Las razones son muchas, pero prima la integridad personal. Este hombre, quien inicialmente fue tomado como símbolo de maldad a faltas de los tradicionales símbolos como la guerrilla y el narcotráfico, paulatinamente se fue convirtiendo en la esperanza de un país dividido entre honestos y corruptos.
No es que los corruptos y delincuentes sean mayoría como parece, aunque me atrevo afirmar que cerca de un 90 % de los ciudadanos viven o han tenido comportamientos corruptos alguna vez en su vida, lo que sucede es que los corruptos y delincuentes utilizan la violencia y las armas para imponer sus criterios y por eso parece que realmente vivimos en un país echado a perder.
El país está reventado social y políticamente y la justicia (llámese policía, ejército, fiscalía, procuraduría, contraloría, alcaldías, gobernaciones y entes conectados con el sistema), está convencida que sólo son trabajadores de ciertos grupos políticos al margen de la ley. Al final eso es lo que queda cuando de anarquías, dictaduras, plutocracias, monarquías y corrupción se trata. Cada quién intenta salvar el pellejo y de paso garantizar que en su mesa haya con qué comer.
El dilema de Colombia no es reciente y es más complejo que lo que se sabe de Afganistán, Ruanda, Haití y Birmania (Myanmar), El Salvador y otros juntos. El gobierno de Duque sólo es la extensión de lo mismo con las mismas de los gobiernos anteriores. Pasa en 2020, pasó en 2010, en 2000, en 1990, en 1980 y sígale derecho décadas atrás. Es uno de los males que contradicen la frase de “No hay mal que dure cien años”. Este mal romperá récords más grandes que el dilema palestino-israelí.
Obligatoriamente, debemos incluir al gobierno de EE. UU. en el cuento. Esa ha sido la dinámica de los gobiernos auspiciados o controlados por ese país, especialmente en toda América Latina. Puede que la estrategia sea sacar provecho económico. Recordemos que a Colombia le han sacado sin pestañear acuerdos y productos casi sin invertir un peso, que en este caso sería un dólar.
TLC, acuerdos y bases militares que parecen los jefes de los militares nuestros, concesiones mineras, evasión impositiva a sus empresas, se llevan los recursos casi a cero costos y se sospecha que hasta el negocio aparentemente clandestino del narcotráfico dejó de ser controlado por narcos empresarios colombianos y pasó a manos de empresarios narcos extranjeros. Quizás sea una de las razones por las que ese país no interviene en el dilema social colombiano con la excusa de la libertad que pregona sospechosamente en otros países tal vez menos corruptos y delincuenciales que el nuestro.
Hasta la religión es fuente de corrupción. Nada se escapa. Entonces tenemos a toda una sociedad ansiosa de paz y tranquilidad que ha depositado las esperanzas en el señor Gustavo Petro para que solucione la vaina como si fuese el Mesías, un mago que con su sola presencia la horda de corruptos y delincuentes enquistados en todas las esferas políticas y sociales del país saldrán en desbandada dejando así. No señor, esa pelea la dan con saña y con la excusa de salvarnos otra vez del mal, como hicieron con Galán y otros líderes en las mismas del pasado. Aquí sólo cambian los nombres de los actores, pero la trama es la misma desde antes de la Segunda Guerra Mundial: Colombia, el país cuya mentalidad principal es la violencia.
¿Cuánta gente deposita las esperanzas en Petro? Millones con seguridad porque somos más los honestos, incluso, se ha rumoreado que en las elecciones pasadas fue el claro ganador. Todavía está nítido el desespero del registrador por designar un ganador que no esperó cuarenta minutos para informar el conteo de más de 20 millones de votantes. Ni EE. UU. cuenta con semejante rapidez. Sin embargo, a los únicos que les sirven los millones de seguidores es a los cantantes y actores. En la política nuestra no sirve. Tenemos ilustres elegidos eternamente que no los sigue ni su madre. ¿Cómo lo hacen? Bueno, estamos en Colombia, nombre que está a tiro de conejo de convertirse en sinónimo de corrupto.
¿Pero para qué cuenta con millones de adeptos? Si llega a la presidencia tendrá sin duda que concesionar acuerdos y, posiblemente, seguir con la misma rutina. Mover ese chócoro es como sacar de un viejo anaquel una cueva de ratones o cucarachas que una vez se ven descubiertos salen en desbandada buscando otro hueco donde ocultarse. Y en el extranjero hay tal vez más colombianos que dentro del país, sin contar los que están en fila para ir a buscar paz, empleo o a esconderse. Pasar de la corrupción sin límites a la honestidad ideal no sucede de la noche a la mañana. Este cuento lleva décadas y más, mucha más violencia y corrupción todavía.