“Leemos para poder cambiar de opinión, hay que cultivar la cultura del hallazgo”— Antonio Escohotado.
Cuando se habla de uribismo en su sentido más formal y genérico se hace referencia, tal como lo expresa en el preámbulo del estatuto del partido político Centro Democrático en su cuarto párrafo, “a las bases doctrinales inspiradas en el pensamiento y obra de su presidente fundador, Álvaro Uribe Vélez”. Él es una figura pública que sin duda ha modificado el mapa de la política colombiana, cuyo protagonismo anterior era ejercido y representado por las élites de las familias más emblemáticas de la capital colombiana. Es sin duda el señor Álvaro Uribe Vélez una de las excepciones a esa regla impuesta por ese grupo de familias que se han rotado el poder del estado colombiano desde su vigencia republicana. En sus ocho años de gobierno dejó un legado con el que muchos colombianos se identifican, en ese sentido, la corriente de pensamiento denominada uribismo es seguida por una cantidad de colombianos a los cuales se les denomina uribistas.
Colombia como Estado social de derecho, de acuerdo a la Constitución de 1991, fundamenta sus políticas a la protección de la dignidad humana y los derechos fundamentales, cuya garantía a la libertad de expresarse y difundir sus pensamientos y opiniones se encuentran plasmada en el Artículo 20 de la Constitución Colombiana. De este principio parte la naturaleza del disenso de pensamiento, encaminada al enriquecimiento del pluralismo social, y con ello, su evolución misma, advirtiendo que este desarrollo puede peligrar si solo se considera una visión monocromática del mundo. Con lo que respecta a lo anterior, una persona al identificarse como uribista es merecedora del más profundo respeto, teniendo presente que gran parte de sociedad colombiana encarna valores representados en el arraigo a la tierra, el sentido de la familia, el espíritu de emprendimiento, el sentimiento cristiano-católico, y demás cualidades que hacen de Colombia una sociedad particularmente conservadora, y que el uribismo como corriente de pensamiento pretende recolectar.
Ahora bien, preocupa de gran manera el daño que se le está generando a la sociedad colombiana ciertas actitudes, posturas incoherentes y difusión de información fuera de contexto por parte del máximo líder del uribismo, sus representantes y sus seguidores, que impacta a la sociedad colombiana generando radicalismos casi que irreconciliables, según la ubicación del espectro ideológico en el que se identifique cada colombiano. Casos como el incidente ocasionado por la esposa del senador Ramos del Centro Democrático, la señora Juliana Hernández, que pretendió bajarse de un avión porque según ella viajaba en el mismo vuelo un guerrillero de las FARC, no contenta con eso, toma una foto del individuo portador de una gorra verde caracterizada por una estrella roja, y publica en sus redes sociales exponiendo a este sujeto como guerrillero por el solo hecho de portar una gorra con esas características. Casos como el que ha protagonizado el congresista del Centro Democrático, el señor Hernán Prada, que en repetidas ocasiones se ha dirigido con el calificativo de terroristas al grupo Voces de Paz, grupo conformado por académicos y activistas que sirven como voceros de las FARC en el Congreso, o comentarios en redes sociales como el que realizó el senador del mismo partido el señor Daniel Cabrales que responsabilizó a las FARC por la tragedia ambiental sucedida en Mocoa, y que posteriormente tuvo que disculparse, sin hablar de los muchos desencuentros estigmatizadores que ha tenido el señor Álvaro Uribe Vélez con todo aquello que dictamine como izquierda.
Este conjunto de pensamientos y acciones radicalizados durante los dos mandatos presidenciales del señor Uribe han calado en la sociedad colombiana, generando una especie de división ideológica, con la proclama de que todo aquel en desacuerdo con las tesis uribistas será calificado como comunista, socialista, guerrillero, castrochavista (una de sus terminologías más exitosas), etc. Es ahí donde radica el meollo de este asunto, que un líder político exprese todo tipo de afirmaciones sin la fundamentación y argumentación de las mismas, dejando en el aire un ambiente de medias verdades o medias mentiras, o una mezcla de ambas, cuyo séquito de manera sistemática se une en una sola voz en la reafirmación de lo expresado por su líder sin la más mínima reflexión de lo enunciado, teniendo como destinatario final la confusión de la opinión pública, bueno ese es el objetivo. Ese proceso de afirmaciones mixtas entre verdad y mentira, cuyo impacto se refleja en la persona uribista, predispuesta más a la pasión, al sentimentalismo, que a la utilización del razonamiento para obtener un criterio propio de los dichos y de los hechos, es tejedora de un velo que impide el mirar de la sociedad colombiana más allá de sus horizontes, y que la persona uribista aporta su grano de arena con su irrestricta posición de un Álvaro Uribe Vélez libre de todo pecado. Pero, ¿es el uribismo una doctrina y la persona uribista un ser prejuicioso?
