La socialización como facilitadora de la comunicación interpersonal más cotidiana, requiere de algo más que palabras e imágenes retransmitidas.
Puesto que la realidad construida a partir de sistemas informáticos o digitales, hace que los lazos sociales sean más virtuales que nunca, pese a que supera las barreras espacio temporales y configura un entorno en el que la información y la comunicación se nos muestran mas accesibles.
No siendo por lo tanto la virtualidad un paréntesis en nuestras vidas, ni menos aún una interrupción temporal a partir de la cual podremos seguir con la vieja normalidad, ya que muestra como contrapunto el valor irrenunciable de la dimensión presencial de la vida. Al ser nosotros un cuerpo viviente, con una realidad compleja y rica de la que no podemos prescindir.
Entornos virtuales que, al tener un efecto disruptivo, desencajan los marcos existentes introduciendo novedades cuya subjetivación individual y colectiva requerirá de tiempo, más allá de las secuelas físicas o sicológicas y del aumento de los conflictos sociales.
Mundo en donde se puede viajar en experiencias sin movernos del sofá, libres de virus y de contagios, satisfaciendo todas nuestras fantasías. Incluso hasta confundir el sueño y la vigilia con imágenes recibidas a través de chips corporales, todo ello en la más estricta soledad.
Disponiendo en mayor cantidad y funciones de todo tipo, de objetos e información que permiten realizar cualquier cosa aún sin salir de casa, pero que requieren de óptimos recursos tecnológicos y de medios de calidad para lograr obtener la mejor experiencia.
Circunstancia ésta que hará que la humanidad viva atrapada dentro de un proceso de mutación identitaria, promoviendo una nueva utopía que transformara su naturaleza al desapoderar a los hombres de sus cuerpos y sus limitaciones físicas, para convertirles en seres trascendentalmente tecnológicos.
Cambio hacia una especie de enjambre masivo de seres humanos sin capacidad crítica y entregado al consumo de aplicaciones tecnológicas, dentro de un flujo asfixiante de información que crece exponencialmente.
Datos que genera internet y algoritmos matemáticos que los discriminan y organizan para nuestro consumo, que son un binomio de control y dominio que la técnica impone a la humanidad, siendo ahora todo susceptible de virtualizarse ya que la pandemia ha supuesto un acicate para ese salto virtual. No siendo el escenario adecuado para personas que no tengan capacidad de planificación, ni una alta dosis de disciplina.
Entorno informático simulado, o virtual, donde los usuarios van adquiriendo la fisonomía de ser seres asistidos digitalmente debido, entre otras cosas, a su incapacidad para decidir por sí mismos ya que este medio solo desarrolla la inteligencia estática.
Entendiéndose que la inteligencia dinámica _que es la base del desarrollo humano_ se acrecienta a través del cuerpo y de las experiencias; en el contacto con el otro, desde lo material y lo concreto.
Siendo el espacio ideal para que acontezca la vida, para desarrollar de manera permanente habilidades socioemocionales y de adquirir valores para vivir en sociedad. Espacio que no es solo un lugar destinado al movimiento propio, o un sitio exclusivo de un individuo, y en él que sin los otros y sin todo aquello que posibilitan, nuestra vida estaría abocada al aislamiento. Y, con ello, quedaríamos radicalmente mermados y empobrecidos.
Representando, por ende, un gran negocio para las empresas tecnológicas y de logística online, al limitar a las personas a una vida que conviene según los algoritmos. Logrando así confinar 'voluntariamente' a una inmensa mayoría, 'rodeándolos de cosas sin ninguna presencia y de ideogramas con los que se pretende expresar todo, pero sin decir nada'.
Objetos y símbolos que solo proporcionan una ilusión identitaria, como un último refugio en un mundo interconectado donde cada uno cuenta sólo como una cifra o un código. O también como consuelo ante el desamparo subjetivo y social, constituyéndose al mismo tiempo en la clave de una polarización social cuya brecha no hace sino crecer.
Ya que, en el mundo post pandemia, el contacto cuerpo a cuerpo, cara a cara, en condiciones saludables, será un lujo al que muchos no podrán acceder (especialmente los de entornos desfavorecidos). Y donde la presencia delante o en el mismo sitio que otras personas, quedará sólo al alcance de unos pocos que puedan pagarla.
Riesgo de lo presencial, que cuando hay implicados dos o mas cuerpos, no es tanto el peligro de contagiarse, sino 'el de condolerse, el de entenderse o, al menos, el de escucharse y a veces el de discutir. Puesto que solo entre cuerpos ocurren esas cosas'.
Encontrando con el tiempo, sin duda, unas buenas fórmulas para el híbrido presencia-virtual que incluya la sorpresa, el humor y el sinsentido como ingredientes básicos que preservarán nuestra singularidad. Todo aquello que hoy nos define como seres humanos y que precisa cierto grado de proximidad física, de contacto real, cercano y afectivo, pues son nuestros sentidos los que abren una puerta que favorece la comunicación, salvando las distancias que nos alejan de los demás.
Referencias.
José Ramon Ubieto Pardo. Profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación. Psicoanalista, UOC – Universitat Oberta de Catalunya.
José María Lasalle, libro ‘Ciberleviatán: El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital’ .