A sus 18 años Carlos Alberto Carvajal ya era un comerciante en Manizales. Vendía pescado seco, arroz, panela, ropa y en el mes de diciembre cambiaba su mercancía por faroles y velas. Por eso cuando descubrió un 7 de diciembre las largas filas para comprar pólvora en el almacén Málaga, el más famoso de la ciudad, vio allí una oportunidad.
Arrancó comprando diez cartones de martinicas o totes, después media paca, una y en 1970 viajó a Bogotá para conocer a una de las cabezas de la pirotecnia en el país Crisóstomo Restrepo, dueño de Industrias El Vaquero. Quería ser su distribuidor en el eje cafetero con ventas en Armenia y Pereira e hizo acuerdos con el Sindicato de Polvoreros de Manizales. Las 500 cajas que compró durante su visita en la fábrica en Bosa, Bogotá, pasaron a ser 2.000 cajas y después a comprar casi la mitad de la producción cada Navidad.
El negocio le permitió acercarse a don Crisóstomo Restrepo, el dueño de Industrias Martinicas El Vaquero que había empezado en 1951. Al lado suyo aprendió los secretos de las mezclas de polvos químicos de cada producto.
Una vez falleció Crisóstomo Restrepo fueron sus hijos quienes tomaron las riendas de la empresa. Carlos Alberto Carvajal buscó también su lugar en la compañía y paso siguiente junto a su esposa, Gloria Inés Castaño, que ha sido la cabeza detrás de la producción, les compró el 50% de la empresa y luego, con la venta del granero que tenían en Manizales se hizo a la fábrica por la que pagó $ 100 millones. Un negocio que prosperó y con el que logró volver profesionales a sus tres hijos: Andrés, Carolina y Juan Alberto, quienes terminaron vinculados al negocio.
La llegada de Antanas Mockus a la Alcaldía de Bogotá en 1995 y su primera campaña “Ni un quemado más” después de una alarmante cifra de 204 niños quemados en esas navidades, puso a temblar el negocio de los Carvajal. Empezar los operativos y la incautación de ventas en la calle y con esto el declive de El Vaquero.
Fue a Andrés, el mayor de los Carvajal a quien junto con un compañero de pupitre se le ocurrió la estrategia para hacerle frente a la estigmatización que crecía por cuenta de la cultura ciudadana de Mockus contra los polvoreros. En el 2010 le dieron la vuelta al negocio con un nuevo slogan “Pirotécnicos en favor de la vida y la seguridad de las personas”, con la que empezaron a fortalecer la regulación de la mano de la Policía y otras instituciones. Y empezó la modernización de la empresa con nuevas prácticas.
Con la llegada de Carvajal a El Vaquero, la compañía dio un salto de escalón. Se comenzaron a capacitar en buenas prácticas: llenaron sus productos de instrucciones para evitar lesionados, cambiaron la fabricación por materiales más estables, como dice la norma y con mechas verdes de combustión lenta. Realizaron recorridos con la Policía por la fábrica para que confirmaran los procesos seguros que estaban siguiendo y apoyaron las campañas para que los niños no compraran pólvora y procuradora delegada para la familia Ilva Myriam Hoyos para asegurar una sombrilla institucional que iba de la mano de la capacitación de policías para que sus inspecciones fueran de acuerdo con la nueva legislación.
Las tutelas no faltaban intentando tumbar la venta de pólvora, pero Carolina, otra de los hijos, asumió no solo la defensa jurídica, sino que empezó a hablar con mandatarios locales del Distrito y los municipios vecinos de Cundinamarca y luego fuera de Bogotá, a donde llegaba con charlas sobre “Pirotécnicos por la vida y la seguridad de las personas”, para evitar el mal uso y frenar las cifras de adultos y niños quemados. Ya hay 47 tiendas permanentes en el país, que en temporada de navidad llegan a más de 60.
Juan Alberto, el menor de los Carvajal, se ocupó de las exportaciones e inauguró su presencia internacional con un evento en Barcelona. Allá llegaron con sus volcanes, totes, bengalas, voladores, velas, pitos, metralletas, entre otros. Luego vino México, Panamá, Perú y Ecuador. Las ventas del Vaquero supera los $12.000 millones de ventas, con lo que se benefician 3.000 familias, y ya hay una Federación Nacional de Pirotécnicos (Fenalpi).
En el camino, Torero del Valle del Cauca y la tradicional Mariposa, el mayor fabricante de chispitas, aún se mantienen pero con muy poca fuerza. Los Carvajal y El Vaquero mandan en el mercado no solo con las exportaciones sino con la producción nacional que controlan casi la mitad con presencia en 22 de los 32 departamentos del país. Una familia que ha crecido con la pirotecnia capaz de fabricar unos productos únicos que forman pare de la tradición colombiana y que las importaciones chinas no han logrado desbancar.