Realizando un análisis un poco más detallado de los hechos, el uribismo no solo puede ser considerado como una corriente de pensamiento ideológico, cada vez más se va configurando y adquiriendo la categoría de dogma. Tal como lo definió la socióloga y psicóloga argentina Silvia Bleichmar, el dogmatismo se sostiene en el eje mismo del pensamiento teórico y su recurrencia es la filiación a un maestro o un guía al cual se deja a salvo de todo error, de toda falla, considerando su teoría como completa y acabada, aplicable y no sometida a caución. Ahora bien, producto de ese dogmatismo reflejado en el individuo considerado uribista, cabe la característica del prejuicio, que tal como lo precisa la misma autora, es su irreductibilidad a toda argumentación y toda demostración que pueda salirse de la reglas enunciativas planteadas, siendo inconmovible a toda evidencia, y que en ambos casos, tanto el dogmatismo como el prejuicio, fallan en la determinación del pensamiento crítico, que consiste en remitir los enunciados sobre la base del cotejo con la experiencia, poniendo en tela de juicio su verdad universal.
De acuerdo a la definición anterior doy por hecho una respuesta positiva a la pregunta planteada, pero más que la resolución a la pregunta, es la carencia del pensamiento científico y sentido crítico de las cosas que se ausentan en gran medida en la connotación del uribismo y su reflejo en el ser uribista. Lo anterior, en tal medida que todo lo proclamado por el señor Álvaro Uribe Vélez es declarado como una verdad absoluta y en el caso del cuestionamiento por medio del ejercicio analítico a una de sus verdades aquel individuo o grupo de individuos que se atrevan a controvertir sus tesis pasan a la orilla estigmatizadora catalogado en sus términos más brillantes como mamerto castrochavista.
Más aún el seguidor uribista, motivado por un espíritu anti-Farc, antiguerrilla, anti-izquierda, son ciegos —o se hacen— ante las verdaderas problemáticas del país, culpando a la guerrilla como los máximos exponentes de los males que aquejan a la sociedad. Gracias al proceso de paz, por medio de los hechos y la evidencia, se puede contrastar esa consigna uribista, donde poco a poco se ha ido despejando esa cortina de humo que hemos mantenido por más de cincuenta años. Al esclarecer el panorama, se puede palpar una realidad más objetiva de los problemas estructurales que padece la sociedad colombiana, como el cáncer de la corrupción que carcome a todas las esferas del estado, al sector privado y a la cultura; el pésimo sistema de salud que tenemos que soportar; la oposición a una política de Estado del acceso a una educación universitaria pública, gratuita, universal y de calidad; las consecuencias ambientales que tendremos que afrontar por el uso irresponsable de una política económica extractivista dañina para nuestro ambiente. En fin, estos ejemplos como para nombrar algunas de las problemáticas más profundas de la sociedad colombiana.
Por lo anterior, no puedo generalizar y decir que todos los uribistas se destacan por la carencia del pensamiento científico. Estaría incurriendo en una falacia, ya que afirmaría con el consecuente argumento inválido. Tengo amigos uribistas de mis afectos y en el ejercicio del debate contraponemos nuestros puntos de vistas, llegando a conclusiones verdaderamente interesantes sobre la base de la argumentación y la experiencia. El problema radica cuando muchos de ellos atrapados por la efervescencia no tienen lugar alguno a la crítica de lo que dicen representar e identificase y repiten como lora mojada, a modo de dicho popular, la siguiente frase: “Presidente Uribe es el mejor, duélale a quien le duela”.
Por último, siento gran desosiego porque en plena época electoral muchos uribistas promulgan a los cuatro vientos con esa tenacidad y firmeza “yo voto por el que ponga Uribe”. Que no se les olvide que Uribe nominó a Santos como su sucesor y que en la segunda vuelta presidencial para el 2018 hay un gran porcentaje de probabilidad que el señor Álvaro Uribe elija como su candidato presidencial –en caso de no pasar su candidato oficial a segunda vuelta— al distinguidisimo doctor Germán Coscorrón Vargas Lleras.
Definitivamente, todo un juego de intereses y traiciones, donde lo que menos importa es el bienestar de la sociedad colombiana. Por último, también les recuerdo a los uribistas pura sangre que su máximo líder ha concurrido en las mismas prácticas de designaciones presidenciales que su antagonista ideológico, el fallecido Hugo Chávez, quien hizo exactamente lo mismo con su pupilo el señor Maduro. Definitivamente el señor Álvaro Uribe Vélez es nuestro Hugo Chávez colombiano.