Hace veinte años Miguel Bosé era el artista más importante de hispanoamérica. Afilado, punzante, vanguardista y rompedor, nadie podía con sus creaciones que, además, tenían un peso musical y poético altísimo. Hijo de Luis Miguel Dominguín, estrella del toreo español y de la actriz Lucia Bosé, musa de Antonioni y Fellini, Bosé conoció en su infancia a luminarias de la cultura como Ernest Hemingway, Joan Miró, Picasso y toda la santa lista.
Su papá lo despreció por su talento como bailarín. Igual nunca lo necesitó. En 1978 despuntó en todo el continente con canciones como Amiga. Pero, a diferencia de la gran mayoría de sus contemporáneos, que decidieron vivir de sus recuerdos, Bosé evolucionó y consiguió discos aclamados por la crítica especializada como Bajo el signo de Caín. Sin embargo, de un tiempo para acá, el ídolo empezó a comportarse errático.
Primero fue su problema de salud que le afecta la voz, una disfonía severa que ha perjudicado sus presentaciones en los últimos años. El problema de salud puede derivar de la pena que le dio terminar con su novio, el bailarín Nacho Palau con quien tiene dos hijos. Sus presentaciones en La Voz México han despertado las alarmas y sus declaraciones sobre el Coronavirus han sido una decepción para su fans.
A pesar de que su mamá murió de Covid en el 2020, Bosé ha dicho que el Coronavirus es un invento de los grandes millonarios para controlar a la población mundial. Miguel Bosé es un negacionista y lleva por eso la cabeza alta. Ahora, con su autobiografía El hijo del capitán Trueno, dispara sin tregua contra todo el mundo, incluidos sus papás a quienes acusa de maltrato.
Ojalá que el nivel de su libro pueda mejorar sus últimas intervenciones que, han sido, por lo menos, lamentables.