Catorce años antes de que yo naciera, en la bahía de Santa Marta, ocurrió la primera tragedia marítima en un puerto de Colombia. Un barco de bandera alemana se hundió inesperadamente ante las miradas atónitas de muchos turistas que disfrutaban de un baño de mar en la entonces playa más hermosa del continente, conocida también como: "La Perla de América". Fue un día del mes de diciembre del año 1946.
Ese día y desde muy temprano, la tripulación del barco de nombre Grand Manan, había obtenido el permiso de parte de su capitán, para que pudiera desembarcar y salir a divertirse en la bella y cálida ciudad caribeña a la cual acababan de arribar. Todas las personas al servicio y maniobra de la embarcación, desde el contramaestre hasta el cocinero, se sintieron muy felices, porque desde que zarparon del puerto de Hamburgo, a comienzo de ese mismo mes, por primera vez iban a pisar tierra de nuevo y a divertirse en el período más alegre del año. Además, llevaban 26 días sin ver ni hacer contacto personal con ninguna mujer, por lo que la breve licencia les cayó como anillo al dedo. Incluso, el mismo capitán de seguro también aprovechó el relax que bien se merecían, después de tanto tiempo en el mar y luego de un período de guerra y muerte en el país exnazi de donde eran originarios.
Durante los momentos de solaz que tuvieron antes de empezar la tarde de ese día, solo hubo uno que se emborrachó demasiado: El cocinero, quien era el hijo del capitán del barco. Debido a su alto grado de alicoramiento, algunos dijeron que tomó hasta ron de caña, una de las bebidas autóctonas por los alrededores de aquel puerto y por eso dos miembros más de la tripulación, tuvieron que llevarlo casi que cargado de regreso al navío, para que se durmiera y se le pasara la jumera. El esfuerzo de traerlo de regreso al barco por parte de los compañeros marineros se tuvo que duplicar, porque la brisa en Santa Marta, durante ese período del año, es más fuerte y alborotada y por eso la apodan "La Loca". Los que vieron a los tres alemanes retornar a la embarcación ese día, antes de presentarse la tragedia, debieron imaginarse que los tres hombres iban borrachos, por cuanto caminar contra "La Loca" hace que así lo parezca.
Cuatro horas más tarde, sucedió lo menos esperado y sin precedentes en los puertos del país del norte de Sudamérica. Los primeros que se percataron de lo que comenzaba a registrarse fueron los bañistas que a esas horas de la tarde aún permanecían en la playa de la bahía samaria. El Grand Manan, anclado frente a los muelles del viejo puerto, inexplicablemente, comenzó a hundirse de manera muy rápida. El hecho llamó la atención hasta de los moradores de uno de los primeros barrios de la ciudad, el más cercano al puerto y conocido también como El Ancón, donde vivían los pescadores más avezados de la comarca y entre los que se encontraban los miembros de una familia de apellido Arango, quienes tenían la reputación de bucear a puro pulmón grandes profundidades en el océano.
Cuando dos de los Arango se acercaron hasta la pesada embarcación en zozobra, para ayudar a la tripulación entera que se lanzaba al agua con el fin de no ser arrastrados por la fuerza del hundimiento del barco, este ya se había sumergido totalmente. Y una vez los tripulantes fueron sacados del mar y llevados hasta el muelle más próximo, en donde además de comprobarse que estaban vivos, se corroboró también que en la lista de los sobrevivientes solo faltaba el cocinero. El mismo que cuatro horas antes había sido llevado dormido hasta su camarote para que se le pasara la pea de tres pisos que se había pegado ese primer día de permiso después de 26 días en el mar y seis años de guerra en su país.
Y en vista de que no aparecía su cuerpo ni en la superficie, luego de que lo buscaran, los dos hermanos Arango volvieron a poner a prueba la reputación que poseían y lo bucearon hasta su camarote en la profundidad, en donde lo hallaron aún dormido, pero para siempre. Después, lo volvieron a subir y su cadáver fue embalsamado más tarde y llevado días después hasta Alemania por su padre, el capitán del Grand Manan, cuyos vestigios aún siguen siendo vistos por buzos profesionales que se arriesgan a ubicarlos en el sitio exacto en donde se produjo aquél único naufragio de un barco alemán, ocurrido en el siglo pasado en Santa Marta, un año más tarde del fin de la segunda guerra mundial.