Una constelación de luces disgregadas en un valle es lo que se puede observar cuando se viaja a las seis de la tarde de Medellín a Rionegro, un municipio al Oriente de Antioquia, por la vía las palmas. Esa imagen de vías iluminadas, parcelaciones con lotes y casas de dos mil millones, floristerías, industrias y centros comerciales, es lo que se ve desde la ventana de un avión cuando se llega al aeropuerto José María Córdoba en una noche despejada. Es la ciudad difusa o dispersa, esa que los urbanistas llaman ciudad-región y que es necesario planear para que sea sostenible para todos.
La dispersión de las ciudades en las periferias rurales no es nueva, le sucedió a las ciudades norteamericanas después de la segunda guerra mundial y sucede en las grandes ciudades europeas -todas ellas con suburbios- y Medellín no es la excepción. Es la dispersión de las funciones de la ciudad, se trabaja en centros económicos y políticos, pero se duerme y se descansa en lugares lejanos, alejados del ruido, dependiendo del nivel de renta de las personas; en otras palabras, la planeación del territorio depende de las fuerzas del mercado y no de la capacidad de planeación del estado.
Muchos de los municipios del valle de San Nicolás en el Oriente de Antioquia son pueblos dormitorios: las personas trabajan en Medellín o Rionegro, y dependiendo de si su trabajo es al frente de una máquina textil o empuñando un lapicero para firmar documentos o cheques, duermen en Marinilla, Rionegro, La Ceja, el Retiro, la zona de Llanogrande, Guarne o el Carmen de Viboral, según sus ingresos.
Dicen los expertos que la ciudad difusa tiene como característica la “automovilización de la vida”, un aumento de las emisiones de gases y el gasto de energía, un uso ineficiente de los recursos; es una ciudad con todo los servicios pero dispersos, las fronteras entre los municipios se difuminan y prevalece el transporte privado - cualquier parecido con la zona de llano grande y las palmas en Antioquia es pura coincidencia –
La imagen de la constelación de luces que se avizoran desde el alto de las palmas cuando se mira a Rionegro y su valle de San Nicolás es la expresión de la necesidad de ordenar el territorio de manera que sea sostenible. En estos tiempos de cambio climático ya no nos podemos dar el lujo de postergar las decisiones del ordenamiento del territorio para las generaciones que vienen.
Los esfuerzos por ordenar el territorio son urgentes. Es necesario que los actores del poder del territorio se movilicen y actúen más allá de los intereses meramente gremiales, personales o por la renta de la tierra, pues se requieren figuras supramunicipales que ayuden planear y ordenar el territorio. Algunos sectores de la región han impulsado figuras de ordenamiento territorial como el área metropolitana y la provincia. De la primera se puede decir que es útil pero solo resuelve los problemas de ordenamiento del valle de San Nicolás, y no de la región del Oriente Antioqueño en su conjunto, y de la segunda se puede decir que apunta a resolver temas estructurales como la descentralización con un enfoque de solidaridad con las demás zonas de la región que ha avanzado en lo político – recientemente se publicó un libro que profundiza la propuesta de Provincia del Oriente- pero le falta desarrollo en lo técnico. Lo cierto es que el cambio climático no da espera y debemos resolver el ordenamiento territorial del valle de San Nicolás en una relación de solidaridad y equidad con el resto de las zonas de embalses, páramo y bosques de la subregión del Oriente Antioqueño, para que cuando desde las Palmas miremos la ciudad difusa que emerge entre los campos del Oriente cercano tengamos la certeza de que existen límites para la especulación del suelo y oportunidades para aquellos que no llegan en carro particular a su casa después de su jornada de trabajo.