Se levantaba todos los días a las once de la mañana. Almorzaba a las doce del día, siempre acompañado de Alexander Cifuentes, el narcotraficante colombiano que se convirtió en su mano derecha. Hablaban de los envíos, sobornos, mandados y a quien había que apretar en el día. A veces quedaba tiempo para el goce. El Chapo dejaba su pistola de oro con incrustaciones de diamantes y su fusil AR-15 con lanzagranadas para sentarse a ver los capítulos que repetía de La reina del sur y volver a ver, una vez más, Scarface, la película protagonizada por Al Pacino con la que él se sentía identificado.
Era mediados del 2007, el cerco sobre el Chapo se estrechaba. Se seguía creyendo invulnerable, tanto que creía que podía hacer una película sobre su vida. Primero había tenido la idea de escribir un libro. Contratar a un gran biógrafo para llevarlo a uno de sus refugios en Cuernavaca y contarle toda su vida. Un escritor fantasma que tomara su voz. Pero fue la esposa de Cifuentes, Angie, quien le dio la idea que se terminaría imponiendo: que el Chapo contara su vida en una película.
Sabiendo sus limitaciones actorales y juzgándose poco agraciado sabía que no podría interpretarse en la pantalla. Quería un actor con las características de Al Pacino, un tipo bajito pero de mirada dura, infranqueable, demoledora. Él tenía que dirigirlo. El Chapo tenía don de mando y tenía tan clara la historia en la cabeza que sólo él sabía cómo tenía que ejecutarlo: el ascenso de un guardaespaldas hasta llegar a ser el hombre más poderoso de México. Por consejo del propio Cifuentes se acercó al productor Javier Orlando Rey. El bogotano, nacido en 1963, había cargado con la producción de Polvo de Ángel, una película sobre el tema narco que se estrenó en Colombia en el 2008. El Chapo la vio en video y le gustó, entonces decidió dar el paso decisivo: contratarlo.
En cada uno de los escondites que tenía el capo más buscado del mundo, cada vez que tenía un aire, El Chapo iba preparando la película. Era metódico, perfeccionista, milimétrico y controlador como cualquier director del cine. Tomó riesgos inusitados con tal de ver a probables actores. El guión alcanzó a escribirlo completo y, casi diez años después, lo ha tomado la corte de Nueva York en su juicio contra el Narco.
Fueron años de trabajo paciente en donde tuvo una aliada impensada en la actriz Kate del Castillo, su amor platónico, su actriz favorita, la que lo hacía desvelar cada vez que hacía sus maratones de la Reina del sur. Cuando en el 2015, meses después de fugarse de la cárcel, el Capo se contactó con Del Castillo, no sólo hizo realidad su sueño de estar cerca de la Diva sino que ella lo iba a ayudar a producir su película. Barajaron nombres de estrellas de Hollywood y el presupuesto podría superar los USD$ 30 millones. El monto no era ningún problema, no sólo porque el Chapo tuviera esa fortuna a su disposición sino porque estaba convencido que debido al fervor que despertaba en México el filme arrasaría en taquilla.
Cuando se disponía a buscar locaciones el Chapo fue apresado por segunda vez. Con amargura vio en su celda en la cárcel de Nueva York como Netflix había sacado una serie sobre su vida. El Chapo enfureció y, en su delirio, hasta pretendió demandar a la plataforma. Ahora, al ver que está a punto de cumplirse su destino fatal, el Capo ha decidido guardar silencio y espera que un milagro le evite pasar el resto de sus días en la cárcel.