David Anton y Fernando Vallejo acababan de llegar de Colombia cuando el ama de llaves le comentó que estaba muy asustada. El viejo edificio de la Calle Amsterdam se había movido en los últimos días. Los movimientos fueron tan bruscos que, incluso, algunos muebles se habían movido y los cuadros habían dado a dar al piso. Vallejo, cansado, le dijo a la mujer que no se preocupara, que ya lo peor había pasado. Cuando la tierra se mueve lo hace solo una vez.
Pero Vallejo volvía a equivocarse. El martes 19 de septiembre un terremoto volvía a devastar México. A Fernando el sacudón lo despertó con la violencia de un gigante despertándose. No quedó piedra sobre piedra. Ese día murieron 369 mexicanos y los edificios se caían como fichas de dominó. Lo primero que hizo Vallejo mientras todo se bamboleaba era caminar como pudo hasta el cuarto de David Anton. Pocos saben en Colombia que Vallejo sostuvo una relación durante 50 años con uno de los escenógrafos más importantes de México. Muchas de las grandes películas que se filmaron en los estudios de Churrubusco Azteca durante la época de oro del cine mexicano, fueron hechos por él. Por eso su apartamento que compartía con Vallejo rebosaba de verdaderas reliquias y obras de arte que valían millones. Cuadros esplendorosos, un sofá Chesterfield, la casa digna de uno de los mejores artistas de México.
Ese martes 19 de septiembre Vallejo encontró a su pareja sentado en la cama, con los ojos abiertos como platos, viendo con verdadero terror como el séptimo piso donde vivían se convertía en gelatina. Como pudo lo sacó hasta la azotea acompañado siempre de Brusca, la perra fiel. Para tener 94 años David se conservaba bien. Pero ese día algo le hizo un click dentro de su cuerpo. Es que en la azotea vieron como sus edificios vecinos se venían abajo, hasta el edificio donde vivía el eminente cineasta Arturo Ripstein se vino abajo.
Cuando, dos minutos después, el terremoto cesó, volvieron a bajar al apartamento y todo estaba destruido. Las vigas que se salieron de las paredes rompieron cuadros tan caros que, con solo haber vendido uno, la pareja tendría para vivir con holgura todos y cada uno de los años que le quedaban por vivir. Ese día no sólo se rompieron sus lujos más caros sino que el corazón se le volvió polvo y el 17 de diciembre del 2017 David Antón, el mítico, moría en México.
A Vallejo se le acabaron las razones por las que podía estar en Ciudad de México. Su destino, ya viudo, era Casablanca la bella, la casa familiar de Laureles. Con una Brusca dopada en un guacal del avión Fernando regresó a Medellín según él a morirse y a escribir su último libro, una promesa que viene incumpliendo desde El desbarrancadero.
Y que bueno que no se retire porque Escombros es la novela en donde nos cuenta los horribles días post terremoto, la ausencia del ser amado y el regreso a Itaca. Con su oralidad devastadora, su sentido del humor luciferino, y una prosa que jamás se agota, Vallejo, a sus 79 años, es el fantasma más vivo de la literatura colombiana. Escombros es un libro indispensable para entender los años furiosos de la pandemia. Además, siempre será un placer regresar a su universo. Es un pesimismo tan vivo que, inevitablemente, te subirá el ánimo, si tienes el humor para soportarlo y si no padeces la vergonzosa enfermedad del patrioterismo barato.