Veinte años en las Farc y nunca una sola queja. Desde que llegó de El Tarra Norte de Santander, impulsado por un primo, al campamento del Catatumbo a mediados de los noventa siempre estuvo al frente, nunca le hizo el quite a nada. Ni siquiera a las armas que en el fondo despreciaba. Angelmiro López tenía 33 años y más que guerrillero quería ser cantante. Cada vez que su columna tenía que hacer una incursión armada cargaba una guitarra para rasgarla mientras sus compañeros se daban bala. Se hacía acordeones de cartón y guacharacas con macanas. En las noches, cuando el campamento entero dormía, Leo León Cuartas, su nombre de guerra, soñaba despierto con escenarios llenos, rendidos al poder de sus canciones, de sus letras.
En las Farc Leo León era un integrante de Horizonte Fariano, el grupo musical de la unidad de Timochenko dirigido por el experimentado guerrillero Jaime Nevado, uno de los poetas más reconocidos de las Farc quien ahora vive en Medellín y es uno de los organizadores del Festival de poesía de esa ciudad. Porros, boleros, viejas canciones de Silvio Rodríguez y carrileras, Nevado tenía una concepción de la música en donde Leo León se sentía encerrado. Sólo el rap lo liberaba. El rap y las canciones de Calle 13. El rap, un ritmo que Nevado consideraba un ruido ininteligible, un embeleco citadino. Sin embargo, el director del grupo confiaba en la recursividad y en el amor por la música que destilaba Leo León Cuartas. Una vez, mientras intentaban hacerle una canción a Uribe para tenerla lista el 7 de agosto del 2010, fecha en la que terminaban los ocho años de la Seguridad Democrática, Nevado le dijo que lo necesitaba, que sabía de su chispa y que necesitaba ponerle sabor a una canción que estaba muy plana. A Leo León le bastaron apenas dos horas internado en el monte, solo, para encontrar la clave. Desde entonces supo que podía ser bueno para la música.
Su oportunidad vendría en un momento muy triste para la guerrilla, la muerte del Mono Jojoy el 22 de septiembre del 2010. Allí aprovechó el momento para expresarse, para soltarse. Compuso una canción en rap en homenaje al comandante. A Timochenko le gustó. Nevado no tuvo otra opción que callarse y aceptarlo.
Desde entonces fue el rapero, el hombre que elevaba la moral de la tropa con sus versos enrevesados, unos versos que sacaron lágrimas cuando le compuso a Alfonso Cano su réquiem en rap. Tenía tanto carisma que en la guerrilla le perdonaron todo, incluso esa tendencia que tenía a exaltarse. No hay nada que moleste más a un guerrillero, aparte de la traición, que mostrar abiertamente las emociones. Por su mismo espíritu de artista era inestable y decía lo que pensaba. Algunas veces se alteraba, lo que le causó más de un castigo. Sin embargo le perdonaban todo. Angelmiro era el alma de sus compañeros.
En los diálogos de La Habana tuvo cierta notoriedad cuando lanzó este rap que muchos medios nacionales tildaron de desafiante: Nos vamos para La Habana
Desde lo más profundo del Catatumbo el joven guerrillero tuvo más de 15 mil visitas en Youtube. Ese mismo año, 2013, conoció a Laura Villa, la médica de las Farc, su gran amor, con la que vivió después de terminarse el conflicto armado y de cuya unión nació Laura Sarita, su única hija. En la tarde del viernes 8 de junio los integrantes de las Farc se enteraron de una noticia escalofriante: Angelmiro, el siempre feliz, uno de los pocos guerrilleros rasos que habían logrado cierta estabilidad accediendo a un puesto en la Unidad Nacional de Protección, se había cortado las venas. Todavía sus amigos más cercanos, entre lágrimas no pueden creer lo que pasó.