En Rio de Janeiro y otras ciudades de Brasil, son cada vez más las compañias de turismo que ofrecen visitas a las barriadas más pobres, una industria creciente que tiene tanto defensores como críticos.
Morro dos Praceres es una favela en el sur de Río de Janeiro. El idílico nombre no se compadece con la dura realidad de la vida diaria de los habitantes de este lugar. Vecino al bohemio barrio de Santa Teresa, desde su ladera se puede contemplar la bahía de Guanabara y el cerro Corcovado. Es una de las favelas ‘pacificadas’ de la ciudad, gracias a la acción de la UPP (Unidade de Polícia Pacificadora), el cuerpo de defensa creado para quitarle a las mafias de narcotraficantes el control de las favelas de la ciudad.
El Morro dos Praceres comenzó a ser ocupado ilegalmente en la década de 1940, principalmente por migrantes del campo en busca de mejores oportunidades de vida. Es una favela central a unos cientos de metros del litoral y del corazón de la ciudad. Sus estrechas callecitas que se descuelgan de sus 275 metros de altura son sinuosas y silenciosas.
El silencio es roto por el llanto de un bebé, el estrépito de un trueno o la bocina de un coche. Ya no se escuchan los balazos que antaño, hacían de esta favela un foco de inseguridad. La pacificación de favelas como Morro dos Praceres avanza a paso acelerado, como parte de los preparativos para el mundial de fútbol de 2014. La meta del gobierno de la ciudad es instalar 40 UPP para este año, pacificando más de 250 de sus 763 favelas, donde viven 1,4 millones de personas, el 22% de Río de Janeiro.
Ahora hay un nuevo factor de ruido en el morro: los cientos de turistas que cada semana suben a la favela como parte de los paquetes turísticos que son ofrecidos como una alternativa a los lugares más turísticos de Río: las playas de Copacabana e Ipanema, el Cristo Redentor, el Cerro Pan de Azúcar y el estadio Maracaná.
Se trata de un fenómeno creciente. Por décadas, las favelas de las montañas de Río de Janeiro estaban por fuera de los límites de los circuitos del turismo. Con la pacificación, la situación está cambiando y el turismo de favela es hoy por hoy un negocio millonario que aunque cuenta con defensores, también tiene sus críticos.
Rio de Janeiro ya no parece avergonzarse de sus chabolas. Favelas como Santa Marta, la primera en ser pacificada, Vidigal, Tavares Bastos, Complexo do Alemão o Rocinha (la chabola más grande de América Latina) son ahora destinos turísticos apetecidos. Bajo la mirada atenta de los policías armados y de las cámaras de seguridad, los turistas desembarcan de sus vehículos e interactúan con los locales. En el caso de Morro dos Praceres, tres compañías de turismo hacen presencia, con dos tures diarios, uno en la mañana y otro en la tarde para contemplar la tarde morir con sus últimos destellos sobre el océano atlántico.
Graziella dos Reis vive en el morro y lleva dos años llevando turistas a lo largo de la escalinata de concreto que sube a la montaña. Ella prefiere turistas jóvenes que tienen el físico para subir los cientos de escalones. “Aquí vienen personas de muchos países, principalmente europeos y de Estados Unidos, pero cada vez vienen más suramericanos, especialmente argentinos”, dice, mientras toma un descanso en una panadería con agujeros de bala en su fachada, esperando que los turistas tomen fotografías. “La gente del morro quiere a los extranjeros y saben que ellos les dejan algún dinero”, agrega.
El turismo a los barrios pobres no es particular del Brasil. El fenómeno, conocido en inglés como slumming, que surge con la pauperización de las periferias de las ciudades industriales durante el siglo XIX, es frecuente hoy en países como India, Kenia, Suráfrica e Indonesia. A Colombia el fenómeno aún no ha llegado, pero no es descartable que en un futuro cercano sean frecuentes las hordas de turistas, cámara el hombro, en los vecindarios más empobrecidos de Soacha, Bosa o Ciudad Bolívar en Bogotá; Siloé y Petecuy en Cali, o la Comuna 13 de Medellín.
El fenómeno ha sido objeto de estudios críticos que ven en ello un escape de la realidad, una forma de explotación, pornomiseria y voyerismo, que convierte la vida triste del ‘otro’ en un espectáculo, una forma de entretenimiento, sin transformar la estructura básica de la sociedad o la comunidad que se visita.
Los visitantes que vienen a Río de Janeiro desean ver el efecto de la pacificación. También buscan obtener un vistazo del otro lado del Brasil, ese que convierte a este país en uno de los primeros del mundo en los índices de desigualdad. El desordenado desarrollo urbano de Río de Janeiro tiene como corolario que los más pobres vivan en los morros, las partes altas de la ciudad, mientras los más acomodados prefieren vivir en ‘o asfalto’, los barrios cercanos al litoral donde se vive una frenética especulación por el valor del suelo. Con la pacificación, la trepada en los precios de la vivienda también ha llegado a Favelas como Vidigal o Tavares Vastos, que viven un acelerado proceso de gentrificación, que ha hecho que las clases medias de Rio vean estas favelas como una buena opción de inversión y vivienda.
El turismo de favela en Brasil tiene sus defensores, pero también sus críticos. Vanderlei Menezes es profesor de ciencias sociales y un crítico del fenómeno. Para él se trata de una nueva forma de colonialismo. “Creo que el turismo en las favelas atiende a una demanda de fetichismo del europeo por el tercer mundo, por aquel que es visto como el ‘otro’; también sirve para reforzar estereotipos. Los turistas buscan este tipo de experiencias para apaciguar su conciencia”, asegura. Para Vanderlei en nada se benefician los habitantes de las favelas y cree que grandes eventos como la copa mundo de fútbol o los olímpicos que se celebrarán en Río de Janeiro en 2016 son un factor motivante de este tipo de turismo.
Al otro lado del espectro están quienes creen que el turismo de favela es positivo. João Muniz vive en Río de Janeiro desde hace años y cree que los habitantes de las chabolas cariocas se benefician de las hordas de turistas que abandonan ‘o asfalto’ para visitar favelas como el Morro dos Praceres, reduciendo las abismales desigualdades en la ciudad. “Pienso que es una buena alternativa para conocer el Brasil profundo –señala-. Ese Brasil que se encuentra más allá de los lugares comunes que aparecen en televisión o las postales. Es una mirada más profunda, un zoom a la realidad de la Favela”.
Para João hay evidentes beneficios en este tipo de turismo pues “permite una cierta redistribución de las ganancias”, aunque “muchas veces los servicios son tercerizados y las agencias tradicionales acaban apropiándose de ese mercado”.
Más allá de la polémica, lo cierto es que el gobierno de la ciudad aprovecha los esfuerzos de pacificación para impulsar el turismo en las favelas. En la favela de Santa Marta, un componente de las unidades de pacificación pasa por entrenar residentes en lenguas y servicios turísticos para que se conviertan en guías. El proceso no es exclusivo de Río de Janeiro y hoy las favelas de ciudades como Sao Paulo o Salvador de Bahía son un nuevo destino de los turistas.
Los visitantes que asistan al mundial, que comenzará el próximo 12 de junio serán abordados por las agencias de turismo que les invitarán a contemplar de primera mano una realidad más dolorosa que exótica. Está en ellos decidir si hacerlo o no. Lo cierto es que los turistas han llegado a las favelas y de momento no parece que piensen abandonarlas.