Para muchas familias cordobesas de las navidades alegres solo quedan los recuerdos. Parece que en diciembre la gente fuera más propensa a tener accidentes y a padecer todo tipo de enfermedades.
Nuestra familia es un claro ejemplo de navidades tristes. A un lado hemos dejado esas grandes reuniones a las que se nos unía medio barrio, ya no somos la familia más alegre de la cuadra, ni la que prepara la mayor cantidad de comida. Por cosas del destino durante los últimos años se ha vuelto casi una rutina que veamos pasar estas festividades desde salas de urgencias y habitaciones de clínicas, donde hemos perdido a varios familiares que han padecido penosas enfermedades.
Para las fiestas de fin de año parecía que las cosas iban a mejorar, esto debido a la visita de varios familiares que llegaron procedentes de otras ciudades, entre los cuales se encontraba nuestra querida abuela, quien regresó de una estancia de más de ocho meses en Cali. Radiante como nunca, asistió a cuanta reunión la invitamos, dejando claro que estaba muy feliz por su regreso.
Sin embargo, el panorama fue cambiando rápidamente con la aparición de malas noticias, tales como la muerte en un fatal accidente de un amigo de la familia el 20 de diciembre y el contagio de muchos familiares con chikunguña. Pero sin lugar a dudas la noticia más inquietante fue el infarto que sufrió nuestra abuela el 22 de diciembre.
La noticia nos tomó por sorpresa, la preocupación invadió a cada uno de sus 11 hijos, nietos, sobrinos, nueras, yernos, hermanos y vecinos. Una parte de todos ellos se dirigió inmediatamente a Saludcoop a eso de las 3 de la tarde, para enterarse de primera mano de lo que había sucedido.
A la abuela la tenían en un cuarto que más parecía una bodega de útiles y solo dejaron quedar a un solo familiar. La razón que dio el vigilante para sacarnos era que en frente del cuarto donde tenían a la paciente estaba un enfermo con varicela, lo cual resultó ser cierto.
Luego de conversar sobre la sorpresa que causó la noticia, nuestra atención se centró en lo que observamos en esas instalaciones durante las largas horas de espera que padecimos. Sacaron en ambulancia a una señora que según palabras del médico solo la salvaba un milagro y quienes estaban desde temprano manifestaron que era la tercera persona muerta que veían en el día. Había muchas personas de pie en todos lados, todas las sillas estaban ocupadas, embarazadas quejándose porque según las tenían esperando desde la madrugada. En resumen estaban decenas de personas quejándose, pero poco personal atendiéndolas.
Y ni hablar de la infraestructura física, el techo y las paredes se estaban cayendo literalmente, producto de la humedad y de los hongos. El ambiente era asfixiante y hostil, debido al gran número de personas que esperaban atención y no encontraban respuestas, muchas de las cuales optaban por llevarse a sus seres queridos a otra parte.
Volviendo a nuestro caso, el médico de turno nos informó tres cosas: la paciente había sido estabilizada, el cardiólogo estaba por llegar y no tenían habitaciones en UCI. Como el tiempo seguía pasando preguntamos nuevamente, ahora la respuesta fue que a las 7 de la noche llegaba el especialista y a esa misma hora desocuparían una cama de UCI en la única Clínica que tenía contrato con ellos.
Algunos familiares trataron de conseguir una habitación de UCI en otras clínicas, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. Nosotros en Urgencias nos alegramos porque ya iban siendo las 7 de la noche, hora en la que supuestamente llegaría el especialista y al fin habría un traslado a UCI.
A las 7:30 de la noche nuestra abuela, luego de casi 6 horas de espera, sufrió un nuevo infarto y murió pese a que un joven médico intento reanimarla por más de 40 minutos, en los cuales hubo una especie de teatro en el que un grupo de enfermeras entraban al pequeño cuarto con unos equipos viejos y llenos de polvo que ni siquiera conectaron.
Como es de esperar todos los familiares hicimos un reclamo en las instalaciones, que se sumó a las voces de protesta de las personas que presenciaron el lamentable suceso y que en el fondo de sus corazones sentían que así como nos sucedió a nosotros les pudo pasar a ellos.
El 24 de diciembre fue el sepelio, mientras algunas familias estaban de fiesta, otras como la nuestra estaba en un velorio, donde además de la tristeza, también había un sentimiento de impotencia, porque quedó el sin sabor de que se pudo hacer algo más por una persona tan creyente en Dios y tan buena como fue nuestra abuela.