La ultraderecha colombiana se muestra desesperada ante las elecciones que tendrán lugar el año 2022. Lo deja ver en sus publicaciones en redes, en las que no escatima el menor pretexto para arremeter contra cualquier posibilidad de cambio en nuestro país. Se vale incluso de las publicaciones de la derecha ecuatoriana contra el candidato Andrés Arauz, para difundirlas como si se tratara de manifestaciones espontáneas y generales en Colombia.
Es el caso del votar por el socialismo es lo que me tiene pidiendo limosna, vote bien, carteles que se difunden en el vecino país, con imágenes de mendigos callejeros, y que el propio Álvaro Uribe, seguido ciegamente por sus copartidarios, se encarga de publicar a manera de advertencia de lo que nos sucederá, si llegara a ganar un candidato que no sea uribista. Lo justo sería, si somos realistas, que los mendigos de aquí dijeran, por votar por el que dijo Uribe es que estoy así.
No hay que ser un gran analista, ni pertenecer a cualquier variante de la izquierda, para observar el desastre acelerado en que se ha convertido nuestro país con el actual gobierno. El discurso del uribismo se agotó con los hechos. Aparte de que reserva expectativas siniestras al mirar el futuro inmediato. La seguridad, la principal de sus banderas, ha terminado convertida en el mayor de sus fracasos. Vivimos una zozobra que crece día a día.
No es necesario recurrir al repetido argumento del asesinato de líderes y lideresas sociales, para ponerlo en evidencia. En los corrillos uribistas eso no despierta la menor inquietud, muere más gente en Colombia por robos de celulares que en ese tipo de atentados, aseguran sin sonrojo. Resulta prácticamente imposible de explicar, sin recurrir a la acción u omisión del gobierno, cómo nuestro país ha terminado en manos de bandas criminales de todo orden.
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Es como si se hubieran abierto todas las posibilidades de actuar a las mafias de narcotraficantes, paramilitares, disidentes armados del Acuerdo de Paz, y organizaciones delictivas dedicadas al sicariato
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Desaparecen lentamente las regiones en donde su presencia era inexistente. Es como si durante la presente administración se hubieran abierto todas las posibilidades de actuar a las mafias de narcotraficantes, grupos paramilitares, disidentes armados del Acuerdo de Paz, y en general a las organizaciones delictivas dedicadas al sicariato y los más diversos ilícitos. Es indudable que la Fiscalía General de la Nación obra como un agente de represión política.
Poco le afecta que el país esté siendo tomado por el crimen. Antioquia, Córdoba, el Chocó, el Catatumbo, Nariño, Cauca, Putumayo, Caquetá, Huila, toda la frontera con Venezuela se convierten en regiones invivibles. Paradójicamente las zonas geográficas en donde se supone existe mayor presencia militar y policial. O las fuerzas armadas no actúan porque existe alguna maniobra o presión desde arriba, o han caído en las redes de la corrupción rampante.
Sin excepción, todas esas áreas geográficas hicieron parte de los planes de desarrollo contemplados en el Acuerdo de Paz. Se trata de las zonas que abandonaron las Farc originales al hacer dejación de las armas e iniciar su proceso de reincorporación. El gobierno de Duque no hizo nada por llevar allá la presencia del Estado. Antes bien, decidió truncar los acuerdos sobre sustitución de cultivos de uso ilícito, dejando las comunidades en situación económica y social deplorable.
Más todavía, al mostrar su enorme desprecio por la implementación y apersonarse muy poco de los compromisos de la reincorporación económica, social, política y cultural de los firmantes de paz, logró que una parte de ellos perdiera la fe en lo conseguido con el Acuerdo y se inclinara por volver a las armas. Antes que satisfacer la ilusión de muchos excombatientes con la paz, los inclinó a escuchar los cantos de sirena de los dementes que prefirieron persistir en la guerra.
El uribismo en el poder también resulta impermeable al clamor popular por ayuda del Estado en las difíciles circunstancias de la pandemia. Por todas partes brotan las cifras sobre el crecimiento de la miseria y la pobreza, así como se reproducen las voces que con estudios económicos a la mano, demuestran que sí es posible suministrar una renta básica a por lo menos nueve millones de familias vulnerables, al tiempo que reactivar la economía con criterios sociales.
Pero el actual gobierno, aplaudido por el coro de su partido, prefiere apelar a una tercera reforma tributaria con el propósito real, aunque lo presenten en segundo plano, de tranquilizar a las agencias calificadoras de riesgo de la banca internacional, con el argumento de evitar que el país pierda su grado de inversión, y de paso aliviar la inquietud de los mercados transnacionales de capital, los que en ningún caso están dispuestos a perder algo en la crisis actual.
Hasta una guerra con Venezuela promueve solapadamente Duque. No hay que llamarse a engaños, el socialismo que invoca Uribe para atemorizar, es un fantasma inexistente. En cambio el monstruo real, al que todas y todos debemos temer y desterrar, es el uribismo.
El socialismo que invoca Uribe para atemorizar, es un fantasma, el que debemos temer y desterrar, es el uribismo.