La periodista Maria Isabel Rueda en su columna “Voto útil” califica de funesto el triunfo de Gustavo Petro en las elecciones pasadas y hace una fervorosa invitación a votar por el candidato Enrique Peñalosa, uno de los grandes sabios del planeta, según Discovery Channel. ¿Cómo nos podemos dar el lujo de volver a desperdiciar sus ideas, conceptos y consejos que se valoran en tantas ciudades del mundo?, pregunta. Ni la alcaldía de Petro es tan mala ni la de Peñalosa fue tan buena, ambos han hecho cosas buenas y cosas malas, han acertado y se han equivocado. La diferencia está en los grupos sociales más favorecidos o perjudicados con sus decisiones y en la intención, desde luego.
Petro ha cometido errores, como todos los demás, ha improvisado, ha impuesto cosas, pero también ha tenido aciertos innegables que se le deben reconocer, si es que hay algo de objetividad a la hora de evaluar sus acciones o las de cualquier otro funcionario. Todo depende del cristal con que se mire. Si la prioridad es la movilidad, fracasó. Si es Transmilenio o el estado de las vías, también. Pero si la prioridad es la gente, el ser humano que hay detrás de cada uno, hay logros importantes, que inciden de manera directa sobre la calidad de vida y el futuro de muchos bogotanos, no todos de estratos altos, lo cual no significa, ni de lejos, que sea uno de los mejores ocho alcaldes del mundo.
No les debe parecer funesto el triunfo de Petro a los niños que antes morían de desnutrición en plena Bogotá y ya no. Ni a los afiliados a la EPS del Distrito Capital Salud, especialmente a las madres gestantes, que reciben un tratamiento integral, que va desde apoyo psicológico, exámenes de laboratorio, ginecólogos, obstetras, análisis especializados y costosos como el tamizaje genético y auxilios para alimentación. No es poco para quienes de otra forma no tendrían acceso a un plan de salud digno, completo y gratuito. Los drogadictos, por primera vez en su vida, no son espantados ni perseguidos sino vistos como personas enfermas a las que se debe atender, como un asunto de salud pública y no de policía. Por ahí podrían empezar a resolverse muchos de los problemas relacionados con el tráfico de drogas.
La educación es un caso especial, es lo más importante a mi modo de ver. La implementación de tres grados de preescolar y la atención integral a la primera infancia son un factor que determina el futuro de esos niños, su desarrollo, sus posibilidades, su motricidad, su inclusión social, todo con recursos de Bogotá, sin ayuda estatal. El desarrollo del currículo para la excelencia académica es lo que le ha permitido a Bogotá situarse muy por encima de la media nacional en las pruebas internacionales. No es un asunto menor preparar bien a nuestra juventud porque si alguna esperanza tiene este país, está en mejorar las posibilidades de acceder a una educación de calidad para todos. Un muchacho bien educado es menos visible que una troncal de Transmilenio pero mucho más importante en términos sociales.
La brecha que existe entre los resultados de los colegios privados y los oficiales en las pruebas SABER disminuye cada año. Quienes han tenido la oportunidad y la curiosidad suficientes para conocer los Centros de Interés, el programa 40x40 y otras actividades pensadas para educar más y mejor a nuestros jóvenes saben que ellos son ahora menos carne de cañón, menos delincuentes y más factor de progreso para sus familias. Canta Bogotá Canta es un coro formado por 1200 estudiantes de los colegios del Distrito que nada tienen que envidiarle a los niños cantores de Viena o a cualquier otro grupo juvenil. Son niños rescatados de entornos difíciles que seguramente empuñarán guitarras y violines en lugar de fusiles y pistolas. Eso es valioso aunque sus resultados solo se vean dentro de algunos años.
Peñalosa, como Petro y los otros, tuvo aciertos y errores, más los últimos que los primeros, cuya factura estamos pagando hoy, por eso presentarlo como uno de los “sabios del planeta” es cursi y candoroso. Si lo fuera no nos habría inundado de relleno fluido. Con él pasa lo mismo que con Transmilenio, que se nos vendió como la panacea para nuestros males de transporte, lo que nos convirtió, según él y sus aduladores, en la envidia del universo y terminó siendo esa cosa indigna y contaminante que nos cobra tan caro su mal servicio. Se le dijo, se le advirtió, que el pico y placa desbordaría rápidamente el número de carros y de motos pero desoyó todo análisis. Confundió Alcaldía con Satrapía. Aquí mando yo. Punto. Eso lo convierte en responsable, al menos en parte, del tráfico caótico y de los absurdos niveles de accidentalidad que padecemos hoy. Convirtió a los automovilistas en cuasi delincuentes y está convencido de que tener un carro es asunto de ricos aunque su infeliz poseedor lo utilice para ganarse el sustento. Los dueños de los parqueaderos están entre sus más seguros electores.
No quiso arreglar las vías cuando aún se podía porque “no le voy a gastar ni un peso al 14 % que tiene carro”, acto demagógico que hoy nos cuesta varios impagables billones de pesos. Un bolardo es la negación de cualquier posibilidad de concertación, aunque esté en París, y es un atraco a los recursos públicos si está en un potrero, donde ni siquiera estorbo hace.
Sacó a los vendedores ambulantes a patadas de los andenes, pero sin darles otra opción razonable para ganarse la vida. Ese es el equivalente a meter la basura debajo de la alfombra, por eso existen mafias que se adueñaron del espacio público. Le dio todo a los dueños de Transmilenio a cambio del 4 % para el Distrito; es decir, todos los que pagamos impuestos en Bogotá. Si fuera tan sabio estaría en otro lugar, con mayores posibilidades de pagarle. Eso de su amor por Bogotá suena a comercial de pañitos húmedos.
Nos toca votar bien, es decir, decidir qué es lo mejor para los bogotanos. Se trata, esencialmente, de fijar prioridades, de decidir qué es lo más importante, si la gente o la estética, si las posibilidades para todos o los negocios jugosos para unos pocos, si las obras o el hambre.
Vote por quien quiera, pero hágalo con base en razonamientos que incluyan al ser humano como razón de ser, no como simple destinatario de propaganda, que es, por definición, una manera de influir en la comunidad respecto a alguna causa o posición presentando solamente un lado o aspecto del argumento. O, si lo prefiere, recuerde que de eso tan bueno no dan tanto.