Escobar llevaba unos diez días habitando una casa arrendada en el barrio Los Olivos en la calle 79 A No 45-D-94, al lado de la canalización de la quebrada La Hueso, occidente de Medellín, acompañado de Álvaro Agudelo, El Limón, el último de los guardaespaldas que le quedaba. Era otra más de la larga lista que ubicaba mediante los clasificados del periódico El Colombiano y que iba coleccionando en un fólder según las ventajas que le ofrecieran.
Como siempre que llegaba a un sitio nuevo, preparó el teléfono inalámbrico de largo alcance que era una extensión de un aparato fijo que era cambiado constantemente de ubicación, permitiendo, de ser detectado, que solo encontraran el receptor con la antena extendida al máximo.
Llamó a su prima Luzmila Gaviria, para que los atendiera en los asuntos de la comida y el aseo de la casa y le hizo una lista de encargos que incluía mercado, pilas, linternas, lapiceros, block de notas y algunas medicinas. Allí lo sorprendió el primero de diciembre 1993, la fecha de su cumpleaños 44, mismo que Escobar pasó solo y muy triste en comparación con las fastuosas fiestas que solían acontecer por su onomástico.
Sus hijos y Victoria Eugenia lo felicitaron muy brevemente por teléfono desde su encierro en Residencias Tequendama en Bogotá; también recibió una llamada de Roberto, su hermano, quien le recordó varias veces que debía limitar sus llamadas telefónicas y que este asunto era de vida o muerte. Envió luego a su prima Luzmila a comprar algo especial para el almuerzo de ese día: lasaña y una botella de vino blanco.
En el entonces Superley de Unicentro, la prima había comprado las vituallas y recibido el correo que le enviaba la familia; ese día Luzmila tuvo que salir varias veces y en otro viaje recibió una botella de champaña fina, una torta y unas copas que le enviaba Alba Marina, su hermana; pero si algo detestaba Escobar en este momento era el alcohol que alborotaba tremendamente su gastritis.
Su hija Manuela le escribió una tarjeta que llegó en el paquete: “Papi: Te quiero mucho. En tu cumpleaños te quiero dar un beso muy grande, tú eres mi cielo, tú eres mi paloma y eres mi corazón; en tu cumpleaños te deseo mucha suerte. Te adora. Tu niña”; esto enterneció al capo hasta las lágrimas, más que cualquiera de las otras cosas que le enviaron ese día.
Doña Hermilda desafiando las normas de seguridad le envió un sancocho de gallina, una torta María Luisa y una ración de Mylanta para el alboroto estomacal que sabía estaba viviendo su hijo; este le había pedido que, si le mandaba algo, no fuera torta de chocolate porque ya no la toleraba.
No había mucho que celebrar, pero al almuerzo se sentó con la prima Luzmila y con su paje de los últimos días, El Limón, a compartir los platos, recibiendo apenas media copa del vino, comieron en silencio, con un Escobar que tenía su mente en otra parte.
Según Roberto, para la noche ordenó la cena para los tres al restaurante Frutos del Mar, que era uno de sus preferidos y la acompañó de la champaña Viuda de Clicoff de Alba Marina; cuando abrió la botella y el corcho voló y El Limón comentó:
- Gracias a Dios no fue una bala, patrón, dijo riéndose.
- Escobar puso una cuarta copa en la mesa y propuso un brindis: Por mi familia que no puede estar conmigo hoy, a su salud.
- Dios los proteja siempre, dijo Luzmila y una de las copas se rompió en ese momento.
- Una señal de mala suerte dijo otra vez Limón que era tan supersticioso.
- Nadie se muere la víspera, sentenció finalmente Escobar.
TOMADO DE:
Uribe A, Juan Fernando. “Proyecto Pablo Escobar. Informe final”. Amazon Kindle Direct Publishing, 2020.