Ell único hombre que amó Fernando Vallejo

Ell único hombre que amó Fernando Vallejo

El artista, que acaba de morir a los 95 años, sedujo al escritor colombiano hace 44 años y desde entonces conviven en Mexico como una pareja feliz en la que Vallejo es otro

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abril 13, 2015
Ell único hombre que amó Fernando Vallejo

En el 2003 David Antón viajó a Caracas a acompañar a su pareja, Fernando Vallejo, a recibir el Premio Rómulo Gallegos. Alto, elegante y fino como un puñal, Antón venía nervioso en el avión. “Fernando, Fernando por favor no vayas a decir nada malo de Chávez, mira que esta gente parece que no tiene mucho sentido del humor”. Vallejo le respondió que no se preocupara, que él no lo iba a hacer avergonzar.

En el aeropuerto se había organizado una rueda de prensa. Antón se sentó frente a la tarima, le temblaban las manos y una película de sudor se formaba en su rostro. Ante la primera pregunta de un periodista, Fernando Vallejo miró a su pareja como pidiéndole disculpas y en un par de minutos el escritor aniquiló con su lengua a la revolución bolivariana. Antón esperaba que en cualquier momento una silla volara por encima de él, que los guardias venezolanos cerraran los micrófonos, o que la entrega del premio fuera cancelada. Con alivio vio cómo la sala se animaba, cómo ante cada insulto el público que había ido a ver a uno de los pocos malditos que le quedan a la literatura reía y hasta aplaudía. Al bajar del improvisado escenario Fernando le guiñó el ojo conciliador pero David le respondió con un gesto amargo: otra vez lo había traicionado.

Pocas horas después, David encontraría su venganza. Una vez terminó la entrega del premio se organizó una fiesta en honor a Vallejo. Allí, una muchacha de escote prominente y alebrestada por los rones, acorraló contra un rincón al tímido escritor. Con la mirada le suplicaba a su compañero que fuera a rescatarlo, pero David, gozoso, se burlaba con otro amigo de la embarazosa situación mientras murmuraba “Déjemoslo que sufra un poco”.

David Antón y su pareja viven felices desde 1971 en el mismo apartamento de la cada vez menos silenciosa Colonia Condesa. A sus 86 años es, con más de 600 montajes, el escenógrafo mas prolífico de México.  A sus logros en el teatro, en el que se cuenta el haber trabajado en obras de Alejandro Jodorwski o de Arthur Miller, se suma un premio Ariel, el Óscar mexicano, por el diseño de arte que hizo en Rastro de muerte de Arturo Ripstein. Amigo de María Félix “Ella era una gran persona, es mentira eso de que era grosera, lo que pasaba es que no la dejaban en paz” y de Dolores del Río, su carrera tuvo el espaldarazo de Diego Rivera, quien al ver su trabajo en La Mandragora de Maquiavelo le escribió en un papel “Su decorado me parece excelente”.

A Fernando lo conoció en una fiesta en el DF a finales de los años sesenta. Él tenía cuarenta y un años y Vallejo 26. Eran los tiempos en que este soñaba con convertirse en cineasta y por eso el deslumbramiento fue inmediato al conocer a un hombre que había trabajado con los mejores directores de México. Al poco tiempo ya se habían ido a vivir juntos al barroco apartamento de Colonia Condesa.

Cuando no está diseñando en la misma mesa en que lo hace desde hace 40 años, está sentado en un larguísimo y cómodo sillón de cuero en donde escucha desde una melodía de Mozart  a un bolero de Leo Marini. El apartamento por lo general está lleno de invitados. Él no tiene que moverse de su trono de cuero, para eso está Fernando. Él es quien cocina y sirve los tragos. Cualquier colombiano que toque la puerta del apartamento de Antón será atendido y debidamente alimentado.

Antón, a diferencia de su pareja, está al tanto de las vanguardias artísticas. Por lo menos tres veces a la semana va al cine o al teatro, muchas veces sin Fernando, quien prefiere quedarse en casa viendo esos programas de chismes que tanto disfruta. Esta armonía hogareña se rompe cuando suena el teléfono y el apacible amo de casa se transforma en el monstruo. A Antón no le gusta escuchar esa sarta de procacidades que puede decir Vallejo en una entrevista y, aunque sabe que es una pelea perdida, siempre le reprocha esa actitud. Es el costo que tiene que pagar por vivir con un provocador profesional.

Las paredes del apartamento están atestadas de cuadros: a un Cocteau le sigue un Kokoshka. Casi todo lo que hay lo ha traído David de sus innumerables viajes. Uno de los últimos objetos fue una lámpara cuya base es un camello. Bajo esa luz Fernando teclea con suavidad en su computador. Una de las pocas cosas que no llevó Antón es un viejo baúl de madera en donde Vallejo atesora sus recuerdos más preciados.

Antón es el pararrayos en donde el alma del poeta ha descansado en las últimas cuatro décadas. Él es el que ha sabido llevar su genio intempestivo y quien atempera su furia y su amargura. Cuenta Hector Abad Faciolince que hace unos años fueron, junto con Fernando, a una casa que tenía David en San Miguel Allende. Camino al lugar el conductor atropelló a un perro. Fernando, pálido, se bajó del auto. David miró a Abad y le dijo, apesadumbrado: “Se nos acabó el paseo; ahora Fernando nos va a pedir que volvamos a México. No se va a reponer, así como así, de esto”. Esperando lo peor, el escenógrafo también se baja y encuentra a su compañero tendido en el piso, sobando con lágrimas en los ojos al animal inmóvil y sangrante. En silencio volvieron a meterse al auto. Antón le murmuró dubitativo al chofer que siguieran hasta San Miguel Allende. Luego miró a Fernando y empezó a hablarle de otras cosas. La voz de David Antón apaciguaba, una vez más, el alma atormentada del provocador.

Ante la elegancia de David Antón se han rendido hasta los años. Su energía se sigue desplegando no solo en su trabajo sino en la intensa vida social que lleva. Cuando sale suele llegar tarde. Al volver casi siempre suele encontrar a Fernando desahogándose frente al computador. Sigue hasta su cuarto y se acuesta en la cama. Deja la puerta abierta para verlo desde allí escribir. Entonces y bajo el arrullo del incesante tecleo, David Antón se va quedando dormido.

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