Cuando Ramiro Camelo llegó a Londres en el crudo invierno del 2002, nunca pensó que iba a extrañar el calor de su natal Barrancabermeja, lugar en donde la humedad y el sofoco solo podían ser atenuados por una cerveza tomada a la orilla del magdalena. Ahora estaba aplastado por el cielo encapotado,por la niebla que tapaba las calles y porel frío que calaba los huesos. Aun así, y a pesar de la tristeza de estar tan lejos de la bullaranga de su tierra, le sacó el quite a la tristeza y pudo terminar con suficiencia y holgura su maestría en arte en el departamento de humanidades del Royal College of arts de Londres.
Venía de estudiar sociología en la Universidad Nacional con una especialización en teoría del arte y en los museos de Londres pudo darle rienda suelta a su espíritu creativo y su interés por la cultura. Paralelo a su actividad académica, Ramiro se fue transformando en periodista de arte. En los museos cubría desde una exposición de Goya a una de Roy Lichtenstein. El sueño se hacía realidad: Ramiro se ganaba la vida gracias al arte.
Se enamoró de una poeta finlandesa y tuvo dos hijos. Los Camelo vivían con comodidad en Londres pero la traicionera nostalgia, mezclada con los vientos de optimismo que sacuden el país, colocaron a Ramiro en la vía de regreso. A su esposa, le entusiasmó la idea. Ya había estado en Bogotá y sabía que la ciudad cosmopolita de ahora no tenía nada que ver con los grises recuerdos del pasado.
La oportunidad pareció presentarse cuando Ramiro se enteró que existía la Ley 1565 de 2012, promovida por la canciller María Ángela Holguin y que promovía el retorno de cerebros fugados regados por el mundo. Esta Ley contempla cuatro tipos de regreso: El laboral, el humanitario o por causas especiales, el solidario y el productivo que sería al que aspiraría Ramiro y con el que al final resultaría beneficiado. En el papel tendría derecho de desarrollar y asesorar proyectos productivos. Las ideas que se incubaban en su cabeza tendrían presupuesto libre para crecer en Colombia.
Se postuló con tan buena suerte resultó beneficiado con las ayudas de la ley. Envalentonado, Camelo renunció a su trabajo y regresó al país convencido de que el trámite de reintegración laboral que le habían prometido, se haría efectivo a la mayor brevedad. Pero que va! Puro cuento.
Han pasado cinco meses y la cancillería no ha cumplido con el acuerdo que tenía de reubicarlo laboralmente. Gracias a su propio esfuerzo y a su prestigio como periodista de arte, ha encontrado empleo en diversas galerías de la ciudad. Además de ese incumplimiento, él , ni su compañera, ni los dos pequeños, han sido inscritos en alguna EPS y a pesar de que se ha cansado de llamar al Ministerio de Asuntos Exteriores esperando una respuesta, ningún funcionario le ha resuelto nada.
Para agravar aún más su situación, la DIAN, a pesar de que el gobierno colombiano les había dado la excepción para nacionalizar los bienes que traían del Reino Unido, se los decomisó arbitrariamente. Algunos funcionarios han intentado ayudarlo pero otros insisten en que la única opción que les da la entidad para recuperarlos, es que los compre en subasta pública.
Los amigos que tiene en la ciudad le han quitado un poco el mal sabor de boca que le ha dejado el incumplimiento de la ley. Él no es el único afectado. Hay un grupo de colombianos que volvió, seducidos por la ley, que han visto como sus sueños se secan. Ellos no han tenido su misma suerte y esperan, entre la zozobra del desempleo, que el gobierno se acuerde de las promesas acordadas.