A ella, la del cuarto piso del bloque A, con frecuencia el marido la coge a trompadas. Sus vecinos no entienden qué hace con ese patán o por qué lleva aguantándoselo tantos años. Es una mujer bella, inteligente, rica. ¿Por qué se deja tratar así por semejante cafre orangután ignorante que al tiempo que dice amarla, la golpea, la subyuga? Él, no contento con confundirla con una pera de boxeo, también le restringe comida, dinero, oportunidades laborales y educativas. Y no hace eso solo con ella, también con sus hijos, padres y suegros. Le ha quitado todo, desde su libertad económica hasta su estabilidad emocional. Ejerce de talanquera, de policía de garita: todo pasa por él.
La vecina del tercer piso de esa misma torre suele recibir a la víctima en su sala, ofrecerle tinto, darle comida, prestarle sus orejas para que se desahogue. La aconseja, intenta hacerle entender que debe cortar el círculo vicioso y salir de ahí, que la inacción puede costarle la vida, que nadie podrá ayudarla si ella no se ayuda primero. La abusada la escucha, asiente, llora, encuentra excusas. Y siempre termina diciendo lo mismo: “a él lo elegí yo solita, nadie me obligó. Los matrimonios se deben respetar. Además, varios de mis hijos lo aman, lo idolatran, darían la vida por él. No puedo destruir mi hogar”. La vecina del tercer piso la mira con piedad, se frustra, ¿pero qué puede hacer? Está convencida de que no le queda de otra que darle tiempo al tiempo y confiar en el viejo adagio popular: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista".
El administrador del conjunto residencial, conformado por cinco torres de edificios, cada una de 10 pisos, ya no sabe qué hacer. Convocó a una junta extraordinaria de residentes para hablar de los vecinos incómodos del cuarto piso del A. La situación pinta mal, se desbordó de las cuatro paredes de esa casa. Todo indica que el apartamento de esa familia tan peculiar, en donde viven niños y ancianos junto con la pareja, es una bomba de tiempo. Tal parece que el proveedor de la familia ya ni carne ni leche les da. Se ven flacos, enfermos, tristes. Para completar el cuadro dramático, a los moretones de la señora toca añadirle varios agravantes. El fin de semana pasado dos de sus hijos se extraviaron. A uno lo encontraron hurgando en la basura del sótano de la torre B y al otro, en casa de la vecina del segundo piso del D, a donde fue a pedir que lo adoptaran. Pero todo es tan confuso en esa casa, tan contradictorio, que al tiempo que algunos se escapan, otros le rinden pleitesía a quien funge como rey y patrón. Es más, lo mantienen gordito y rozagante. ¿Qué hacemos?, pregunta el administrador, mientras fija sus ojos en el abogado que vive en el primer piso del bloque C.
El abogado, que suele apegarse a la Constitución y respetar el libre albedrío, recomendó como ideal acudir a todas y cada una de las instancias que contempla la ley para estos casos, de suerte tal que se proteja la vida e integridad de la señora y de toda su familia, sin acudir a la violencia. Pero no había terminado de exponer su punto cuando Álvaro, el vecino fisgón del piso 8 del bloque D, quien también le pega a su mujer y a sus hijos y a quien nadie le puede cuestionar ni la tilde de su nombre, gritó: “¡no seas marica, qué ley ni qué ley, a ese hp toca es quebrarlo!” Acto seguido, María Fernanda, la del séptimo piso del E, exclamó: “¡yo presto el arma! A lo que Gustavo y Claudia, residentes del C, refutaron al unísono: “no sean bárbaros, la ayuda no puede ser peor que la enfermedad”. Así fue como el conjunto quedó dividido entre quienes creen que no se debe hacer nada pues los líos de la casa ajena no le competen a nadie, quienes creen que se debe trabajar con la señora para que ella sea quien tome la decisión de sacar de su vida, de manera pacífica y civilizada, al dictador que tiene por pareja y quienes creen que toca entrar a esa casa por la fuerza e incendiarla de ser preciso con tal de rescatar a la hermosa y rica señora.
Álvaro, el vecino fisgón del piso 8 del bloque D,
quien también le pega a su mujer y a sus hijos, gritó:
“¡No seas marica, qué ley ni qué ley, a ese hp toca es quebrarlo!”
Ni la junta acaba ni la pelotera entre los vecinos merma. Algunos no entienden con qué moral pretende Álvaro, el vecino fisgón cuyo comportamiento en su propia casa es reprochable, dar ejemplo o pedir orden en la casa ajena si la suya es un chiquero. Otros optan por concentrarse en tapar las goteras de su propia residencia. Otros cocinan de más, para darle comida, así sea a escondidas, a la señora y sus familiares. Otros rezan. Otros recogen ayuda económica entre los vecinos más solidarios. Otros están furiosos con la señora porque ella se lo buscó. Otro creen que todo lo que ocurre en esa casa es normal y que le están inventando chismes al señor panzón que casaca a su mujer. Otros creen que en esa casa tienen lo que se merecen. En fin, no hay consenso.
En medio de la alharaca, el vecino fisgón aprovechó y se fue a hablar con el del penthouse del bloque A, el más rico y poderoso, el de las influencias, el que puede saltarse la ley y usar armas como le plazca, para que lo apoyara con su idea de entrar a sangre y fuego a rescatar a la damisela en peligro, así la maniobra cueste la vida de varios de los integrantes de esa casa. Total, para Álvaro, el fin siempre justificará cualquier medio. Todo indica que Donald, el del penthouse, quien siempre le ha tenido ganas a la riqueza de la señora emproblemada, le cogerá la caña al fisgón, meterá algo más que sus narices para “ayudar” y se apoltronará en medio de la sala de la casa ajena quién sabe hasta cuándo. Eso sí, todo lo hará enarbolando en su balcón las banderas de la solidaridad y la ayuda humanitaria.
¿Sabrán los incendiarios que una vez inicia el fuego en un edificio es muy difícil contenerlo en un solo piso? Tocará preguntarle al vecino fisgón. Él tiene los fósforos.
@NanyPardo