Con el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones de este domingo en Brasil, la izquierda latinoamericana consigue retomar el control del principal bastión y economía del continente en un año también en el que por primera vez en su historia Colombia cuenta con un gobierno progresista.
La victoria de Lula tiene una repercusión geopolítica fundamental para el continente ya que no solo implica la dura derrota para la ultraderecha que encarna Jair Bolsonaro sino también la consolidación de la izquierda en una región que en el último año ha visto cómo las candidaturas progresistas se han impuesto en Chile, Honduras, Perú y Colombia.
De nada han servido las campañas de la derecha de desprestigio y estigmatización sobre las apuestas de la izquierda, a la que se acusa constantemente de pretender en sus países una deriva a la venezolana. En cambio, ha sido la mala gestión de la pandemia y sus consecuencia económicas lo que habría prevalecido entre el electorado a la hora de decantarse por Lula en Brasil, o Gustavo Petro en Colombia.
Después de que en los últimos años la región se precipitara hacia la derecha, en 2018 México fue el primero en revertir esta situación con la elección de Andrés Manuel López Obrador, quien está entrando en su recta final como presidente. Le siguieron la Argentina de Alberto Fernández y la Bolivia de Luis Arce, tras la crisis política de 2019 con la que la derecha tuvo un breve paso por el poder.
La vuelta de la izquierda trajo consigo eventos históricos como la elección de Xiomara Castro en Honduras, convirtiéndose así en la primera mujer que gobierna el pequeño país centroamericano, la de Gustavo Petro, en Colombia, primer mandatario de esta ideología que dirigirá desde Casa Nariño, o la del hijo de campesinos Pedro Castillo en Perú.
El del peruano es el mandato más convulso por el momento de esta nueva ola de la izquierda latinoamericana. Las sospechas y acusaciones de corrupción, así como la salida casi constante de miembros de su gabinete, rodean a un Castillo acorralado por un Congreso hostil que desde el primer momento ha buscado echarle de cargo.
En Colombia, por su parte, las aspiraciones de superar el enquistado conflicto interno agravado durante el anterior gobierno de Iván Duque llevaron a Gustavo Petro a la victoria en las elecciones, mientras que, en Chile, Gabriel Boric se convirtió en el jefe de Estado más joven en ser elegido.
A diferencia de ahora, la anterior ascensión de la izquierda en el continente allá por la primera década del nuevo milenio se debió al auge de las materias primas, cuyos beneficios sufragaron las políticas sociales que en el primer Brasil de Lula, por ejemplo, lograron sacar a 30 millones de personas de la pobreza.
No obstante, esa clase media que surgió de aquellas medidas sociales está cada vez más en retroceso después de años de políticas neoliberales azuzadas ahora por las consecuencias de la pandemia de coronavirus, la pronunciada inflación ocasionada por la guerra de Ucrania, o las crisis migratorias.
En Ecuador, uno de los pocos países en la región dirigidos desde la derecha, las fuertes y en ocasiones violentas protestas por el aumento de los precios de los combustibles, los alimentos y los bienes de primera necesidad de medidos de año han supuesto un importante desafío para Guillermo Lasso. Paraguay y Uruguay, así como El Salvador en Centroamérica --con otros cuatro países más al centro del espectro político--, son el resto de países con gobiernos conservadores.
Protestas como las que se han vivido en Argentina casi desde que Fernández fue elegido; en Chile, donde Boric, como ya hicieran anteriores gobiernos tiene que seguir haciendo frente a las fuertes protestas por la cuestión mapuche que llegan desde el sur del país; o en Cuba y Nicaragua, donde la oposición exige la salida de sus respectivos gobiernos y mayores dosis de democracia y libertad.
El peso del triunfo de Lula es incontestable pues con Brasil la izquierda gobernará al 86 por ciento de población de América Latina y el Caribe y sitúa al país de nuevo en una relevancia política internacional de la que Bolsonaro le había despojado con algunas de sus decisiones, como su mala gestión de la pandemia o su beligerancia con la cuestión medioambiental.