Cuatro años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea; todas las novelas que conforman El río del tiempo, de Fernando Vallejo, más La virgen de los sicarios, El desbarrancadero, El mensajero, La puta de Babilonia y Memorias de un hijueputa, del mismo autor; El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince; Lejos de Roma, de mi examigo Pablo Montoya; La vorágine, de José Eustasio Rivera; Relato de un náufrago y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; María, de Jorge Isaacs; La marquesa de Yolombó y Frutos de mi tierra, de Tomás Carrasquilla; Ilona llega con la lluvia y Antología Poética, de Álvaro Mutis; Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett; Del otro lado del jardín, de Carlos Framb; y las antologías poéticas de José Asunción Silva, Julio Flórez, Porfirio Barba Jacob, Gonzalo Arango, León de Greiff, y Jorge Gaitán Durán. Todos ellos libros y autores colombianos de mi entraña, con los cuales en algún momento de mi vida palpité hasta el punto de releerlos en varias oportunidades y a ellos volvería a solas en noches de sonora soledad, al calor de un tinto o quizás con una copa de vino al lado y haciendo pausas para contemplar la luna, o simplemente observando a través de la ventana el trasegar de un anhelo infinito.
Y ahora, de golpe un tanto casual, me tropiezo con Una razón suficiente, un libro de cuentos surgido a hurtadillas, con timidez, casi con vergüenza. De hecho el autor a manera de prólogo escribe una advertencia, y en ella, pide perdón por el pecado de publicar su pequeña y preciosa obra. No faltará quien se rasgue las vestiduras porque yo ponga a Luis Alberto y a su humilde libro al lado de tan excelsa lista del parnaso colombiano. Así soy yo, amo las causas anónimas y las perlas que desechan los fanáticos de la moda y de los que prefieren los libros anunciados y exhibidos con pompa entre bombos y platillos. No seré la voz más autorizada, pero soy docente de literatura desde hace 28 años y dicto cursos a nivel superior, también soy escritor y un consagrado lector. No creo que la subjetividad obnubile mi criterio, pues con Luis Alberto solo me une la antigua relación entre un librero de oficio y un perseguidor de joyas literarias, de esas que subyacen en las librerías de viejo. A propósito el autor de Una razón suficiente se autodenomina amanuense y librero persistente y feliz.
Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar al Águila Descalza, y en uno de esos momentos mágicos y reveladores a los que nos tiene tan acostumbrados Carlos Mario Aguirre, ese genial actor y también lector prodigioso, dice: “tengo siempre al lado a un poeta menor de la antología. Siento especial afecto por los libros que nadie lee, por los libros desechables de las bibliotecas, por esos libros que no son las luminarias. Siento predilección por los libros humildes, los cuales son una especie de libros vergonzantes de las bibliotecas”. Comparto totalmente su pensamiento y preferencia. Ojalá, lectores, de alguna forma llegue a sus manos Una razón suficiente. Les permitirá degustar lo escrito con buril, con la decantación de lo excelso, como esa clase de vinos que no son de marca y cuyo sabor nos sorprende. Luis Alberto, del pecado de atreverte a publicar tu libro de cuentos estás absuelto y más que justificado, pero no del pecado de robarme al peculiar librero. Cuando regrese a Palinuro (libros leídos), ya no podré ver al amanuense y al vendedor de libros de viejo, sino al escritor, y por ese pecado permanecerás irredento.