Natalia Ponce de Léon decidió alejarse de Colombia y viajar por Italia en septiembre. Estuvo en la región de la Toscana y visitó su capital, Florencia. De un tiempo para acá, prefiere el silencio, la tranquilidad.
Su abogado, Abelardo de la Espriella, es quien a veces da la cara y se ocupa de la alaraca mediática. Él fue quien convenció a Natalia Ponce para convertir su vida en una serie que se estrenó en Amazon Prime a comienzos de septiembre.
Abelardo de la Espriella es el productor ejecutivo de la serie, Natalia Crimen y Castigo y para darle nivel, la dirección está a cargo de Ruth Cuadelli. Héctor Chiquillo es el libretista y artistas reconocidos recrean la tragedia, un episodio del que Natalia Ponce ya no quiere hablar demasiado.
La tragedia de Natalia Ponce de León
Después de que Jonathan Vega le echó un litro de aceite en la cara, los hermanos de Natalia Ponce de León la llevaron de urgencia a la Clínica Reina Sofía en el norte de Bogotá. En el trayecto, la joven gritaba de dolor. Sentía cómo se caía su piel a jirones, cómo el ácido que se había tragado, le corroía la garganta. Pensó que se iba a morir.
En la Clínica no estaban preparados para atender un caso grave como el suyo. La metieron en una ducha y la dejaron esperando durante horas. Si la hubieran atendido a tiempo, el daño no hubiera sido devastador. El ácido se le había metido en la piel. En la noche de ese 27 de marzo, la trasladaron al Hospital Simón Bolívar. Después de un par de horas en cuidados intensivos, los especialistas lograron estabilizarla. La pasaron a cirugía.
En el Hospital Simón Bolívar había un gran revuelo. Ese día, la noticia fue el ataque que había recibido la joven de 34 años y se supo que el agresor estaba obsesionado con Ponce de León. Alguna vez, en un parque, le tiró un pitbull rabioso. Otra vez, en una fiesta, Johnatan Vega le había pedido una pitada de su cigarrillo y ella se negó.
Nunca soportó su energía densa y tras el ataque con ácido a Natalia, se supo de sus adicciones a la heroína y al bazuco. El médico José Luis Gaviria, quien a pesar de no tener turno ese día estaba de paso por la Clínica, seguía atento las noticias. Al ser el más experimentado de los cirujanos de la Clínica, , le pidieron su ayuda.
El cirujano que tuvo que reconstruir su rostro
A Gaviria se le escurrieron las lágrimas cuando vio lo que le había hecho el ácido a su paciente: el brazo derecho estaba completamente quemado, parte del izquierdo también. La cara era un amasijo de carne y hueso. El médico tuvo miedo. Sus hombres tenían que soportar la presión de todo un país. Natalia Ponce de León se había convertido, esa misma noche, en un símbolo del maltrato de las mujeres en un país misógino.
Desde el otro lado, Natalia no sabía qué estaba pasando. Además de estar sedada con la morfina que le atenuaba el dolor incesante, estaba vendada. Cuando recuperó la conciencia, solo veía sombras. La voz de Gaviria, escuchada entre sueños, le mermó la angustia. Le dijo su nombre, le explicó que la iban a operar. Ella alcanzó a preguntar, entre murmullos, cómo iba a quedar. Gaviria prefirió no responder. Las probabilidades de que ella volviera a tener una cara, eran mínimas.
En la primera cirugía, Natalia Ponce de León estuvo clínicamente muerta durante unos segundos. La anestesia la doblegó. La revivieron. Todo fue difícil. La cirugía se extendió durante siete horas. Le sacaron carne de la pierna y se la injertaron en el rostro. El cuerpo amenazaba con no resistir más. Tuvieron que hacer solo la mitad del rostro.
Después de Semana Santa de ese 2014, le quitaron las vendas. Médicos de Texas viajaron a Bogotá para observar el prodigio: a pesar de que los riesgos de infección seguían altos, los resultados eran sorprendentes. Natalia, al verse en un espejo, deshilachada, destrozada, creía que le estaban mintiendo. Ella apenas empezaba a entender la gravedad de lo que le había hecho Jonathan Vega.
Los días en la Unidad de Cuidados Intensivos, fueron los peores. A la debilidad de no comer, no moverse, no poder hablar por miedo a que se le deshicieran los injertos que le habían hecho, se le sumó la depresión de saber que todo había acabado.
El único consuelo lo encontraba en las visitas de su novio, Daniel Arenas Samudio, en los cuidados de la practicante Natalia Reyes, con la que estableció, casi que de inmediato, una amistad entrañable y con José Luis Gaviria. Cada vez que el médico le cambiaba las vendas, ella lo molestaba con el cuento de que no sabía vendar. Gaviria, sonriente, le recomendaba que no lo molestara más.
Volvió a la casa. Su mamá, Yuly, había sufrido un infarto cuando se enteró del ataque a su hija. Sus problemas respiratorios se agravaron aún más y tenía que vivir pegada a un cilindro de oxígeno. A pesar de eso, sacó fuerzas para darle a su hija el alimento que más necesitaba: amor, comprensión cada vez que Natalia estallaba de rabia porque la vida había sido injusta y porque ya ni siquiera tenía un rostro.
Trabajó como nadie. Todo ese tesón que tuvo para vivir en Inglaterra siendo estudiante, vendiendo muebles o siendo Jefe de meseros en un restaurante brasileño en Inglaterra, lo tuvo que poner en las extenuantes terapias que hacía a diario en la Clínica Fray Bartolomé. Yuly estuvo ahí cuando le sobrevino la peor amenaza que puede tener un quemado: el herpes zóster o culebrilla. Soportó los dolores de cabeza, las ganas de rascarse. No se reía, no hablaba y sin inmutarse, aguantó 35 operaciones.
El retiro en Tinjacá
Natalia Ponce de León ha intentado que lo que le pasó no le vuelva a pasar a nadie y creó una Fundación, pero lo que prefiere es poder escaparse a una finca en Tinjacá llamada La Guacharaca en donde puede huir del trajín bogotano. Las fiestas con The Rolling Stones, su grupo favorito, son parte del pasado. Ella está en otro nivel espiritual. Confiesa que no está muy interesada en ver la serie. Todos esos detalles, se los confía a su abogado Abelardo de la Espriella.