Tal vez ninguna otra ciudad de Colombia como Cali, ha sido adornada de tantas historias superfluas para promocionarla como destino turístico y ya “la gente de bien”, siguiendo la partitura de los parámetros modernistas neoliberales o del márquetin urbanístico global, lograron imponernos el rimbombante título de “Distrito Especial, Deportivo, Cultural, Turístico, Empresarial y de Servicios de Santiago de Cali” para indicarnos que es “la sucursal del cielo” de este “Valle invencible”.
Aunque a muchos nos parezca que, ante la ineptitud absoluta de los gobernantes, la urbe se va tornando en un lugar invivible donde cada cual hace lo que se le da la gana, lo interesante es que las gentes demuestran que se cree esas cosas, saliendo en cada proceso electoral a votar por los que van regando este enorme centro de concreto, prostíbulos, violencia e inequidad, sobre la planicie.
Es cierto que en esa tarea de vender imágenes, se han fabricado algunos espacios “interesantes” en la idea de que unos cuantos turistas ingenuos se puedan tomar la foto, pero eso es circo y no hacer ciudad porque lo importante sería invertir en los barrios donde el sentido de lo auténtico y placentero se sienta en propios y como en extraños.
Ante los ojos de los politiqueros locales, el “estallido social” fue solo un paréntesis sin mayores consecuencias para la “Capital mundial de la salsa” y, sin olvidar la locura de la Feria Virtual, nos preparamos para otra jornada de fiestas decembrinas porque “el Show debe seguir”. Es el problema de la miopía.
El no reconocer los problemas es lo que nos lleva a continuar con la tragedia. Los alcaldes han sido una plaga, delegados de la oligarquía con vínculos mafiosos o corruptos de todos los pelambres que con el desmantelamiento del Estado, se convirtieron, para sus socios financiadores, en simples distribuidores de contratos, tal y como ha sucedido con ese amplio espectro de negocios que circulan en torno de la “movilidad”. Por ello hay contratos para semaforización, cámaras foto-multas, señalización que nadie hace respetar, aseguradoras y sobre todo para ese pulpo de atraque presupuestal, llamado “Mío”.
El sistema de transporte masivo “Mío”, resultó siendo, desde sus inicios, un absoluto fracaso. Ni el peor de los ingenieros se ha podido imaginar algo tan ruinoso y nefasto porque no se diseñó pensando en el bienestar de los ciudadanos sino para integrar y defender los intereses de los transportistas, de aquellos que sostuvieron por décadas “la guerra del centavo” con sus aun sobrevivientes buses chatarra. Lo que tenemos obedece una muestra de: lo que mal empieza, peor termina.
Debo decirle a quienes no conocen Cali, que ese negocio no es mío, ni de un nosotros, sino de unos cuantos empresarios. Lo primero que hicieron sus promotores fue diseñar un cúmulo de obras para justificar el serrucho: andenes, puentes, vías, jardines, estaciones. Luego pensaron, en contratos para el montaje de algunas tiendas, servicios de vigilancia, aseo, mantenimiento, pago de funcionarios de oficina o destinados al cobro de los pasajes.
A la gente le pintaron pajaritos de “modernidad” diciéndoles que el esfuerzo fiscal sería para disminuir la contaminación ambiental y mejorar las condiciones de vida ciudadana, pues sería un buen servicio, ordenado y con carriles exclusivos para los vehículos. En los primeros días todo parecía de maravillas, buses nuevos con aire acondicionado, conductores educados, estaciones brillantes de cristal, innecesarios jardines, fuentes de agua, pantallas electrónicas etc.
Pero nunca terminó de implementarse, según lo planeado, el mal servicio se impuso, siguieron funcionando algunas de las viejas compañías de buses, y como el deseo de la ciudadanía es ser transportados hasta la puerta de su casa por la moda de la pereza, se acrecentó el transporte pirata y el mototaxismo con la mirada cómplice de las autoridades, que se concentraron en nuevos contratos de “Megaobras”
De manera que los politiqueros se dedicaron a regar concreto y asfalto sobre enormes cantidades de espacio verde con el objetivo de construir las estaciones y para ampliar las vías. Así es como destrozaron el centro de la ciudad y, entre otros, al “Parque de los estudiantes” que es hoy un simple mariguaniadero. Las tres vías más importantes, las calles 13 y 15, como la carrera 15 se convirtieron en caóticos lugares para las ventas informales, depósito de basuras y el uso de los motociclistas con sus talleres de reparación. Lo triste es que los caleños ya naturalizaron las cosas, nada dicen, nada cuestionan, porque la educación capitalista, tiene esa magia prodigiosa, la de acostumbrar a las personas a pensar solo en lo que les es permitido pensar.
Hoy tenemos que: como no se aprendió nada del estallido social, donde se expresó la rabia frente a ese sistema monopólico, se siguen construyendo nuevas estaciones (ahora jaulas de metal) sobre los parques, sus entradas son parqueaderos de motos, sus espacios interiores están plagados de vendedores informales.
El servicio es malo, sobre todo si se tienen que utilizar buses alimentadores, pues no tienen horarios establecidos y el entrar en ellos es todo un suplicio porque se llenan de mendigos, cualquiera le grita a su oído para venderle chucherías o le pone un altavoz para cantarle a pleno pulmón, eso sin mencionar que la ciudadanía suele ser víctima de robos y los asesinatos no van siendo raros. Además la alcaldía paga por unos ridículos “gestores de cultura ciudadana” o delega unos cuantos policías-chateadores que sirven de nada.
Algún día dejaremos de tirar la plata en esas marrullerías de los politiqueros-emprendedores y obligaremos a los gobernantes a utilizar nuestros impuestos en un sistema de transporte gratuito para el bienestar general. Señor alcalde de un poblado pequeño, aprenda del Transmilenio y de esta lección, porque sale mucho más económico utilizar los impuestos de los ciudadanos para comprar y sostener un bus que circule por las calles que ponerse a lidiar con mil contratos en búsqueda de la modernidad de los que agencian interese particulares.