El urbanismo depredador que se devora al Oriente Antioqueño

El urbanismo depredador que se devora al Oriente Antioqueño

Luego de ver un documental, el autor se pregunta en qué momento pasamos del paraíso verde de pueblos tranquilos, montañas y caudales a esta masa gris de ciudades

Por: Filanderson Castro Bedoya
marzo 23, 2023
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El urbanismo depredador que se devora al Oriente Antioqueño

Terminaba de ver un documental en el que, entre otras cosas, se exponía el estilo de vida de algunas ciudades asiáticas en las que la superpoblación y los altos costos de vida habían llevado a establecer hogares refugio en grandes edificios en los que, en ocasiones, un espacio de 48 metros cuadrados debía ser compartido entre 12 o más individuos.

Al analizar detenidamente el escalamiento de esta situación, fue inevitable virar la mirada a mi alrededor y darme cuenta de que este paraíso verde de pueblos tranquilos, montañas imponentes y caudales inimaginados poco a poco se transforma en esa masa gris de carreteras atestadas, aire contaminado y altas edificaciones donde, como insectos, se agrupan seres humanos uno sobre el otro en cubículos cada vez más pequeños y mas costosos, si, cómo empezó todo en las grandes urbes degradadas del documental.

¿Subestimamos nuestra capacidad reproductiva o este es el avance lineal natural de nuestra especie en todo lugar? Preguntas que difícilmente podemos responder hoy, pero, desde nuestro espacio de tierra, con Medellín como ejemplo, podemos afirmar que definir al oriente antioqueño como un área metropolitana anexa a la gran ciudad no ha sido una decisión consensuada con sus habitantes, sino una imposición suave que se ha venido logrando poco a poco.

Ya no es extraño tener bloqueada la vista al atardecer o a la montaña, cada vez menos lugares tienen un horizonte sin grandes edificaciones en medio, las casas de amplios corredores y jardines extensos han quedado en el ayer, hoy, cada hogar no es más que una copia insípida de todos los que le rodean, acumulados en una línea horizontal cada vez más alta donde un par de suculentas en un diminuto balcón intentan recordar nuestras casas del pasado habitadas de flores y mascotas.

Los pueblos de carreteras coloniales y parques tradicionales, se van devorando cada vez más su propio campo, el agro es reemplazado por las mafias inmobiliarias que en muchas ocasiones encuentran en este negocio el mejor método para limpiar los dineros sucios que transitan por sus urnas continuamente, los mapas se alteran y el cemento convierte en cementerio todo cuanto se cruce a su paso.

“Nuestra región es una de las más pujantes y desarrolladas” afirman los dirigentes que, recibido el contrato y sacado su respectivo interés, se alegran de la llegada de las grandes constructoras, los grandes almacenes, el ciclo demoledor de la circulación del capital, en una región que pierde cada día un poco más de su verdadera productividad, el campo, dejando que los grandes ingresos lleguen a los bolsillos de unos cuantos, que por ejemplo, en el caso Guatapé - el Peñol, ni siquiera son colombianos.

Hemos perdido el rumbo, hemos abandonado nuestro estatus de tranquilidad, naturaleza y paz, para darle cabida a un pseudodesarrollo que consiste en crear grandes monstruos de cemento para habitar, en cada rincón posible, mientras la ciudad se muda a nuestro campo con toda su contaminación, con todos sus problemas sociales, con toda su violencia, mientras maquinas de concreto derraman todo su “progreso” sobre la tierra que un día nos dio de comer.

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