir, si los compradores votan por el empresario), el barrio queda legalizado. Legalizado, porque si están por fuera del perímetro urbano, en teoría no podrían tener acceso a servicios públicos, ni tienen licencia ambiental ni de construcción para ser un proyecto de vivienda de interés social de la ciudad”. Así las cosas, cerca de diez mil personas van a salir beneficiadas con la Ciudadela La Bendición, y para salir elegido, Jhon Jairo necesita solo treinta mil votos. En una ciudad de 150.000 habitantes, es casi seguro que va a lograrlo.
–Nadie más se conoce como uno mismo, y yo sé que mi llegaba a la Alcaldía no es ni por dinero ni por ambición, sino por mandato divino. La semana pasada, en una reunión con sesenta pastores cristianos de todo Yopal, 59 votaron a favor de que Jhon Jairo se lance a la Alcaldía –me dice él, hablando de sí mismo en tercera persona, y frena en seco su camioneta–. Estamos en medio de la Ciudadela La Bendición y la gente empieza a parar la camioneta para saludarlo y pedirle favores. Él se baja, descalzo, pregunta por unas varillas que están tiradas en un rincón, les sacude la cabeza a los niños que pasan, pregunta por una casa que quedó más pequeña de lo permitido, llama por su walkie talkie a alguien para que traiga una grúa y monten un transformador a un poste, camina hasta la planta potabilizadora de agua y les hace veinte preguntas, en una jerga técnica, a diez trabajadores que están levantando unas columnas. Al final, llama a cinco obreros para que peguen ladrillos en la oscuridad de las 6.30 p. m., para no desperdiciar una mezcla de cemento que descubrió olvidada en un rincón.
–¿Quién rompe eso mañana cuando se seque? Peguen eso ya, a cinco mil pesos el bloque. Y usted, vaya traiga tres coca-colas tres litros y una bolsa de pan caliente, que hoy vamos a trasnochar –grita y regaña, pero con un dejo de burla y ternura, porque, en realidad, todo el tiempo hace chistes y exageraciones–. A un hombre que lo detuvo en la calle mientras atravesábamos la Ciudadela, le dijo: “Venga mijo, lo dejo que aquí voy con los hijos de Zuluaga”. Y a cada minuto toma su teléfono celular, lo mira con la seriedad de un estadista y se ríe en un estruendo: es un gran coleccionista de videos, audios y chistes que circulan por Facebook y Whatsapp.
–¿Usted no aprendió taquigrafía? –me pregunta, al verme tomar apuntes en la oscuridad.
–No.
–Venga yo le enseño. ¿Qué es esto? –toma mi libreta y dibuja un triángulo.
–No tengo ni idea.
–Es un cerro de mierda. JAJAJAJAJAJAJA.
Del sol solo queda una franja roja en el horizonte. Cada media hora, por lo menos, pasa un helicóptero privado diferente que surca el cielo. Según la Fundación Hábitat Colombia, Yopal es la ciudad con mayor crecimiento de Colombia: en 1973 tenía menos de 10.000 habitantes, y en 17 años ha crecido diez veces. Hoy cuenta con 150.000, llegan dos vuelos cada hora y tiene una población flotante de 50.000 personas.
–¿Usted cuánto va a ganar con este negocio?
–Yo pagué 37.000 millones por el terreno y me voy a gastar cinco mil millones en servicios. Son 41.000 millones. Pongámosle que saque tres mil lotes y los venda a treinta millones de pesos cada uno. Eso por tres mil son noventa mil millones. Ahí me están quedando cincuenta mil millones de utilidad. La matemática no ha tenido descuento ni ha subido ni ha bajado. Y eso es lo que no entienden estos pobres ricos y pobres estudiados que dicen ser matemáticos e inteligentes. Si yo tengo esa utilidad, yo por qué no puedo decir compremos dos millones de bloques y se los regalo a la gente.
–¿Y usted tiene ahorros?
–Ahorros no tengo, porque aquí es volador hecho, volador quemado. Pero en el momento en que yo termine aquí los servicios públicos, me siento a recibir la plata.
–¿Quiénes son sus manos derechas en este proyecto? ¿Hay algún ingeniero o arquitecto?
–Cada vez que estoy muy acosado de trabajo, requiero algunos profesionales para cosas que necesitan llevar la firma de un profesional universitario. Porque realmente quien diseña y quien construye se llama Jhon Jairo Torres, y estando Jhon Jairo al frente no necesita presencia de ningún profesional. Lo que pasa es que, y respetando a todos los profesionales, cada vez que se acercan al proyecto se asustan. En Casanare yo no conozco al primero que haya sido capaz de afrontar un proyecto de esta magnitud.
–¿Usted por qué habla en tercera persona sobre usted mismo?
–A veces suena muy feo cuando vos decís “y yo”, “y soy”, “y el único”. No soy así como “el soy”, sino ese man, Jhon Jairo. Y el pueblo lo aclama. Porque hasta yo estoy aterrado. Es más, me han convencido de que vote por Jhon Jairo. Voy a votar por Jhon Jairo para la próxima Alcaldía.
Por: Simón Posada - Revista Don Juan. Fotos de Federico Ríos - Instagram