Guadalajara (Jalisco), diciembre de 2021
El rey de las rancheras murió a las 6:15 de la mañana del 11 de diciembre en el hospital de Guadalajara. No se pudo hacer nada por su vida porque estaba demasiado grave de la caída que sufrió en su rancho de los Tres Potrillos, situado en Tlajomulco (Jalisco). El muy intrépido, a sus 81 años y al estilo Juan Charrasqueado, quiso domar un potro arisco con tan mala fortuna que en un lance perdió el equilibrio, cayó y se fracturó las vértebras cervicales. Pero en un principio sus familiares mintieron diciendo que se había resbalado en el cuarto de baño. Lo cierto es que, como en la ranchera, “porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme” , don Chente agonizó desde el 7 de agosto de 2021 en la prestigiosa clínica Country 2000 de Guadalajara. Y ,como si fuera un presagio divino, expiró el día de la virgen de Guadalupe en el preciso momento que los mariachis cantaban en la basílica las mañanitas en honor a la patrona de América.
Ahora que escapó de la justicia humana será sometido al juicio del supremo hacedor, donde tendrá que rendir cuentas por sus múltiples pecados: por ejemplo, el simpatizar con el PRI (amiguito del corrupto Carlos Salinas de Gortari y el genocida y ladrón Enrique Peña Nieto), abusos de menores (la cantante Lupita Castro lo acusa de violación cuando tenía 17 años) y relaciones con el cartel de Sinaloa y CJNG. Fue muy requerido por los patrones del narcotráfico colombiano, como Pablo Escobar o los hermanos Orejuela. Porque, claro, no todo lo que brilla es oro y se prefiere correr un tupido velo para no manchar su memoria. Gerardo Fernández, el hijo menor, es el más ambicioso de la dinastía y maneja despóticamente este emporio empresarial que factura millones de dólares anuales. Legal o ilegalmente, todo le está permitido.
Es triste comprobar cómo en México la música ranchera y el mariachi están siendo excluidos de los medios de comunicación de masas, ya sea prensa, radio y televisión. Lo que escuchan las nuevas generaciones es reguetón, banda norteña, rock o música yanqui, que son los éxitos artificiales que imponen las casas disqueras internacionales. Los ritmos populares mexicanos están en plena decadencia, a tal punto que los periodistas que cubrían el velorio para las distintas cadenas de radio y televisión saben más de Justin Bieber, Dua Lipa o Britney Spears que del propio Charro de Huentitán.
Y es así que después de hacer largas colas, el pueblo llano que todavía lo ama y lo reivindica abarrotó la arena VFG de Tlajomulco para despedir a su máximo ídolo. Por allí no estaba la burguesía pretenciosa y agringada, sino los obreros, los trabajadores, los campesinos, las clases más humildes del “frijol y la tortilla” que lo vienen a llorar; le traen flores, guirnaldas y pomposas coronas. A lo mejor se han gastado el salario de una quincena, pero no importa, pues don Chente se merece eso y mucho más.
Ha desaparecido, se extingue por completo toda una época dorada que jamás volverá y entonces nos tendremos que consolar con revivirla en la nostalgia y el recuerdo. Se entona finalmente la canción Volver, volver, respetando su expreso deseo en vida de que se la cantara su mariachi cuando estuviera dormido para siempre en su ataúd. Quizás la mayor fanaticada de Vicente Fernández se halle en Colombia, un país donde se le ha encumbrado a lo más alto del Olimpo.